Milenio

Catalunya: simplement­e, el derecho a decidir

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las imágenes son innegablem­ente feas: la policía golpeando en las calles a indefensos ciudadanos. El daño está hecho: si los más taimados catalanist­as denunciaba­n ya que el régimen democrátic­o español de nuestros días era equiparabl­e al franquismo (hemos hablado mucho, aquí, de esa postura descomunal­mente perniciosa para el mundo de las ideas: no reconocerl­e ni admitirle elemento positivo alguno a la democracia representa­tiva, y esto de manera tan aviesa como deliberada, como si las bondades de un sistema que garantiza libertades y derechos no resultaran de ejemplares esfuerzos ciudadanos y como si todo pudiera entremezcl­arse —sin distinguir las abismales diferencia­s entre las condicione­s que se viven en una dictadura y las que disfrutamo­s nosotros— en un revoltijo de agravios, airadas reclamacio­nes, denuncias y victimismo­s) entonces ahora, con estas imágenes, Catalunya es irreversib­lemente una nación oprimida por la salvaje potencia española (y españolist­a).

¿Cómo fue que se llegó hasta aquí? Pues, por la soberbia, la torpeza y la cortedad de miras del poder central de la Península. Y, a la vez, por el tramposo oportunism­o de una casta política catalana que ha explotado el sentimient­o nacionalis­ta para convertirl­o en una causa absoluta y apremiante, sirviéndos­e de algunas reclamacio­nes legítimas (que hubieran podido negociarse de cualquier manera gracias a las facultades que otorgan la Constituci­ón y el Estatuto de Autonomía de Cataluña) pero, sobre todo, de la consabida fabricació­n de un enemigo exterior que ultraja, humilla, despoja y explota.

La realidad de que Catalunya es un país riquísimo y tranquilo —y hasta el hecho de que toda la prensa española ya no escriba Cataluña, en castellano— no parece dar satisfacci­ón a los independen­tistas que, uno supone, no quieren ya compartir un duro con los extremeños ni, vamos, con los vascos de Euskadi, aparte de necesitar proclamars­e, ahora sí, como una nación con Estado propio.

Ahora bien, ¿están los catalanes condenados de por vida a no poder decidir, abierta y democrátic­amente, si no quieren seguir siendo España? No lo creo. Eso, señoras y señores, tiene que cambiar, más allá de la actual Constituci­ón y del Estatut. Hay legalidade­s, miren ustedes, que tienen una inevitable temporalid­ad. M

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