Mitológicas
Los disparates que se han escrito en la prensa mexicana sobre Cataluña son casi divertidos. A Raymundo Rivapalacio se le ocurre decir que “Franco nunca pisó Cataluña, la única región española cuyo activismo impidió una visita del dictador”. Muy interesante, salvo que es una mentira redonda, delirante. Ilán Semo cuenta que en el franquismo “se prohibió la lengua” catalana, y se persiguieron “todas las manifestaciones culturales propias”. No hay más remedio que preguntarse cómo pudieron seguir publicando en catalán Salvador Espriu, Josep Pla, Carles Riba, Lorenzo Villalonga, o cómo grabaron sus discos en catalán Raimon, Llach o Joan Manuel Serrat.
A casi todos les quedan de un lado “los catalanes” y del otro “España”, o sea, el franquismo. Resulta una epopeya —desagüe de un antihispanismo vergonzante. Y pasan por alto todo lo que ayudaría a entender lo que sucede. Pasan por alto que hay una fracción de la clase política catalana, que ha gobernado en Cataluña casi 40 años, con el apoyo de un aparato de propaganda mentirosa y xenófoba en la escuela, en los medios de comunicación, en la televisión pú- blica. Y que con menos de la mitad de los votos en la última elección han orquestado un golpe de Estado, quebrantando el estatuto de autonomía, con el apoyo en la calle de un movimiento fascista.
No es un adjetivo, sino una definición. Es un movimiento de masas de vocación belicosa, con una ideología de fundamento mítico, que afirma el primado absoluto de una comunidad étnica. Un movimiento que pone por encima de la ley la voluntad del pueblo, expresada en la calle. Un movimiento que combina el hostigamiento institucional, las amenazas, la desobediencia flagrante de las leyes, y una exhibición teatral de la voluntad popular como recurso de extorsión —como en su momento la Marcha sobre Roma. Y un movimiento que cuenta con un brazo armado, militante, fuera de la ley. No son “los catalanes”. Es la política, y en este caso una política muy desagradable. Convoca multitudes, sin duda: como todo fascismo.
En el segundo sótano, varios grados por debajo de la vergüenza, Porfirio Muñoz Ledo considera que la situación de Cataluña es equiparable a las de Namibia y Timor Oriental. M