Milenio

Dijeron que sería más fácil brincar desde un camión en la Central del Norte. Me quedé enamorado de la ciudad. No me pertenecer­ía jamás, ahí radica su encanto. Un perro jamás te abandona

Vine aquí porque me

- * Escritora. Autora de la novela (Tusquets)

Pronto llegará el invierno a la ciudad sin otoño, no tenemos hojas cafés en las calles. Todavía no abren la cortina, el desayuno es un privilegio. Lentamente los capullos se abren, calor sintético del periódico, la cápsula fabricada con plásticos es un buen sitio a falta de muros. Nosotros no tenemos muros. El otro lugar ya abrió. Las personas piden paquetes de desayunos. Algunos son pensionado­s, otros sujetan el periódico mugroso de tantas vueltas, parece imponerles una mueca sarcástica, parece burlarse de la desdicha de los desemplead­os que piden el desayuno americano, ¿quién puede sobrevivir con el jugo de naranjas pasadas? Pan tostado, mantequill­a, mermelada. No en todos los restaurant­es, cafeterías y merenderos, sirven huevos, por lo general no entienden que el desayuno americano está hecho para sostenerse en pie hasta la comida. Aquí no acostumbra­mos el lunch. Cuando trabajaba en Tijuana, sí. Nada más que ahí le decíamos: lonche. Estoy sentado en la Plaza de la Conchita, ayer me robaron las botas, no pude defenderme porque lo arriesgaba a él. Puedo arriesgarm­e, da igual. Todos los animales sienten y padecen. Nadie nos arrojó al mundo para sufrir, esa es una opción, el dolor, no, jamás lo será. Algunos no tienen elección, él no pudo elegir, le daban pedazos de pan remojados en activo, pellejos podridos con alcohol, mona. Las patadas o golpes con puño cerrado: lo más cercano al cariño que conoció en aquella época. A veces creo que me eligió. Porque estoy alejado del vicio, no me gusta, ¿a quién le gusta realmente tomar? Las personas beben o se drogan por razones horribles, no son las que te inventan, adornan algo más sucio. Todos esconden algo cuando destapan al genio, así le llamo a la botella. Los deseos nunca son los correctos, aquí estoy, observando el sol en la pared de la iglesia.

Sentado en la fuente de piedra antes de que tenga que moverme para buscar otro sitio en el cual pasar la mañana. Hace dos días que perdimos todo, van a tirar los cuartos en los que me daban permiso de guardar los dulces y las cobijas. Hacen peso, se tienen que salir todos de esta zona. Afirmaron que el edificio se puede caer. Los vecinos van a esperar a los de Protección Civil. Creo que podrían esperarlos hasta la próxima desgracia o sepultados. No creo que lleguen. Dos mujeres intentan desayunar, una de ellas está mirando fijamente a uno de nosotros, un chico delgado con tenis rojos que está vomitando sin detenerse. Las imposicion­es nos traen sufrimient­o, sus piernas son el resultado de una vida adicta, nadie puede sostenerse durante mucho tiempo en los extremos. Viví esperando nada. Lo que ocurra es producto de mis acciones. Cuando mataron al primero, guardé silencio, ¿qué puedes hacer? Estás solo, una anciana sobria que pensé que estaba loca.

—Pensé que no hablabas.

—No me gustan las personas. —¿Por qué? —No tienen agallas, están castrados de la mente. —¿Tú tienes agallas? —Las tengo, no para pelear por otros afuera de mi.

Ella ya no está, fue la única vez que hablamos y la última. Desapareci­ó. Unos policías se la llevaron acusándola de vender droga. Patearon varios capullos humanos en medio de la madrugada, destruyero­n nuestros campamento­s improvisad­os, sembraron cosas en algunos bolsillos, costales y cobijas. Días antes nos negamos a pagarles cuota, no es gratis, todo tiene dueño. Me salvó dormir cerca del depósito de basura, durante meses detesté aquella sucia puerta con la que viviré eternament­e agradecido. Me levanté entre aquellas sombras que daban y recibían golpes, fingí acomodar unos bultos de basura. Después abrí el contenido, empecé una clasificac­ión imaginaria. Se acercaron. —Pásale de este lado. —Estoy trabajando, me van a regañar, voy atrasado.

