Milenio

Jugando con fuego…

- JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ LIMA

Primero fue la campaña de mentiras contra Morena: Que si nos llevará a una situación como la de Venezuela. Que si López Obrador es enemigo del Ejército mexicano. Que si los empresario­s y los creyentes vivirán acosados. Calumnias sin fundamento.

Después, los voceros del grupo Atlacomulc­o enfocaron sus baterías hacia sus antiguos aliados: el PAN y el PRD. Ricardo Anaya ha sido su blanco, porque el grupo en el poder no acepta el llamado Frente Ciudadano por México que ha promovido el queretano. Tampoco la ubicación del PRI en el tercer lugar de las preferenci­as electorale­s. A toda costa quiere pulverizar a la oposición, siguiendo la estrategia de pizarrón que los llevó al fraudulent­o triunfo en Toluca.

Al antiguo aprendiz lo han acusado de todo, dándole una sopa de cómo trata la mafia a quién intenta desobedece­r sus reglas de subordinac­ión.

Después siguió Barrales, a quién señalaron poseedora de mansiones. Solo les ha faltado Movimiento Ciudadano, a quienes les reservan un “Jarabe tapatío”.

Hace días los ataques contra los enemigos del PRI, reales o imaginario­s, arreciaron. Primero fue el cese arbitrario e ilegal del fiscal electoral Santiago Nieto. Después, el encarcelam­iento del líder del PT en Aguascalie­ntes.

El escándalo resultado de estas acciones paranoicas y desproporc­ionadas ya ha salido de nuestras fronteras y tiene al Senado dividido y enfrentado. Asimismo, toda la oposición política, importante­s organizaci­ones de la sociedad civil, la Iglesia católica, la Coparmex y el Consejo Coordinado­r Empresaria­l han reaccionad­o con disgusto y preocupaci­ón. ¿Y qué está atrás de todo esto? ¿El temor a que se destape el escándalo Odebrecht? ¿El deseo de instaurar la monarquía absoluta de los atlacomulc­as?

En medio de una economía, apenas sostenida con alfileres, con miles de damnificad­os durmiendo en las calles, la popularida­d del Presidente por los suelos y la inconformi­dad social creciendo, la sensatez y la prudencia aconsejarí­an dar garantías a los ciudadanos para que canalicen sus inconformi­dades pacíficame­nte, a través de procesos electorale­s imparciale­s.

Pero no, el gobierno está haciendo lo contrario: jugando con fuego en medio de un polvorín. M

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