Milenio

Deriva de España y Cataluña

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El Estado español, derrotado en Cataluña”, este fue el titular inmediato del diario The Guardian al terminar la ruinosa jornada del plebiscito catalán el domingo pasado.

John Carlin, entrevista­do por la televisión española, dijo: “Esta es la peor imagen de España que ha visto el mundo desde Franco”.

J.K. Rowling descargó en su cuenta de Twitter: “Esto es repugnante e injustific­able”. Y Pep Guardiola: “Basta. Le han roto los dedos a una joven porque quería votar”.

Habían dado la vuelta al mundo las imágenes de la violencia policial que acabaron diciéndolo todo, ese día, sobre la jornada: una derrota política, quizá histórica, para España, un triunfo resonante pero peligroso, inflamable, para los independen­tistas de Cataluña.

La deriva independen­tista ganó la partida mediática el domingo, contra sus propias leyes constituti­vas y del orden constituci­onal de España.

Fue la batalla de unos líderes catalanes hábiles, montados en la ilegalidad y en las emociones colectivas, y un gobierno nacional torpe, montado inflexible­mente en la Constituci­ón.

La ley no hace política. Y aplicada a rajatabla largamente, como el PP y Rajoy la han aplicado a Cataluña, conduce a la negación de la política y, con el tiempo, paradójica­mente, a la ilegalidad. Si la aplicación de las leyes bastara para gobernar, no harían falta sino jueces, reglamento­s y policías.

La torpeza de Rajoy y de sus extremas medidas legales para contener un plebiscito que, según sus propias palabras, era inexistent­e, no quita un ápice de ceguera a la causa del nacionalis­mo catalán.

De todo lo que sucedió en Cataluña, acaso lo de más larga duración termine siendo la sinceridad con que la causa nacionalis­ta ha tomado el corazón de su sociedad, en particular de los jóvenes que vimos el domingo, una y otra vez, resistiend­o los embates de la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Creo que, en el fondo, combaten aquí dos nacionalis­mos encendidos: el nacionalis­mo español a la Rajoy, con su linaje franquista, y el nacionalis­mo catalán, con su reciente impronta brexit: oportunist­a, aventurero y caro.

Son nacionalis­mos hermanos y enemigos, un peligro paralelo para la España democrátic­a autonómica, plural, que hemos aprendido a admirar fuera de España.

(Fe de erratas en mi columna de ayer: es Pepe Delgado, no Pepe Salgado). M

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