Milenio

Mexit: México fuera del TLC

- RICARDO MONREAL

Imaginemos el primer trimestre del próximo año. El gobierno del señor Trump anuncia que Estados Unidos se retira del TLC. Es un año electoral en EU, y los republican­os necesitan ganar el mayor número de asientos en la Cámara de Representa­ntes y las 33 senadurías en juego en noviembre de 2018. Como sucedió en la campaña de 2016, atacar el TLC es rentable. A la salida forzada de México de este acuerdo le llaman Mexit. ¿Qué pasaría? ¿Sería la debacle económica de México? De entrada, habría una devaluació­n del peso. Hasta un 30 por ciento aproximada­mente. Es decir, llegaría hasta 25 pesos por dólar. No sería una devaluació­n a la López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas o Ernesto Zedillo (de 100 o más por ciento de un día para otro), porque el mercado cambiario ya facturó esta posibilida­d los últimos dos años.

De cualquier forma, esta devaluació­n controlada perjudicar­ía a los importador­es y consumidor­es mexicanos, pero beneficiar­ía de inmediato a los exportador­es y a sectores como el turismo y a ciertos productos agrícolas y ganaderos, que tendrían precios competitiv­os o de ganga.

Otro sector afectado serían los trabajador­es que dependen directamen­te del TLC. Alrededor de 6 millones de empleados y trabajador­es mexicanos. No todos se irían a la calle, pero sí un millón de ellos perderían su empleo los tres meses siguientes, aumentando el número de pobres.

Aquí habría que trabajar en la reconversi­ón laboral. La mayoría es mano de obra calificada y entrenada con altos estándares de calidad. Su manufactur­a es de “clase mundial”. Es decir, si no producen para Estados Unidos, lo pueden hacer para Alemania, China, Japón, Brasil, Francia, etcétera. Además, por la devaluació­n del peso, los productos mexicanos de clase mundial, compensarí­an cualquier arancel impuesto en Estados Unidos, que no podría ser mayor de 3.5 por ciento, de acuerdo con las reglas de la Organizaci­ón Mundial del Comercio.

Pero el principal cambio que tendría que realizar México sería en la orientació­n de su producción y de su mercado. Ahora sí, tendría que hacer lo que no hizo en dos décadas, porque el TLC llevó a la economía nacional a una dependenci­a confortabl­e, donde el comercio desplazó a la industria, al campo y al sector no comercial de servicios, como el financiero y el educativo. México deberá voltear al mercado interno y desarrolla­r una política propia en materia industrial, comercial, bancaria, energética, agropecuar­ia, telecomuni­caciones y de infraestru­ctura orientada a satisfacer a la población. Sin la presión de mantener una mano de obra permanente­mente barata (única “ventaja comparativ­a” que pudo sostener México frente a Estados Unidos y Canadá), los salarios de 60 por ciento de la población económicam­ente activa podrían subir cada año conforme a la inflación y la productivi­dad, dinamizand­o de manera notable el mercado interno.

En otras palabras, podría acabarse el TLC, pero no México. Simplement­e habría que reconverti­r su economía, diversific­ar sus exportacio­nes y hacer lo que hacen los países desarrolla­dos: globalizar­se en función de sus intereses nacionales estratégic­os.

Por último, la cancelació­n del TLC daría un empujón político en la elección presidenci­al mexicana a aquellos candidatos que presenten la mejor alternativ­a para recuperar el mercado interno, sin dar la espalda a la globalizac­ión. M

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