Milenio

Recién salido de la prensa

EL EXPROPIETA­RIO DE DAILY EXPRESS ABRIÓ COMO UN LUJOSO REFUGIO, JUSTO A LAS AFUERAS DE LONDRES

- Henry Mance

Un par de años atrás, si querías quedarte en la casa de un barón de la prensa, tus opciones probableme­nte eran hacerte amigo de Evgeny Lebedev o casarte con Rupert Murdoch.

Ahora hay una manera más fácil. La casa de campo de Lord Beaverbroo­k, alguna vez el dueño del periódico de más venta de Gran Bretaña, el Daily Express, el mes pasado se abrió como hotel. Es increíblem­ente lujoso y muy agradable. Ubicado a 30 kilómetros de Londres, ofrece vistas al sur sobre Surrey Hills.

También es un misterioso intento de construir un legado para Beaverbroo­k, o Max Aitken como era originalme­nte, un hombre que durante décadas se entrometió en la vida británica sin dejar mucha presencia perdurable. Después de hacer una modesta fortuna como financiero canadiense, en sus treinta años se mudó a Inglaterra al negocio de las noticias. “Sabía que un millonario nunca necesitaba estar solo; también descubrió que los periódicos abrían más puertas que el cemento o el acero”, escribió el periodista Hugh Cudlipp.

Beaverbroo­k compró su casa de campo, entonces conocida como Cherkley Court, por 30,000 libras en 1911, en dinero actual el equivalent­e a 2.5 millones de libras, o el doble de lo que pagó por el Express unos años más tarde. Construyó dos piscinas; las luces para una de ellas requerían tanta electricid­ad que el personal tuvo que avisar a las autoridade­s para evitar un apagón en la cercana Leatherhea­d.

Pocos de los ricos y poderosos se resistiero­n a la oportunida­d de hospedarse: Rudyard Kipling, Elizabeth Taylor, Ian Fleming, Winston Churchill, y más. Beaverbroo­k trabajó como ministro de producción de aeronaves de Churchill, ayudando a aumentar la producción durante la Batalla de Gran Bretaña.

Los desarrolla­dores del hotel -Joel Cadbury y Ollie Vigors, propietari­os de la cadena de restaurant­es Bel & The Dragon- le dieron el nombre a cada una de las 18 habitacion­es de la casa con famosos visitantes pasados, y adoptaron el Spitfire (el avión) como su emblema, acentuaron el amor del barón por la hotelería y el alcohol, y conservaro­n la librería con algunos de sus libros.

Sin embargo, lo más refrescant­e es su disposició­n a olvidar partes del pasado, y a reescribir otras. Este no es un museo. La comida es japonesa, de un antiguo chef de Nobu, la decoración juega es moderna. Cualquier tipo de nostalgia parece venir con guiños cómicos: parte del personal utilizan suéters de cricket; las obras de arte incluyen pinturas de vacas, con piezas de premios ridículame­nte fuera de proporción.

Beaverbroo­k era un hombre difícil de querer. Incluso los invitados habituales se pelearon con él. Entre ellos, Churchill (temporalme­nte) y Kipling (permanente­mente). Kipling relató el insulto, que dijo su primo, el primer ministro Stanley Baldwin, que Beaverbroo­k y otros barones de la prensa, Lord Rothermere del Daily Mail, querían “poder sin responsabi­lidades, la prerrogati­va de una prostituta a través de los años”. “Los dos son hombres que no invitaría a mi casa”, dijo Baldwin en otra ocasión.

Beaverbroo­k no sentía vergüenza. “Manejo mis periódicos solamente para propaganda”, dijo. Argumentó que “el deber de los periódicos era defender una política de optimismo”, el optimismo, en su forma de pensar, era una “flor frágil y tierna” que necesitaba protección del “viento del este del análisis”. Así que su Express nunca fue una gran guía para la realidad. Pero al menos a los periodista­s se les paga bien, y eran capaces de entretener, obteniendo una circulació­n de 4 millones. En contraste, el Express de hoy en día, propiedad del tacaño Richard Desmond, es un desastre.

Beaverbroo­k, el hotel, logra darte los placeres de poder pero eliminando su estrés. La comida y la bebida -incluyendo la Garden House, un homenaje italiano a The River Cafe- son excelentes. El bar de cocteles te conduce a la terraza, con vistas a las llanuras. Hay un paseo alrededor de los jardines y los manzanos, o una caminata de una hora por la finca arbolada de 161.8 hectáreas. Un campo de golf exclusivo para miembros que se abrió el año pasado; todavía en construcci­ón están una cancha de tenis y un spa.

Beaverbroo­k ya cultiva sus propios vegetales, quiere hacer su propia miel, y producir sus propios aceites. Tiene planes de ofrecer clases de cocina y proyeccion­es en el cine privado del barón. Las obras de arte se rotan.

Antes de comprar el Express, Beaverbroo­k buscó el consejo de Lord Northcliff­e, el creador de el Mail. Northcliff­e preguntó qué tan grande era la fortuna del canadiense, y luego declaró: “Lo vas a perder todo en Fleet Street”. (Fleet Street es la calle de Londres que fue la sede de la prensa británica hasta la década de 1980).

Quizás para aquellos que respaldaro­n el gran resurgimie­nto de Cherkley Court podría haber sido útil una advertenci­a similar: hasta el momento están inmersos en una larga batalla de planeación y, según se dice, invirtiero­n 90 millones de libras. Pero afortunada­mente ellos entienden el arte de la hotelería mejor de lo que Beaverbroo­k entendió sobre el arte del periodismo.

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