Dizzy Gillespie, gran genio del jazz y el buen humor
Juguetón y desparpajado, el trompetista estadunidense siempre tuvo una actitud de respeto por la música, a la que dedicó su vida
Murió el Día de los Santos Reyes: el 6 de enero de 1993. Ese día se silenció la magia del soberano del bebop: las vibraciones de su trompeta retorcida, la fineza de su toque en las baladas, la crudeza del blues, las cadencias de sus incursiones en las músicas cubana y brasileña y su contagioso sentido del humor.
Además de ser uno de los líderes del bebop, Dizzy Gillespie impulsó el surgimiento del jazz latino y su encuentro con la música brasileña. Resultaba una delicia escucharlo en concierto: no solo para testificar sus virtudes, sino para disfrutar de su saludable humor.
En honor al centenario de su nacimiento, que hoy se celebra, recordemos su generosa sonrisa, su don de gente y algunas anécdotas de quienes vivieron de cerca sus ocurrencias y su manera de prodigar su musicalidad.
El crítico e historiador Nat Hentoff tuvo una larga amistad con Dizzy y en sus libros y artículos cuenta muchas anécdotas. Por ejemplo, cuando en 1955, antes de un concierto en Houston, él y otros músicos fueron detenidos por la policía por jugar cartas en los camerinos, aunque en el fondo estaba el hecho de que el promotor había quitado unos anuncios que dividían el auditorio en blancos y negros. Luego de tensas negociaciones, fueron liberados. Al salir de prisión los periodistas le preguntaron su nombre a Dizzy, quien respondió sin inmutarse: “Louis Armstrong”.
En la página oficial del trompetista se recoge un texto de Michael Bourne donde cuenta varias anécdotas, como cuando lo invitó a su cuarto de hotel y en cuanto empezó la telenovela As the World Turns simplemente lo ignoró y se dedicó a ver la televisión como un niño. “Le empezó a hablar a la televisión —refiere el periodista—: ‘Oh, el doctor Bob es tan bueno’ (...) En un momento dado se levantó y le gritaba a la televisión: ‘¡Esa perra! ¡No puedo creer que esa perra haga eso!”.
El baterista Michael Carvin le contó a Bourne que en una ocasión a las cuatro de la mañana tocaron la puerta de su cuarto de hotel, y al abrir vio a Dizzy Gillespie totalmente desnudo en el pasillo. “Tengo este gran ritmo”, le dijo el trompetista, y lo ejecutó con las palmas de las manos. Lo único que atinó a responder el baterista fue: “Es grandioso, Diz, toquemos algo mañana con eso”, mientras veía alejarse el cuerpo desnudo. Hentoff cuenta que cuando Jimmy Carter era presidente de Estados Unidos se realizó un festival de jazz en la Casa Blanca. Al final, el trompetista lo convenció de cantar con los músicos “Salt Peanuts” (cacahuates salados), un gesto de buen humor del músico —y del presidente—, ya que su familia había hecho fortuna con sus plantaciones de cacahuate.
Cada encuentro con Paquito D’Rivera, quien heredó su sentido del humor, es una anécdota sobre Dizzy. Como cuando fue por primera vez a La Habana: “Se apareció en la bodega de la esquina de mi casa —relata el saxofonista—. Yo no estaba y me dejó un mensaje en una bolsa de papel: We have been looking for you. ¿Dónde estabas? Así, como en espanglish. Cuando voy a la esquina me preguntan: ‘¿Recibiste la nota? Aquí estuvo un negro vestido de Sherlock Holmes’. ¡Coño —dije—, tiene que ser Dizzy Gillespie!”.
Juguetón y desparpajado, Dizzy, el hombre de la generosa sonrisa, siempre tuvo una actitud de respeto por la música. Como alguna vez dijo: “Hay hombres que han muerto por esta música. No puede haber algo más serio”. m