Milenio

Día de Muertos

- CARLOS TELLO DÍAZ*

Las fiestas indígenas dedicadas a los muertos (el Día de Muertos) fueron inscritas en 2008 en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por ser, en palabras de la Unesco, “una de las representa­ciones más relevantes del patrimonio vivo de México”. La Unesco hacía referencia sobre todo a las fiestas que celebran todavía los pueblos indios de nuestro país, donde, para facilitar el retorno de las almas a la tierra, las familias esparcen pétalos de flores y colocan velas y ofrendas a lo largo del camino que va de la casa al cementerio. Ellas ocurren en el periodo que marca el final del ciclo anual del maíz, el cual coincide con las celebracio­nes de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. “Esta fusión entre ritos religiosos prehispáni­cos y fiestas católicas permite el acercamien­to de dos universos, el de las creencias indígenas y el de una visión del mundo introducid­a por los europeos en el siglo XVI”, agrega la Unesco.

Durante años, el trabajo de la Unesco estuvo centrado en identifica­r y censar los bienes culturales y naturales del mundo, por medio de su herramient­a más conocida, proclamada en 1972: la Convención para la Protección del Patrimonio Cultural y Natural. Es la que establece los criterios para otorgar la placa que dice humanidad, que han recibido sitios y lugares tan distintos como Venecia, Machu Picchu y las llanuras del Serengueti. Pero una parte de la humanidad, cuya riqueza cultural es enorme pero no descansa en su patrimonio material, o incluso natural, sentía que había sido excluida. Es por eso que el concepto de cultura tuvo que ser ampliado por la Unesco con una herramient­a más: la Convención para la Salvaguard­ia del Patrimonio Cultural Inmaterial, proclamada en 2003. Con ella, la organizaci­ón terminó de construir el edificio jurídico que protege nuestro patrimonio: el material, el natural y el inmaterial.

El patrimonio cultural de una nación no está compuesto solo por monumentos, sino también por expresione­s vivas, intangible­s, inmaterial­es, heredadas de nuestros antepasado­s y transmitid­as a nuestros descendien­tes. Esta convicción da sustento a la convención de 2003, que tiene por objeto salvaguard­ar las técnicas, las expresione­s y las representa­ciones, los usos y los conocimien­tos que los grupos y, en algunos casos, los individuos, reconocen como parte de su patrimonio cultural. Sus manifestac­iones son varias: rituales, tradicione­s, fiestas, danzas, conocimien­tos relativos a la naturaleza y el universo y saberes vinculados a la artesanía tradiciona­l. Otras expresione­s han sido distinguid­as por esta convención en nuestro país, además del Día de Muertos, entre ellas la aventura de los voladores de Papantla y el arte culinario en México.

La convención de 1972, así como la de 2003, a pesar de ser sobre todo instrument­os de conservaci­ón, son también instrument­os de desarrollo. Pues una vez que un sitio obtiene la placa que dice

una vez que una

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