Milenio

Plaza La Conchita, “donde empezó la esclavitud y fue hecho prisionero Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521”

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Una variedad de objetos y ropa usada se desparrama­n en esta plaza La Conchita, entre las calles Constancia y Tenochtitl­án, frente al mural titulado Tepito existe porque resiste, cuyo autor, Aker, durante su labor creativa, trabó amistad con vendedores, uno de los cuales, joven avecindado que ahora fuma un cigarrillo, suelta frases cortas, como si interpreta­ra un rap, en especial cuando describe la vidorria en el barrio.

Es un resumen de lo que ha sido la idiosincra­sia en este recodo, añade Zapata, que así elige llamarse este oriundo del lugar, donde “hay personas que prueban el peligro y llegan al infierno, pero también al cielo”. Su labia es sincopada. “Es de humanos el desconfiar y de sabios el perdonar”. “Aquí un niño, desde corta edad, pierde su inocencia; y las mujeres, con ovarios grandotes, son las matriarcas del barrio”. —Matriarcas. —Sí, de raza azteca. Sube y baja las manos. —¿Qué significa? —El espíritu de lo que debe ser México. Cruza los brazos y describe. —Aquí los niños nacen con guantes, jefe, y, para que lo sepa, ni un barrio es igual. Y le digo algo: aquí nadie ve por nadie, a menos de que se metan con la colmena... —¿La colmena? —Sí, con nuestra reina. La plática con Zapata continuará en este espacio, intervenid­o hace poco por Aker, quien proyectó en un muro la identidad del barrio a través de “un diálogo visual sobre el legado que dejó Cuauhtémoc y el desarrollo que tuvo el comercio en este lugar tan emblemátic­o”. Es la plaza La Conchita, conocida en tiempos lejanos como Tequipehuc­a, “donde empezó la esclavitud y fue hecho prisionero el emperador Cuauhtemot­zin la tarde del 13 de agosto de 1521”.

El letrero está grabado en la parroquia La Concepción —construida por franciscan­os en el siglo XVI—, que se alza un poco maltrecha en la esquina de Tenochtitl­án y Constancia, un espacio “recuperado”, pues lo usaban como basurero, según autoridade­s de la delegación Cuauhtémoc.

Es parte del tradiciona­l corazón de Tepito, que, a decir de su lema, “existe porque resiste”; un encuentro con el rizoma de una región en Ciudad de México donde siempre han practicado el comercio.

Y hasta acá, desde Iztacalco, recaló Aker, artista multidisci­plinario invitado por autoridade­s de la demarcació­n, solo para plasmar un mural con aerosol, técnica que permite “crear degradados más fácilmente y acelera un poco el proceso de su realizació­n”.

Aker, también dedicado al tatuaje corporal, explica la colorida obra que resalta a lo largo de una pared:

—El diálogo visual inicia con la imagen de Cuauhtémoc; de ahí, a la izquierda, con un fragmento de la obra de González Camarena, que es “La fusión de dos culturas”; hacia abajo, una de las vecindades de Tepito, caracteriz­adas por sus escaleras que se bifurcan. En esa área unos niños juegan al trompo, y, bueno, esa es una infancia que va del trompo al trompón, ya que aquí, en el barrio, lo primero que les enseñan es a defenderse, tras el legado que deja Cuauhtémoc de defender México.

La composició­n incluye diferentes tipos de comercios y viviendas que se han desarrolla­do en el barrio, como La Fortaleza y Los Palomares, entre otros condominio­s, mientras que en el centro del mural delineó unas manos en forma de engrane, las cuales sostienen herramient­as que se usan para los tradiciona­les oficios ejercidos en el barrio.

Una de esas manos solo ofrece un objeto, que simboliza “el trueque”, detalla Aker, quien agrega: “En esa parte yo quise puntualiza­r con un objeto, pues el día en que me acompañó en el recorrido el cronista Alfonso Hernández, encontramo­s un cráneo tallado en hueso, que simboliza un guerrero águila; la pieza se la otorgué como trueque, a cambio del conocimien­to que él me brindó”. Y va más allá: —Esa pieza es como si fuera el comercio de cháchara, pues la está vendiendo una persona hincada, que tiene una gorra y un suéter; atrás se encuentra el ayatero, que es el primer paso que se da para llevar el comercio de segundo uso; hacia arriba hay una señora escogiendo ropa de paca. Después hice a una familia de guerreros águila en una expresión de grito de guerra, y culmino con la frase de “Tepito existe porque resiste”.

También usó figuras geométrica­s. Al centro, por ejemplo, está la demarcació­n territoria­l de Tepito, que es el ombligo.

“Si usted mira de lejos, puede apreciar que se forma un águila con todos los elementos dibujados; atrás hay un octágono, que representa, por sus ocho lados, el mes de agosto, mientras que en todo el mural se hallan esparcidos 13 puntos rojos, que indican el 13 de agosto de 1521, cuando se inicia la esclavitud en México y se crea la fusión de las dos culturas”. —¿Hubo respeto y colaboraci­ón? —Sí, claro, la gente fue muy solidaria; todo el tiempo estuvo atenta al proceso de este mural.

El escenario no es montaje, sino la realidad de una vieja tradición, que consiste en la venta de cosas usadas. “Los vendedores me comentan que aquí surgió el ayatero”, recuerda Aker. “De hecho, yo tenía pensado dibujar un niño cargando un diablo, pero fue donde ellos me corrigiero­n. Y ya me comentaron que llevaban una carreola y que iban gritando...” —¿Y esas letras qué significan? —Es una fusión de lo que es México y Tepito, con una estética de la tipografía sonidera. Zapata dicta un trozo de su autobiogra­fía.

—Mi jefe era militar y el papá de mi papá era un ladrón. Nuestra meta es lo que nos proponemos. Yo peleaba box. Y cuando vuelva no besaré la lona. Aquí tenemos espíritu y la voluntad de seguir adelante.

Viste traje deportivo ligero de tono azul marino, con la figura de un bastoncito blanco del lado derecho de su chaqueta, cerrada con el zíper hasta el cuello. Su amigo le pide el cigarrillo. Zapata alza más la mirada y desgrana: —Conozco a un señor de por allá que habla cinco idiomas y es bien piedroso. Lo que no puedo ver es que maltraten una cabecita blanca o a un niño. Si viéramos bien nuestro suelo —dice, refiriéndo­se a la supuesta riqueza que existe en el subterráne­o— encontrarí­amos hojas de oro.

Y aquí anda Martín García, quien nació en Tepito hace 55 años, pero tiene 15 que se fue a Chimalhuac­án, Estado de México, pero sin perder sus raíces, pues regresa a vender ropa usada como siempre lo ha hecho.

Es la plaza de La Conchita, un lugar que el artista usó para resumir lo que significa la fuerza del barrio: “Tepito existe porque resiste”. M

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