Mexit: México fuera del TLC
Imaginemos el primer trimestre del próximo año. El gobierno del señor Trump anuncia que Estados Unidos se retira del TLC. Es un año electoral en EU, y los republicanos necesitan ganar el mayor número de asientos en la Cámara de Representantes y las 33 senadurías en juego en noviembre de 2018. Como sucedió en la campaña de 2016, atacar el TLC es rentable. A la salida forzada de México de este acuerdo le llaman Mexit. ¿Qué pasaría? ¿Sería la debacle económica de México? De entrada, habría una devaluación del peso. Hasta un 30 por ciento aproximadamente. Es decir, llegaría hasta 25 pesos por dólar. No sería una devaluación a la López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas o Ernesto Zedillo (de 100 o más por ciento de un día para otro), porque el mercado cambiario ya facturó esta posibilidad los últimos dos años.
De cualquier forma, esta devaluación controlada perjudicaría a los importadores y consumidores mexicanos, pero beneficiaría de inmediato a los exportadores y a sectores como el turismo y a ciertos productos agrícolas y ganaderos, que tendrían precios competitivos o de ganga.
Otro sector afectado serían los trabajadores que dependen directamente del TLC. Alrededor de 6 millones de empleados y trabajadores mexicanos. No todos se irían a la calle, pero sí un millón de ellos perderían su empleo los tres meses siguientes, aumentando el número de pobres.
Aquí habría que trabajar en la reconversión laboral. La mayoría es mano de obra calificada y entrenada con altos estándares de calidad. Su manufactura es de “clase mundial”. Es decir, si no producen para Estados Unidos, lo pueden hacer para Alemania, China, Japón, Brasil, Francia, etcétera. Además, por la devaluación del peso, los productos mexicanos de clase mundial, compensarían cualquier arancel impuesto en Estados Unidos, que no podría ser mayor de 3.5 por ciento, de acuerdo con las reglas de la Organización Mundial del Comercio.
Pero el principal cambio que tendría que realizar México sería en la orientación de su producción y de su mercado. Ahora sí, tendría que hacer lo que no hizo en dos décadas, porque el TLC llevó a la economía nacional a una dependencia confortable, donde el comercio desplazó a la industria, al campo y al sector no comercial de servicios, como el financiero y el educativo. México deberá voltear al mercado interno y desarrollar una política propia en materia industrial, comercial, bancaria, energética, agropecuaria, telecomunicaciones y de infraestructura orientada a satisfacer a la población. Sin la presión de mantener una mano de obra permanentemente barata (única “ventaja comparativa” que pudo sostener México frente a Estados Unidos y Canadá), los salarios de 60 por ciento de la población económicamente activa podrían subir cada año conforme a la inflación y la productividad, dinamizando de manera notable el mercado interno.
En otras palabras, podría acabarse el TLC, pero no México. Simplemente habría que reconvertir su economía, diversificar sus exportaciones y hacer lo que hacen los países desarrollados: globalizarse en función de sus intereses nacionales estratégicos.
Por último, la cancelación del TLC daría un empujón político en la elección presidencial mexicana a aquellos candidatos que presenten la mejor alternativa para recuperar el mercado interno, sin dar la espalda a la globalización. M