Milenio

Años trabajando en la tintorería de la familia Márquez Loyo, apagó la máquina antes de que el edificio de Prolongaci­ón Petén 915 se derrumbara durante el sismo del pasado 19 de septiembre

Miguel, quien llevaba 12

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El edificio comenzó a desmoronar­se. Fabiola, que estaba en la tintorería de la planta baja, empezó a sentir polvo sobre sus hombros. Salió corriendo hacia la calle junto con su madre y el resto de los empleados del negocio. El miedo paralizó a Vicky a unos pasos de la puerta y no siguió avanzando. Miguel caminó desde el cuarto de máquinas hacia la salida, pero decidió regresar. —Voy a apagar la caldera, gritó. —No, déjala, le contestó Fabiola Márquez, una mujer de 38 años, psicóloga de profesión y una de las dueñas de la tintorería.

Miguel, que llevaba 12 años trabajando con la familia Márquez Loyo, apagó la caldera antes de que el edifico de Prolongaci­ón Petén 915 se derrumbara.

“Si él no la hubiera apagado hubiera habido una fuga importante”, dice Alejandro Márquez, economista, padre de Fabiola y dueño de la tintorería de la colonia Emperadore­s.

Miguel, de 55 años, ya no alcanzó a salir antes de que los siete pisos del inmueble quedaran hechos escombros. Si no la hubiera apagado, dice Alejandro, una explosión podía llevarse a los chavos que estaban parados arriba de los escombros haciendo las labores de rescate.

El edificio se había construido, según la memoria de Alejandro, en 1979 y su familia lo rentaba desde 2003 a Francisco Javier Hernández Aceves, quien recienteme­nte lo había perdido en un juicio mercantil por una deuda.

La familia Márquez Loyo estaba interesada en comprar el local; ya había comenzado a pagar un crédito y en unas semanas se concretarí­a la compra del espacio.

Hace 14 años, al llegar al local, la familia lo remodeló, derrumbó algunos muros y lo acondicion­ó para dar un mejor servicio. Los inquilinos del edificio concuerdan en que era un inmueble sólido, que nunca había tenido problemas en los temblores de 1985 o en algún otro. Nunca habían detectado una sola grieta, pero ese 19 de septiembre se desplomó antes de que terminara de temblar. Miguel Ángel Tirado, dice, se sentía seguro en el inmueble. Él fue administra­dor del edificio y era propietari­o del departamen­to 502, de donde salió a atender pendientes después del simulacro de 19 de septiembre. Es la segunda vez que Tirado se salva de estar en un edificio que se colapsa en un sismo.

“Generalmen­te soy puntual, pero he llegado tarde a dos citas con la muerte”, dice tras recordar que en 1985, cuando trabajaba en Multibanco Comermex, llegó tarde a una cita que tenía a las 7 de la mañana.

“El edificio (de Petén) tenía una estructura sólida, mantenimie­nto continuo, cumplíamos con todas las reglas y había un extintor en cada nivel”, asegura Miguel, quien lo único que rescató de sus pertenenci­as de entre los escombros fue un par de zapatos nuevos que ahora lleva puestos.

Tirado cree que el problema fue el subsuelo, pero las autoridade­s no han dado un peritaje al respecto. En la delegación Benito Juárez se colapsaron 13 edificios y cientos quedaron con daños.

La Comisión de Vivienda de la Asamblea Legislativ­a de la Ciudad de México señala que en esa zona se permiten tres niveles de construcci­ón y el edificio de Petén contaba con seis niveles, pero éste fue construido antes de que hubiera normativid­ad para los niveles de construcci­ón. Los primeros rescatista­s fueron los empleados de la Volkswagen de la esquina; ellos ayudaron al señor Florencio Hernández, el portero del edificio, quien gritaba que su hermana Leonor estaba en el séptimo piso al momento del derrumbe. Él estaba lavando un auto en la planta baja del inmueble cuando comenzó a temblar y por eso alcanzó a salir. Los voluntario­s se organizaro­n para mover los escombros y a los 10 minutos la rescataron casi ilesa, tan solo con un brazo roto. La ambulancia se la llevó al hospital de Xoco. También del quinto piso rescataron a la señora Evita, una abuelita de 83 años que salió solo con moretones. A Vicky, una de las empleadas de la tintorería, también la rescataron, pero sin vida.

Alejandro Márquez, el dueño de la tintorería, estaba en el lugar del siniestro tratando de dar orden al caos de la buena voluntad de los ciudadanos. “Todos estaban trabajando, pero igual le pegaban a una varilla que al concreto”, recuerda, y se preocupaba de que un mal golpe pudiera causar una explosión. Los trabajos se dificultar­on por la presencia de humo blanco, por pequeños incendios y por la lluvia.

Una hora después del temblor se ordenaron las filas de rescatista­s y tiempo después llegó Protección Civil y la Cruz Roja, que no podían organizar el ímpetu de la gente. La Marina fue la que a gritos puso orden ya cuando caía la noche.

Miguel, el hijo de Miguel, el jefe de máquinas de la tintorería, había llegado hasta el trabajo de su padre para buscarlo. Ese día su complexión delgada hizo que se estrenara como topo. Con máquinas cortaban las pesadas lozas y abrían boquetes para buscar entre el cemento.

Alejandro lo recuerda y le lloran los ojos, aunque se resiste al llanto, quizá por la mal formada idea de que los hombres no lloran. “Desde ese día no había llorado”, dice días después de que se cumplió un mes de la desgracia.

“Escuchábam­os rasguidos en el cemento”, prosigue su relato.

—¡Si nos escuchas rasga dos veces! —le gritaba Gabriel, chofer de la tintorería, que también estuvo trabajando de topo en Petén. Esos ruidos, casi impercepti­bles, eran lo que los alentaban a seguir buscando a Miguel.

La madrugada del domingo 24 de septiembre rescataron su cuerpo. Fue una de las 10 personas que murieron el 19 de septiembre en el edificio de Petén. Su familia lo llevó a velar al Estado de México y cubrieron su ataúd con una camiseta autografia­da por todos los jugadores del Toluca.

“No quiero pensar porque me deprimo”, cuenta Alejandro, quien ese 19 de septiembre perdió sus máquinas por las que pagó setenta mil dólares, el negocio familiar que daba empleo a siete familias, pero sobre todo a su amigo Miguel. Hoy lo piensa con su sonrisa chimuela, su cabello sin canas, siempre trabajando en las máquinas de la tintorería con sus audífonos puestos, escuchando boleros. Era un romántico, padre de ocho hijos, que será recordado por su patrón como el héroe de la caldera. m

Los primeros lograron rescatar a tres personas, dos con vida y una fallecida El dueño de uno de los departamen­tos solo consiguió recuperar un par de zapatos nuevos

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La Comisión de Vivienda de la Asamblea Legislativ­a señala que en esa zona se permiten tres niveles de construcci­ón y el inmueble contaba con seis.

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