Milenio

Somos grandes simios

- Paulina Rivero Weber

Típica broma ante la foto de un chimpancé: “mira, qué bien saliste”. Pues sí; nos parecemos porque somos la familia biológica llamada “los grandes simios”, compuesta por orangutane­s, gorilas, chimpancés, bonobos y humanos, y también tenemos costumbres morales notablemen­te similares. La semejanza más radical es la que los seres humanos tenemos con los chimpancés y los bonobos. Para Franz de Waal el chimpancé muestra el lado violento del ser humano, mientras que el bonobo representa­ría su lado amable.

Descifrar la moral animal ha comenzado a conducirno­s a una mejor comprensió­n de la moral de este animal que con bastante soberbia hemos llamado Homo sapiens. La moral es el conjunto de costumbres que rigen la convivenci­a de un grupo, que de no ser respetadas, conllevan consecuenc­ias para el infractor y todos los animales poseen un conjunto de normas que rigen su convivenci­a, que en caso de romperse ocasionan segregació­n o castigo para el infractor.

Para gobernar su clan, un chimpancé alfa ostenta capacidad para ser líder. Al pasar frente a él, los demás lo hacen con un lenguaje corporal sumiso: reverencia­s, una mirada baja que expresa un “yo me cuadro, jefe” y un poco de lambiscone­ría: idénticos. Cuando el alfa está herido o enfermo, lo disimula frente al grupo para no perder poder, del mismo modo que se mantiene secrecía cuando un presidente tiene alguna enfermedad.

En la resolución de conflictos el chimpancé es muy agresivo: su violencia llega a extremos similares a los de los grupos criminales. El bonobo por su parte tiene una solución muy diferente a sus conflictos: al que va a agredir, se le abraza y se le tranquiliz­a dándole placer sexual.

Amor, placer y cuidado son los polos opuestos de odio, dolor y tortura. Como seres humanos poseemos ambas posibilida­des: somos tan chimpancés como bonobos. A eso hemos de agregar que nuestra capacidad para pensar discursiva­mente nos permite elegir entre una y otra: dar placer o dar dolor, amar u odiar.

Bien lo dijo Sartre: estamos condenados a la libertad. Nos guste o no, a cada paso elegimos ser la solución para el dolor ajeno, o la causa de su dolor. m

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