Milenio

CONTRA EL DOLOR

- POR MARY CARMEN AMBRIZ

No es usual encontrar un libro de esta naturaleza, en donde la lucidez de la narradora privilegia en la crónica de este diario del desasosieg­o. Marta Sanz (Madrid, 1967) aborda un tema que todos hemos vivido: el dolor. Se trata del dolor en dos vertientes: el malestar físico (por el cual los médicos dan varios dictámenes aun sin tener el apropiado) y el interno (ese que consume el alma y provoca insomnio).

Si William Styron hizo una magnífica novela, Esa visible oscuridad, acerca de cómo se sentía en el verano de 1985 cuando padeció una terrible depresión, ahora Marta Sanz reflexiona acerca de cómo se siente y cómo esperan los demás que sea ella. No es una novela, tampoco un cuento largo sino una crónica-ensayo de días aciagos, en donde emerge una voz que cuestiona todo lo que está viviendo: los roles sociales que desempeñan las mujeres (hijas, profesioni­stas, esposas, madres, tías, abuelas), la visión estrecha de los médicos especialis­tas que quieren resolver sus padecimien­tos de la forma más inmediata y frívola posible, la complejida­d de la relación de pareja cuando el cónyuge no puede asimilar que la salud de su compañera es distinta y, por supuesto, la visión de la escritora que no se aparta de la escritura a pesar de que su entorno es lo más parecido a un caos.

Sanz, acaso imitando a Voltaire, se adelanta a alguna crítica o visión reduccioni­sta sobre su libro, y recurre precisamen­te a Nietzsche para cuestionar si lo que siente es un dolor más cercano a la burguesía y a los malestares femeninos que, por tradición, no están permitidos expresar.

Esta revisión de la sintomatol­ogía se adereza con ejemplos provenient­es de la literatura. Marta Sanz lee una entrevista al escritor argentino Fabián Casas, a quien un amigo le dice que tiene “El horla”, como en el cuento de Maupassant, “una presencia invisible en la casa que le roba el agua”. Aquí hace un paralelism­o irónico con lo que vive ella y lo que ocurre en ficción y, específica­mente, sobre el lugar a donde le gustaría pertenecer en este periodo funesto de su vida: “A veces me encantaría ser argentina. Para haber leído mucha teoría literaria, pensar que la teología es lo mismo que la literatura, viajar a Providence o haberme criado en París, leer a Proust en francés, pensar que son más importante­s las pipas pintadas que las pipas referencia­les”. […] “Llamarle a mi enfermedad un horla, buscar mi aleph en un rincón del trastero”.

En esta cartografí­a desolada parece que la escritora tiene claro el rumbo de su ensayo. La guerra que se libra en estas páginas es, acaso, la más cruda, pues la autora lucha contra ella misma para liberarse de los demonios que la atormentan que, lamentable­mente, no son solo internos. m

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Clavícula. Marta Sanz. Anagrama. Barcelona, 2017.

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