CARLOS VELÁZQUEZ: EL EFEBO SALVAJE DE LAS LETRAS
Carlos, ¿cómo surgen en tu mentecilla diabólica los cuentos? Cuando comencé a leer a John Cheever me di cuenta de que lo que me rodea es una veta de historias. La mayoría de sus cuentos son sobre la vida cotidiana en los suburbios y sus temas son muy cercanos a mí: matrimonios que se derrumban, relaciones sentimentales conflictivas, la soledad, el temor a la muerte, etcétera. Después de La biblia vaquera, que es un libro menos realista, decidí escribir cuentos sobre personas que hacen de todo menos cosas extraordinarias. Seres humanos comunes y corrientes. Empecé a fijarme en todas las cosas que tenía alrededor y comencé a escribir los relatos basados en la estructura clásica del cuento americano: planteamiento, clímax, desenlace y final sorpresivo. Todas las palabras, todo lo que los personajes hacen, deben estar encaminados al final.
Por ejemplo, el que da nombre a mi nuevo libro, La efeba salvaje, está inspirado en un comentarista deportivo de La Laguna y en un personaje muy actual, que es “la chica del clima” (el pronóstico del clima es el nuevo table, la nueva pasarela). Estas dos personalidades tan fuertes se ven de pronto enfrentadas. ¿Qué sucede? Es lo que me toca imaginar. Al igual que con los vendedores de productos milagro, los celosos, los apostadores, los cocos, los Ned Flanders que son tus vecinos o tus compañeros de trabajo... Tu lenguaje es igual de cotidiano, como se habla en el día a día. El lenguaje de mis personajes siempre se va actualizando. La chica del clima dice “obvi”, y eso hace diez años habría sido impensable. La lengua se está transformando constantemente, surgen nuevos vocablos, se inventan palabras, los neologismos se vuelven a formar en base a otras expresiones y yo trato de hacer del lenguaje popular mi materia prima. Me recuerdas a José Agustín, que en su momento, con La Tumba y De Perfil, hizo del lenguaje coloquial su aliado. José Agustín fue una influencia muy grande al principio de mi carrera. Me han dicho que el primer cuento de “La efeba”, el de la chica nazi, les recuerda a “¿Cuál es la onda?”, de José Agustín, donde una pareja se conoce y va de motel a motel hasta que terminan en un taxi escuchando La hora nacional. En mi historia, un tipo conoce a una nazi en la Ciudad de México, días previos al Mundial, y les suceden una serie de cosas hasta que se separan. La estructura es semejante, aunque aquí el encuentro se va desmoronando más que afianzándose. Tú, que tan bien escribes de comida, tenías que tener un personaje como el hombre que engorda por amor y no por comer. Su patología es inversa a la común: la mayoría de las personas cuando sufre desamor o rechazo por parte de sus parejas tiende a deprimirse y perder peso; éste come y tiene éxito con las mujeres, porque mi gordo no es cualquier gordo: es un pinche gordo galán. Ese cuento me divirtió mucho. ¿En qué punto crees que se encuentra hoy en día el cuento en México? La risa siempre ha estado muy cercana a mi entorno. Empecé a leer a José Agustín, que es muy divertido, así que cuando escribí, no había otra manera de hacerlo que asociándolo con el humor. Nunca me lo propuse, pero gané un público joven muy rápido. Hay muchos que me siguen porque se sienten identificados con lo que yo hago. Mis historias no están definidas por un rango de edad, lo cual ayuda. ¿A qué crees que se deba que la crítica te considere la revelación de las letras del norte? Siempre he tenido la intención de mantenerme alejado de eso y no tomármelo muy en serio. Hay morros que la crítica alaba en exceso y termina destruyéndolos. Es irresponsable, porque deberían darle chance a la raza de que haga su trabajo. Yo no me considero acabado como escritor. Aún estoy aprendiendo, aún tengo mucho que dar y explorar. No quiero publicar por publicar. Lo más importante es que te diviertas cuando escribes; si te la pasas bien, no hace falta nada más. Si tú te diviertes, el lector se divierte y el libro se vende. M