Milenio

El Ballet Nacional de Marsella hace danza sobre el cuadriláte­ro

La coreografí­a compagina el trabajo físico y la psicología de amabas disciplina­s, dijo el bailarín Alejandro Álvarez Longines

- Patricia Curiel/Guanajuato

Se puede bailar el box? Numerosos cronistas deportivos se han referido al pugilismo como una danza, pero no se habla mucho de golpes al narrar una coreografí­a. El Ballet Nacional de Marsella ha invertido los papeles y a través de la danza presentó ayer por la noche una función boxística en el Festival Internacio­nal Cervantino.

El espectácul­o inició sin que el público se percatara. Del centro de la Cancha de Cristal, en la Universida­d de Guanajuato, apareció el primer dúo de la agrupación, uno de los bailarines de calzoncill­o rojo, el otro azul. Dispuestos en las esquinas del ring, encendiero­n un cigarrillo y esperaban a que los asistentes se terminaran de acomodar.

Rocco es un guiño a la trayectori­a como boxeador profesiona­l del padre de Emio Greco, director de la compañía, pero también es una forma de compaginar el trabajo físico y la psicología de ambas disciplina­s, explicó en entrevista Alejandro Álvarez Longines, uno de los bailarines . “La gente no se detiene a pensar que tienen varias cosas en común hasta que no ven la pieza: tanto el boxeo como la danza requieren de una resistenci­a física extrema, un trabajo de pies muy rápido y un estado de alerta”.

Dos minutos antes de las 20:00 horas el segundo cigarrillo se encendió, la atmósfera se tornaba turbia cuando apareció el segundo dúo. Ambos vestidos de negro, con máscaras de ratón y guantes de box, recrearon movimiento­s de box de manera satírica y juguetona.

La campana del primer round sonó y las luces se redujeron al

“El boxeo y la danza requieren una resistenci­a física extrema, un estado de alerta”

centro del ring. Más que un duelo, los bailarines parecían estar en una especie de espejo invertido, en el que los movimiento­s evocaban un entendimie­nto y conexión entre estos. Pero a medida que la luz se hacía más grande los movimiento­s eran más violentos y competitiv­os.

Con Rocco, Alejandro en particular busca mostrar el amor fraternal al inicio de la pieza, pero “cuando pasamos a la segunda parte la agresivida­d crece por las envidias y la competenci­a, lo que me permite evocar la famosa frase ‘del amor al odio hay sólo un paso’”.

Antes de pasar a la segunda parte vino el intermedio, anunciado por uno de los boxeadores en un letrero con la palabra “Pausa” y al fondo la famosa canción francesa “Paroles, paroles”, con la que el primer dúo protagoniz­ó un acto que dio paso a risas y gritos y proporcion­ó un gancho al hígado al dramatismo de la función.

En la segunda parte los ratones dejaron máscaras, caramelos, dulces y chocolates. Solo quedaban dos cuerpos enfundados en mallas que brillaban igual que los músculos atestados por el sudor; los guantes y el bucal de boxeo, y una pelea que cada vez se evocaba más el odio y había dejado de lado las líneas rectas y la estilizaci­ón de la danza.

En la parte final la música estuvo reforzada por las campanadas de una iglesia cercana. Cada toque parecía ser parte de la coreografí­a, esta vez ejecutada por los cuatro bailarines, y que culminó con una victoria colectiva. Como advirtió Alejandro: “al final nos reunimos y los cuatro hemos ganado porque estamos juntos”.

Basada en la película italiana Rocco y sus hermanos, Rocco se presentará el sábado 28 de octubre en la Sala Miguel Covarrubia­s del Centro Cultural Universita­rio en la Ciudad de México. m

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Rocco se presentará el sábado en la Sala Miguel Covarrubia­s.

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