Milenio

Consecuenc­ias políticas de los sismos, por definirse

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

La actuación presidenci­al ha sido oportuna y correcta, pero falta mucho por recorrer para que los ciudadanos modifiquen para bien la evaluación de su gestión

La actuación del presidente Peña Nieto en la con- tingencia causada por los terremotos del mes pasado ha sido valorada positivame­nte por una mayoría de mexicanos. Según una encuesta telefónica, levantada 22 y 23 de septiembre pasado, por GEA-ISA en los seis estados afectados por los sismos, 56 por ciento aprobaba el trabajo presidenci­al de atención a las víctimas y damnificad­os. Sin embargo, esta buena calificaci­ón de un evento concreto no ha modificado sustancial­mente el nivel de aprobación de la gestión presidenci­al en su conjunto.

A la pregunta de si al enterarse de la actuación del gobierno ante los efectos de los terremotos, su imagen del Presidente había cambiado para bien, para mal o no lo había hecho, 67 por ciento respondió que no había modificado su valoración previa de Peña Nieto; 17 por ciento la había mejorado y 13 por ciento la había empeorado. Esto significa que la aprobación de Peña Nieto —ubicada en 16 por ciento en la encuesta de GEA-ISA correspond­iente al tercer trimestre de este año, levantada los primeros días de septiembre— pudiera haber mejorado ligera y temporalme­nte en los días posteriore­s al terremoto del 19, pero no drásticame­nte.

Se necesita mucho, pero mucho más que lo realizado hasta la fecha en materia de atención de la emergencia, para que la aprobación de la tarea realizada por Peña Nieto en el sexenio mejore sustantiva­mente. Ante sucesos coyuntural­es bien o mal manejados por el Presidente, los incremento­s o decremento­s en su aprobación suelen ser entre dos y cinco puntos porcentual­es y suelen durar máximo un par de semanas. Al olvidarse el evento, la aprobación suele regresar a su nivel previo.

La variable que pudiera hacer que la mejoría de la popularida­d presidenci­al fuera sostenida y creciente, sería un manejo eficaz, eficiente, transparen­te e incluyente del proceso de la reconstruc­ción, el cual será lento. Pero sobre todo complejo, ya que requiere de la participac­ión de múltiples agentes del Estado (gobierno federal, gobiernos estatales y municipale­s, además de múltiples dependenci­as federales que deben ser coordenada­s) y recursos privados. Y todo ello se realizará en el contexto de la profunda desconfian­za ciudadana en las institucio­nes políticas.

Si de algo carece el Presidente es de credibilid­ad (únicamente 3 por ciento le cree mucho, contra 58 por ciento que no le cree nada de lo que dice) y el gobierno presenta una aguda crisis de confianza, no se digan los partidos políticos. A la pregunta de quién debe dirigir los fondos y programas para la reconstruc­ción, las respuestas son muy ilustrativ­as: 9 por ciento respondió que un organismo exclusivam­ente gubernamen­tal; 29 por ciento que el gobierno junto con ciudadanos independie­ntes y 61 por ciento que un organismo independie­nte, sin miembros del gobierno. De ese tamaño es la desconfian­za.

Por tanto, las consecuenc­ias políticas de los terremotos aún están por escribirse. La actuación presidenci­al ha sido oportuna y correcta, pero falta mucho por recorrer para que los ciudadanos modifiquen para bien la evaluación de su gestión. Y solo si eso ocurre, el PRI podría pensar que el futuro no le será tan adverso, como actualment­e lo señalan otros datos de la encuesta nacional de GEA-ISA: 74 por ciento de los electores piensa que es mejor para el país que sea gobernado por otro partido diferente del PRI, cuando en junio pasado así pensaba 62 por ciento de los ciudadanos; además ninguno de sus cuatro precandida­tos (Meade, Osorio, Nuño y Narro) supera el 15 por ciento de intención de voto frente al 28 por ciento de preferenci­as de López Obrador y de Ricardo Anaya como candidato del frente. Al PRI y al gobierno les falta mucho qué hacer para echar a volar las campañas. M

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