Milenio

DAVID CORTÉS 1 7encuentro, THE JOSHUA TREE TOUR (EN NUEVE IMPRESIONE­S) 2 4 3 6 8 9

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Todavía hay luz cuando Noel Gallagher y sus High Flying Birds suben al escenario. Allí, perdidos, hacen lo necesario para calentar la fría tarde. Una parte minúscula de la pantalla les es cedida para “acercarlos” al público. Afortunada­mente para ellos, el sonido es bueno, si bien no con la potencia que aflorará más tarde, sí les permite encarar dignamente el compromiso. Pero al grupo del mayor de los Gallagher, a pesar de contar con nuevas y sólidas composicio­nes, le son más celebradas las versiones a sus clásicos de Oasis. Suenan las notas de “The Whole of the Moon”, la canción de The Waterboys que utiliza U2 como intro y no ha terminado la resonancia de las últimas notas cuando la banda acomete, con potencia, “Sunday Bloody Sunday”. Es difícil no escuchar ese tema y sentir que están llamando a las armas; en “Bad” Bon o lanza su primer guiño a México y su reciente tragedia al parafrasea­r “Heroes” de Bowie. No hay falla, el audio es generoso, ideal, cada instrument­o se escucha con claridad, pero extrañamen­te las luces no se apagan del todo y la pantalla enorme —mil 40 paneles de video y 61 x 14 metros— está allí, muda, en blanco. Por razones de perspectiv­a, buena parte del público a niv el piso no ve absolutame­nte nada. Se sabe que la cuarteta está allí, pero permanece invisible durante las primeras canciones, un póker de ases medular no solo en la historia de la banda, sino del rock mundial. The Joshua Tree, quinto álbum de la banda con 30 años a cuestas, es el pretexto para estar aquí. Tal vez sea la producción más exitosa del cuarteto —nueve semanas número uno en Estados Unidos y dos números uno con un par de canciones, además de abrirles las puertas a los grandes estadios—, pero en realidad ese éxito se debe a la capitaliza­ción de lo construido en un par de trabajos previos: War y The unforgetta­ble fire. “When the Streets Have no Name” marca el inicio del segundo segmento de la noche. La transición de ese pequeño escenario al principal rememora la transforma­ción que a partir de 1987 vivió la agrupación. La pantalla por fin se enciende y, justo cuando uno espera tener acercamien­tos a The Edge, Bono, Adam Clayton y Larry Mullen Jr., en su lugar aparece la imagen de una larga carretera que parte a la mitad el desierto de ¿Mojave? Allí está el grupo, enmarcado por hermosas postales de paisajes naturales que pueden verse con frecuencia en cualquier documental de National Geographic. Finalmente, cuando el primer lado del álbum de marras está por llegar a su conclusión y suena “Bullet the Blue Sky”, la pantalla muestra imágenes de los integrante­s y se llega a ese impresiona­nte despliegue visual del cual han hecho gala en sus giras anteriores, aunque sin alcanzar la espectacul­aridad de las mismas. The Edge imprime tanta garra a su solo que está a punto de descoyunta­rse el hombro y uno no puede más que preguntars­e dónde quedó ese guitarrist­a con ganas de comerse el mundo, capaz de bordar solos incendiari­os y que en los últimos años perdió la ruta. L os fanáticos están de plácemes, pero incluso entre los feligreses de U2 hay grados. Si bien se anunció que parte del set list lo integraría la reproducci­ón íntegra de The Joshua Tree, no todos los aquí reunidos hicieron la tarea y cuando acaba el lado A y Bono anuncia que llegamos al lado B del casete y es hora de darle play, el ánimo general comienza a decaer. Ese lado B, que a juzgar por lo escuchado previament­e parece un relleno, es más flojo, no generó ningún éxito, nada que lo instalara en la memoria del fanático promedio de la banda. Además, las imágenes en la pantalla no dejan de ser apologétic­as del pueblo norteameri­cano, algo nada raro si se considera que el disco fue un “clavado” en las raíces de la música de Estados Unidos y por algo muy exitoso en ese país. Extraño que se hayan elegido imágenes tan locales para un grupo de ambiciones universale­s; extraño que una banda tan o, supuestame­nte, politizada, olvide los mensajes paralelos y la carga ideológica de los mismos. The Joshua Tree termina. Como el álbum, es un cierre anticlimát­ico, desvaído, opaco. Claro, cada quien hace la valoración de lo ocurrido hasta ahora y ésta depende de múltiples factores. Para unos es su primera experienci­a con la banda; otros llevan el registros de todas sus visitas a México, los menos han viajado grandes distancias para este pero lo cierto es que los conciertos masivos en los cuales se reproduce en su totalidad un álbum no son la constante. Funcionan en pequeños festivales, pero a juzgar por el sentimient­o, con sus excepcione­s, de quienes me rodean, esta ocasión la elección no fue muy afortunada. Por ello el regreso a los hits en el tercer segmento se recibe con renovada energía. U2 no habrá creado nada de excepciona­l valía desde hace un rato, pero bajo la chistera tiene temas suficiente­s para recomponer el ánimo. La cuarteta se sabe el protocolo, solo falta ponerlo en marcha, aunque nunca faltarán los inconforme­s que reclaman una u otra canción. El cierre es predecible. No es una práctica nueva la de Bono la de hacerse notar. Es el roquero que, probableme­nte, se ha retratado con más mandatario­s del mundo, aunque, curiosamen­te, en su arsenal de imágenes los presidente­s de izquierda sean los menos. Siempre oportuno, el sismo del 19 de septiembre le da la oportunida­d ideal para personific­ar al Mesías que desea ser. El despliegue de la bandera mexicana a todo lo largo de la pantalla y sus palabras de solidarida­d siempre serán bien recibidas. Quiero creer que lo hace de buena voluntad, pero igual podría hacerlo con menos publicidad, aunque el gesto perdería el sentido para él. Lo suyo, sencillame­nte, no es la discreción Bono no es U2, pero todo lo que hace afecta a la banda. Los haters no detestan la música del grupo, probableme­nte hasta les gusta, pues se trata de grandes canciones —sobre todo las de una primera etapa— de las cuales uno no puede escapar; pero cada vez que Bono abre la boca, salmodia y cree tener la verdad, cualquier estómago se retuerce. Tal vez nadie le ha dicho que es difícil impugnar y al mismo tiempo estar con el poder (o como dice un refrán: “Agita con la izquierda, pero cobra con la derecha”). Ya lo apuntó Harry Browne en Bono: En el nombre del poder: “No es nada personal, Bono, pero me temo que uno de los primeros pasos para buscar la justicia real es dejar de comprar el mensaje que nos estás vendiendo”. M

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