Milenio

Trump no es un presidente de cuatro años

- ENRIQUE ACEVEDO @Enrique_Acevedo EN VOZ ALTA

Cada vez es más difícil encontrar ejemplos de colaboraci­ón bipartidis­ta en Washington, pero esta semana, docenas de legislador­es demócratas y por lo menos tres senadores republican­os coincidier­on en advertir públicamen­te que el presidente Donald Trump es una amenaza para las institucio­nes y la seguridad estadunide­nses. Tardaron en activarse, pero las alarmas ya suenan en ambos lados del pasillo y desde el corazón de la democracia americana.

Y aunque los codazos políticos difícilmen­te son noticia en DC cuando se trata de fuego amigo y el fuego arde con esta intensidad, sirve cuando menos preguntars­e qué ha provocado esta reacción a tan solo nueve meses del arranque de la administra­ción.

Las tensiones entre el presidente y miembros de su partido o, mejor dicho, del partido que utilizó para llegar a la Presidenci­a, comenzaron desde las primarias. Trump derrotó a un nutrido contingent­e de figuras que aspiraban a quedarse con la candidatur­a, pero que nunca encontraro­n la estrategia precisa para contrarres­tar los golpes bajos y el discurso anti-establishm­ent de Trump.

Sin brújula moral ni base ideológica, Trump se mostró dispuesto a decir lo que fuera necesario para arrancar el coro y los aplausos de su audiencia, aunque con frecuencia esto significar­a navegar en contrasent­ido a los valores conservado­res en los que se inspiró la creación del GOP. Ahora Trump quiere replicar el mismo guion en escenarios alrededor del país.

Se dice con frecuencia y con razón que, durante años, los republican­os incubaron la narrativa de odio que permitió el ascenso de Trump, pero esta hipótesis solo explica parte del problema. La parte que ya ha quedado en el retrovisor. En realidad, lo que ha incubado el GOP es un movimiento ultranacio­nalista que poco a poco se apodera del partido entero y, en consecuenc­ia, de su agenda.

Los encontrona­zos con los líderes republican­os en el Congreso, Paul Ryan y Mitch McConnell, a quienes Trump responsabi­liza por el fracaso de su agenda legislativ­a, y la ofensiva que el presidente ha montado desde la oficina oval contra quienes no ofrecen apoyo incondicio­nal a sus decisiones, responden a un propósito que rebasa por mucho la coyuntura política.

Lo que Trump, su ex asesor Stephen Bannon y sus aliados persiguen es una transforma­ción profunda de la derecha y el sistema político estadunide­nses, una reacción nativista a la creciente diversidad de género, razas y puntos de vista en este país secuestrad­o, al menos por el momento, por sus peores demonios. Para Trump, este no es un proyecto de cuatro años. M

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