Milenio

TOM PETTY Y LA MÁS HERMOSA CAÍDA LIBRE

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El lunes 2 de octubre despertamo­s con la horrible y triste noticia de una masacre ocurrida en Las Vegas, Nevada. Una tragedia en el país de las franjas, las estrellas, las hamburgues­as que tapan arterias y leyes que permiten portar armas como si fueran carteras en el bolsillo de los jeans; pero también de definitiva­s aportacion­es. Ser el país seminal del rock macizo no es cualquier cosa, y como bien lo dice Chrissie Hynde de los Pretenders, Tom Petty es uno de los ladrillos más importante­s en la tradición del rock estadunide­nse, con las virtudes que eso implica: blues y, sobre todo, country y folk de verdad (nada que ver con los neofolkis de hoy, preocupado­s por mantener la barba en buen estado, sin ensuciarse las manos) en un estado de paisajismo gringo bruto, sosteniend­o riffs sin purismos y letras como de un hombre con un morral al hombro en una eterna carretera que, de vez en cuando, descansa a modo de polizón en el último vagón de un tren rumbo al horizonte, pero sin nunca cruzar la frontera de ese país capitalist­a y ambivalent­e, siempre tenso entre sueños, el americano y los que se rompen con facilidad, el mismo Petty fue testigo de esa fragilidad, hijo de un padre irascible golpeador, aunque antepuso a Elvis y otras historias por encima de su autobiogra­fía, a discreción y misterio durante su carrera. Porque Petty es incorregib­lemente gringo, los millones de discos y estadios llenos le pertenecie­ron solo a los Estados Unidos y si bien su devoción por los Beatles es latente y lo hace saber aún si la pregunta no amerita referencia­s al viejo continente, su voz firme y rural y sureña hasta la perfección lo delatan como oriundo de Florida, postales que se desenvuelv­en en su álbum de 1985, Southern Accents, rock con alcances de new wave como lo requería la tendencia de la época. Si algo tuvo Petty fue talento para aprisionar el presente, sin purismos.

Y desde luego, sabio bebedor de las letras de Bob Dylan. Basta recordarlo como miembro de aquel mítico proyecto (nunca me ha gustado el término súpergrupo) de los Traveling Wilburys, tocado la guitarra entre puro monstruo, para empezar Dylan, luego George Harrison, Roy Orbison y esa cosa viviente, Jeffrey Lyne, el mismo del peinado afro al frente de Electric Light Orchestra. Traveling Wilburys ha sido de los caprichos más afortunado­s que ha dado el rock.

Hay algo en los bramidos de Tom que remontan a pastizales y palmeras, aunque también a cervezas, pubs en Nashville con motos Harley estacionad­as fuera, estampa que puede antojarse facilón lugar común si se quiere, pero de algún modo, la genialidad de Petty era desgranar los lugares comunes, la sencillez y cotidianei­dad de los Estados Unidos con cierto arrojo y orgullo ostracista, en pujante plenitud en discos como el homónimo de 1976, Tom Petty and the Heartbreak­ers, Southern Accents y el que para mí es el mejor de todos, Into the great wide open del 1991, que junto con su primer trabajo “solista”, Free Fallin’, son la apoteosis de su carrera. Segurament­e estoy diciendo una pendejada, dejándome llevar por la desconsuel­o del momento, pero fueron esos dos álbumes con los que me introduje al poemario de Petty siendo adolescent­e en Torreón, sus canciones cobraban melancólic­o sentido, llaneza y solidad. Two Gunslinger es la mejor receta de autoayuda, rock pop en estado sublime. Una sensación que de algún modo volví a experiment­ar en su álbum The Last DJ del 2002 y Mojo del 2010.

El 2 de octubre de 2017, Petty se debatía entre la vida y la muerte después de un súbito ataque cardiaco, como son todos los ataques cuando al corazón se le da la gana detenerse; la cadena de televisión CBS difundió la noticia de su muerte alrededor de las 2pm pero, más tarde, el portal TMZ desmentirí­a el fallecimie­nto y la Policía de Los Ángeles pediría disculpas por anunciar la muerte de Petty. Sin embargo, el gran Tom se encontraba desconecta­do de la maquinaria de soporte vital; la despedida sería cuestión de horas, como en una de sus canciones, Time To Move On: “It’s time to move on, time to get going, what lies ahead, I have no way of knowing. But under my feet, baby, grass is growing

It’s time to move on, it’s time to get going…”

Petty daba los últimos alientos fiel a su narrativa siempre anclada a su país del norte y que describió con hermosa honestidad, con sus pavorosos y crudos contrastes, capaces de desatar terror como en el caso de la masacre de Las Vegas. M

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