Catalunya: simplemente, el derecho a decidir
Las imágenes son innegablemente feas: la policía golpeando en las calles a indefensos ciudadanos. El daño está hecho: si los más taimados catalanistas denunciaban ya que el régimen democrático español de nuestros días era equiparable al franquismo (hemos hablado mucho, aquí, de esa postura descomunalmente perniciosa para el mundo de las ideas: no reconocerle ni admitirle elemento positivo alguno a la democracia representativa, y esto de manera tan aviesa como deliberada, como si las bondades de un sistema que garantiza libertades y derechos no resultaran de ejemplares esfuerzos ciudadanos y como si todo pudiera entremezclarse —sin distinguir las abismales diferencias entre las condiciones que se viven en una dictadura y las que disfrutamos nosotros— en un revoltijo de agravios, airadas reclamaciones, denuncias y victimismos) entonces ahora, con estas imágenes, Catalunya es irreversiblemente una nación oprimida por la salvaje potencia española (y españolista).
¿Cómo fue que se llegó hasta aquí? Pues, por la soberbia, la torpeza y la cortedad de miras del poder central de la Península. Y, a la vez, por el tramposo oportunismo de una casta política catalana que ha explotado el sentimiento nacionalista para convertirlo en una causa absoluta y apremiante, sirviéndose de algunas reclamaciones legítimas (que hubieran podido negociarse de cualquier manera gracias a las facultades que otorgan la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña) pero, sobre todo, de la consabida fabricación de un enemigo exterior que ultraja, humilla, despoja y explota.
La realidad de que Catalunya es un país riquísimo y tranquilo —y hasta el hecho de que toda la prensa española ya no escriba Cataluña, en castellano— no parece dar satisfacción a los independentistas que, uno supone, no quieren ya compartir un duro con los extremeños ni, vamos, con los vascos de Euskadi, aparte de necesitar proclamarse, ahora sí, como una nación con Estado propio.
Ahora bien, ¿están los catalanes condenados de por vida a no poder decidir, abierta y democráticamente, si no quieren seguir siendo España? No lo creo. Eso, señoras y señores, tiene que cambiar, más allá de la actual Constitución y del Estatut. Hay legalidades, miren ustedes, que tienen una inevitable temporalidad. M