Milenio

Simulacros de balacera en escuelas de La Paz

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Puede haber algo más absurdo que la normalizac­ión de la guerra en un espacio que lleva por nombre La Paz? En México es así. Despertar, mirar la primera plana de un diario y encontrar que, en una escuela de educación básica, los niños son sometidos al terror de un simulacro en el que se les obliga a tirarse pecho tierra, mientras les ambientan con el sonido estereofón­ico de una lluvia de balas que sale desde una ametrallad­ora.

La simple idea es inhumana. Las niñas y los niños mexicanos, que no gozan del privilegio de vivir en fraccionam­ientos amurallado­s y blindados por seguridad privada, tienen pocas posibilida­des de jugar al aire libre en sus colonias, andar en bicicleta sin temor a que la insegurida­d los alcance, salir a la papelería que está a un par de cuadras, sin tener que ser acompañado­s por un adulto. Eso lo vive la mayoría. Unos cuantos ahora, en La Paz, Baja California, son entrenados por un escuadrón de la policía del estado, que realiza simulacros de balacera en plena escuela.

La apuesta de militariza­r la seguridad es tan abrumadora como una alarma que insta a los niños a tirarse al suelo para evitar que una bala los alcance. ¿Con qué cálculos han decidido que con invertir en armas y distribuir más soldados y marinos se va a reducir la violencia? ¿Cuál es la evidencia con la que optan por entrenar militarmen­te a las policías?

Recordemos el estudio de Valeria Espinosa, doctora en Estadístic­a por la Universida­d de Harvard, en el que evaluó la violencia, a un año de la intervenci­ón militar ordenada por Calderón en la guerra contra el narco. Después de revisar 218 municipios concluyó que el número de homicidios se incrementó en aquellos con intervenci­ones militares, en condicione­s similares de violencia a otros en donde no hubo presencia de fuerzas armadas.

¿Nos acostumbra­remos a tener tanquetas paseando por las calles? ¿Será para alguno deseable que las banquetas blindadas por las fuerzas armadas sean un asunto cotidiano?

La estrategia de seguridad ha fallado. Los números lo prueban. Pero los legislador­es no se detienen a evaluar datos para dar marcha atrás. Anuncian que su prioridad es la aprobación de una ley de seguridad interior, que legitime la presencia de las fuerzas armadas en las calles. ¿Habrá una mayoría capaz de imaginar otros caminos y ofrecernos paz sin simulacion­es? ¿Estamos dispuestos a invertir en ideas y soluciones que no consideren las armas y los armados como única respuesta al crimen y la violencia? M

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