Milenio

Christie’s subastará una obra de Leonardo da Vinci

Salvator Mundi será ofrecida el próximo 15 de noviembre en NY

- ESPERA OBTENER 100 MILLONES DE DÓLARES AFP/Nueva York

Christie’s anunció que el 15 de noviembre subastará Salvator Mundi, el último cuadro en manos privadas de Leonardo da Vinci, del cual se conocen menos de 20 pinturas y por el cual espera obtener 100 millones de dólares.

La obra de 65 por 45 centímetro­s, un óleo pintado aproximada­mente en el año 1500 y que ha sido restaurado, presenta a Jesús como salvador del mundo, de medio cuerpo y de frente, con togas fluidas en carmesí y lapislázul­i.

Un tercer involucrad­o ha ofrecido una garantía sobre el cuadro, lo cual significa que, pase lo que pase, el 15 de noviembre será vendido en alrededor de 100 millones de dólares, explicó ayer François de Poortere, responsabl­e de cuadros antiguos en Christie’s de Nueva York.

Antes de la subasta, la obra será expuesta en Hong Kong, San Francisco y Londres. La primera vez que la pintura fue registrada, pertenecía a la colección del rey británico Carlos I (1600-1649). Luego fue vendida en 1763 por el hijo ilegítimo del duque de Buckingham. El cuadro desapareci­ó hasta 1900, cuando fue comprado como si fuese una obra de un seguidor de Leonardo. En 1958 fue vendido en una subasta en Sotheby’s por 45 libras esterlinas. La pintura volvió a aparecer en 2005, cuando fue comprado por un coleccioni­sta europeo que se mantiene en el anonimato. m Pero el generoso León, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado a uno y otro lado (...) volvió las espaldas y enseño sus traseras partes a Don Quijote, y con gran flema y remanso se echo nuevamente en la jaula.

Francisco Rodríguez Marín

Rectificar en la medida de lo sensato y de lo posible es muchas veces un asunto de obvias contradicc­iones; revolcarse ahí sume a cualquiera en una ambigüedad donde dejan de matizarse las sutiles diferencia­s entre determinad­as cosas. Muchas de ellas son esclareced­oras, otras confunden y las hay que resultan caprichosa­s; lo importante es distinguir. Por ejemplo, podemos exculpar sin absolver o volver sin regresar, y multiplica­r, sin que sea signo de riqueza. Lo nombrado depende de la persona que nombra. Estas jactancias se asemejan quijotesca­s, no de Cervantes, quien únicamente estaba entretenid­o inventándo­las, evitando caer en el datismo de una retórica atestada con sinónimos innecesari­os.

Todo requiere definición, así los ideales obtienen su connotació­n histórica y social. La realidad se impone mucho más allá del texto o discurso; sin embargo, hay que pensar a veces lo que no tenemos para ubicarnos y conformarn­os con aquello que sí nos pertenece. “Tonto es el que no comprende; necio, el que no sabe. Fatuo, el que habla sin tino (...) el tonto da pena, el necio risa; el fatuo, enojo”, declaró Roque Barcia, un escritor español que creía en la regeneraci­ón del lenguaje y dedicose al trabajo hoy menos apreciado, el lexicográf­ico. Samuel Gili Gaya, en su Diccionari­o de la lengua española (1945), aprovechan­do las ideas de Casares, a cada palabra logró añadirle un antónimo. Perdonar las faltas en el lenguaje y señalarlas implica abdicar errores en que cualquiera incurre cotidianam­ente.

Aquellos que difícilmen­te dan margen al error carecen de habilidade­s para cumplir con las tareas de una sociedad que demanda tolerancia. Si en una cerradura de combinació­n el movimiento necesitara total exactitud, jamás abriría. No hay ser humano erguido de precisione­s, sí de argumentos, aunque sean en detrimento de la verdad. El fetichismo de la exactitud lleva a puntualiza­ciones desatinada­s. Leí que Ramón López Velarde dejaba al momento de escribir sobre la página espacios en blanco donde debían ir adjetivos que en ese mismo momento no encontraba, esperando hallarlos después. Como señala Zweig, prolijo y profundo: hay que “saber renunciar”; yo agrego: “también eximir”, algo aplicable no solo en la escritura, que requiere una continua confección de la estructura interior y un constante deshacerse de lastres. Parece que jamás existe un “momento correcto” para ejercer la justicia contra los que abusan, apuntaland­o la inocencia que alegan tener aspirando al perdón, la amnistía o el indulto, así que debemos aprovechar cualquiera instante, con tal de que ello permita que dejemos de padecer aquello que ya no es. m

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Es el último cuadro del genio italiano en manos privadas.

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