El que acusa debe probar
En alguna ocasión le he sugerido que si quiere que hablen bien de usted, espere a estar muerto; y si quiere que hablen mal, busque ser candidato para un cargo de gobierno.
Es lícito y necesario que quien decide participar —o participa— en política, o por otras razones tiene relevancia social, quede sometido a un escrutinio mayor que el resto de los ciudadanos. La acreditación del origen lícito de su patrimonio es exigencia social y legal ineludible.
Esto es así porque resulta necesario que se conozca pública e inequívocamente cuál ha sido y es su comportamiento, para imaginar con el mayor grado de certeza cuál es realmente —o será— su actuación en el desempeño de sus responsabilidades, y cómo impactará su conducta en lo que a todos nos atañe.
Lo que debemos rechazar, enérgicamente, es mantener con vida el viejo adagio que reza: “calumnia que algo queda”.
Ese proceder es inmoral, cobarde y tramposo. La sociedad debe detestar tal vileza, provenga de políticos, comunicadores, organismos sociales o ciudadanos de la calle. Esa práctica incesante en tiempos de campañas pervierte de raíz la sana convivencia democrática.
Así son muchas “investigaciones”, “informaciones” y “denuncias”. Entrelazan hechos probados, apreciaciones subjetivas y mentiras totales. Esos infundios, esparcidos directamente o a través de plumas pagadas, se convierten en veneno puro, que pierde generalmente sus efectos al concluir los procesos comiciales, pero el daño injusto ya se produjo. Acreditar la pertenencia o posesión de determinados bienes en favor de un adversario, no conlleva necesariamente a que éste sea corrupto. El que prevalezca una pudrición insoportable en la vida pública y en las relaciones privadas, que debe combatirse sin tregua ni excepciones, no convierte en ética la denuncia ligera, mentirosa y artera contra persona alguna. En todos los casos se aprecia de manera evidente su propósito avieso. La mera difamación y el linchamiento mediático son conductas obscenas que deben desterrarse.
No basta la existencia de un patrimonio personal o familiar para propalar la especie de que fue producto de corrupción. El que acusa debe probar y solamente los jueces pueden sentar a los gobernados en el banquillo de los acusados.
Por lo demás, las conductas ajenas, de parientes o amigos, únicamente a ellos los honra o deshonra.
Finalmente, hay que repetirlo: nadie es honesto por ser pobre ni sinvergüenza por ser rico. No es virtuosa la pobreza de haraganes y depravados; y hay fortunas bien habidas y bien empleadas. El culto a la pobreza suele ser discurso de tartufos que viven de los pobres, pretendiendo acreditar la honestidad de la que carecen; pero LA HONESTIDAD ES UNA VIRTUD QUE NO SE TASA SEGÚN LA CUANTÍA DE LOS PATRIMONIOS. M