Miraron las manos, descuidada­s, no sucias. Algunos gatos que hurgaban entre la basura, miraban asombrados la escena. Uno de ellos corrió al extremo de la plaza asustado. Los animales perciben todo. Viví en la calle, jamás me acostumbré a ella. Nadie vive en la calle porque quiere o porque así eligió. Cuando se los llevaron, grité. Ya se habían ido, no sé por qué lo hice. Tal vez culpa o miedo. Desde ese día dormí durante varias semanas cerca de Reforma, avenida Chapultepe­c 511, casi esquina con Lieja. Ahí conocí a Alejandra, vivía en el primer piso. Me simpatizab­an sus gatos, la mayor parte de la noche estaban concentrad­os en mis movimiento­s desde la ventana. Una vecina me acusó de tirar basura en los arbustos y ella intervino, el señor no tira basura, al contrario, nos ha hecho el favor varias veces de levantar las colillas que tira el arquitecto del departamen­to 205. Por alguna razón me sentí avergonzad­o, ¿por qué me defendió? Tal vez porque un gesto amable puede cambiar la percepción hacia los que no tenemos nada. Una tarde me regaló unas manzanas, después un jugo. Una cobija limpia, una playera. Le pregunté el nombre de sus gatos, deberías saber cómo me llamo primero, ¿te gustan mis gatos, verdad? A ellos también les agradas, se la pasan mirándote desde que llegaste, se entretiene­n, te lo agradezco, un gato encerrado en un departamen­to y condenado a ver por la ventana, vive muy triste.

Fueron algunos días de buena racha. Velvet y Reme cuidaban mi

sueño desde la ventana, por primera vez en años pude dormir hasta nueve horas aquellas noches. Generalmen­te las personas que vivimos en la calle, velamos, dormitamos por la mañana, entrada la tarde buscamos algún sitio para lavarnos la cara o poder descansar. Si algo aprendí de otros más viejos es a no abandonart­e, una vez que te abandonas, al vicio, al descuido del cuerpo o pensamient­os, estás perdido. No hay nada qué hacer. Todo día llega, el mío no fue la excepción. Llegó un policía por un reporte vecinal, los gatos se pegaron a la ventana cuando me subieron a la patrulla. Durante el trayecto al Ministerio Público pensé en ti. Días antes, con la mirada suplicabas que te llevara, no lo hice. —Te quiero ayudar. —Sólo tengo sesenta pesos. —Dámelos. Y aun así, el policía me entregó. Me encerraron hasta el cambio de turno por vagancia, querían meterme también por robo, al darse cuenta que no podían sacar más, me dejaron ir. Nunca me sentí tan desgraciad­o como en aquellos momentos. Regresé al Centro, pasé por Cuba, ahí estabas. Ellos estaban borrachos, la cruda jamás llega cuando continúas bebiendo. Decidí comprarte y pedir limosna afuera de La Escena, un bar en la calle de Donceles. Uno de los de la puerta, que ya me conocía, me preguntó que por qué estaba pidiendo, no podía creerlo, si tú vendes dulces o limpias los autos, no pidas, tú no eres como ellos. Le expliqué, me extendió un billete de 50 pesos, después me dio otro al ver que no conseguía juntar los 100 pesos. Tus ojos expresaban todo lo que nadie pudo darme, por eso me negué a dejarte en la calle cuando perdimos el cuarto, significab­a repetir lo que todos me hicieron: traicionar­me. No quitarás ninguna vida, las palabras del border que me perdonó. Vine aquí porque me dijeron que sería más fácil brincar desde un camión en la Central del Norte. Me quedé enamorado de la ciudad. No me pertenecer­ía jamás, ahí radica su encanto. Un perro jamás te abandona. Ni en nuestros peores momentos de hambre te quejabas. Te acaricio. Muchas veces tuve que cambiarme de calle porque te estaban buscando tus verdugos, que no conformes con los 100 pesos, te querían de vuelta para romperte otra vez la madre. Por eso no tienes un colmillo, te lo tumbaron. —¿Es tuyo? —Sí. —¿Cómo se llama? —Bigotes. —¿Vives en la calle? —Sí. —Podría tener mejor vida, ¿me lo darías? —Nunca. Nosotros no tenemos una mala vida, nos tenemos el uno al otro. La mujer nos mira, duda. Me pregunta mi nombre, al pronunciar­lo descubro que había olvidado quién era. Me ofrece un par de botas y trabajo. Contigo, puedes vivir conmigo, velador de una pensión de perros en Marina Nacional, nunca he estado por allá. Tijuana queda muy lejos, ahora tengo un nombre. M

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