Todavía son inseguros los sistemas bancarios
Un consenso bastante preocupante surgió en la reciente conferencia que organizó el Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR, por su sigla en inglés), en la que los principales nombres de la profesión de economía —los materiales de sus presentaciones están disponibles en la página web de la conferencia— evaluaron el estado del sistema financiero 10 años después de la crisis.
El consenso fue que todavía estamos muy lejos de lo que podría considerarse un sistema financiero seguro. Hay preocupaciones sobre lo que podría provocar una nueva crisis —incluido el temor de que la tecnología financiera pueda fallar o la puedan secuestrar— y las actividades riesgosas que migran hacia el sector bancario paralelo sin regulaciones.
También se reconoció que desde la crisis se produjo una valiosa, pero pequeña, reforma estructural de la actividad financiera. Pero como Ferdinando Giugliano describió, las observaciones más sorprendentes tuvieron que ver con la banca y el grado en el que se hizo más robusta contra las pérdidas. O más bien, cómo no se hizo lo suficientemente robusta.
Para eso, John Vickers señaló: “La opinión general entre los economistas que se encuentran fuera del sector financiero es que se les debería exigir a los bancos por lo menos el doble de capital accionario del que les exige el acuerdo normativo vigente”, pero los “reguladores, y no solo los bancos, creen que la reforma desde 2008 nos llevó a estar cerca del lugar correcto”.
Martin Wolf resume el consenso de los economistas en un artículo de opinión reciente, donde defiende que los requisitos de capital sean cuatro o cinco veces más grandes de lo que se exige actualmente. Parece que los que tienen el poder para lograr que esto suceda no quieren nada de eso.
Vickers criticó fuertemente al Banco de Inglaterra por su evaluación de que en gran medida se completó el empuje requerido para más financiamiento de capital en los bancos —para ser justos, el Banco de Inglaterra también agregó requisitos para financiamiento que no sea de capital que pueda utilizarse como “rescate” para hacer frente a las pérdidas en una crisis.
Al otro lado del Atlántico, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos tiene planes para debilitar más que fortalecer los requisitos de capital, planes que, según el análisis de William Cline, podrían costarle a la economía estadunidense 2.7 billones de dólares en aumento de riesgos en los siguientes 10 años.
Las discusiones en la conferencia de CEPR plantearon algunos principios importantes para tener en cuenta y que deberían guiar las deliberaciones acerca de qué tanto del dinero propio de los accionistas —que es lo que es el capital accionario— debe ponerse para respaldar los préstamos e inversiones de los bancos. Y todos apuntan a la conclusión de que es mejor tener requisitos más altos.
En primer lugar “capital” es una creación contable. En la redacción de Vickers, un capital de un banco es “la diferencia entre el valor estimado de los activos de préstamos y otras exposiciones por un lado, y las obligaciones contractuales con los depositantes y tenedores de bonos, por el otro. En resumen, es un residuo, la diferencia entre dos números normalmente grandes”.
Una pequeña diferencia entre dos grandes números es muy sensible incluso a cambios menores entre esos grandes números —activos y pasivos— y, por lo tanto, está en la naturaleza del capital que se mida mal y que sea inestable. En segundo lugar, la forma como se construye significa que la inestabilidad inherente de la medición del capital bancario es inestable en la forma equivocada.
Paul Tucker, ex vicegobernador del Banco de Inglaterra, explicó eso en un discurso técnico, aunque bastante estremecedor. Antes de la crisis, “el capital ordinario” se medía sin ajustes para activos registrados por los contadores como activos pero que no —y no pueden— ayudar en una crisis”, tales como “crédito mercantil” —el valor adicional que adquieren los activos cuando se adquieren por más de su valor contable anterior— o futuros créditos fiscales. Eso significa que las mejoras en las regulaciones parecen impresionantes —Vickers destaca cuando Mark Carney, el gobernador del Banco de Inglaterra, señala que los requisitos son 10 veces más altos que antes de la crisis— en realidad solo es así por el bajo nivel que tenían antes.
En los cálculos de Tucker, “cuando el capital ordinario tangible se mide de una manera que es más apta para un propósito, el requisito mínimo de la relación riesgo activo riesgo era de alrededor de 1 por ciento” e incluso menos cuando no se descuentan los activos supuestamente seguros con baja ponderación de riesgo —que tienen sus propios problemas.
Por lo tanto, la capacidad de los bancos para tener activos entre 25 y 30 veces tan grandes como el capital destinado a absorber las pérdidas es solo 10 veces más estricto de lo que era antes de la crisis porque pueden salirse con la suya al preparar el dinero propio —de sus accionistas— con un múltiplo de tres dígitos. Vickers sin duda tiene razón de que “10 veces mejor que algo irremediablemente laxo no es una medida útil”.
Finalmente, debemos tener en cuenta que hay buenas razones para prestar una atención especial a la banca, incluso cuando el riesgo financiero también puede acumularse fuera de los bancos. Una razón es que por todo lo que se habla de los bancos “paralelos” —instituciones no bancarias que se endeudan a corto plazo y realizan préstamos a largo plazo al igual que los bancos— solo los bancos tienen una verdadera licencia para imprimir dinero.