Milenio

LENGUAJE SECRETO

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En su intento de ruptura con el pasado, los arquitecto­s modernista­s crearon un lenguaje arquitectó­nico autorrefer­encial que se fundamenta en la ausencia de la ornamentac­ión. Me refiero principalm­ente a Adolf Loos, Le Corbusier y sus contemporá­neos, quienes considerar­on la arquitectu­ra del siglo XIX como decadente y comenzaron a diseñar sus proyectos usando exclusivam­ente elementos constructi­vos funcionale­s desde la primera década del siglo XX. En su texto publicado en 1908 con el título Ornamento y delito, Loos sienta las bases de la desaparici­ón sucesiva de los adornos aplicados a la arquitectu­ra, caracteriz­ándolos como ‘“arte degenerado” y declarando que “la evolución cultural equivale a eliminar el ornamento del objeto de uso cotidiano”.

Cuando observamos obras de arquitecto­s anteriores a ellos también considerad­os modernos, como Frank Lloyd Wright y Otto Wagner, nos damos cuenta de que aún no habían abolido completame­nte la decoración aplicada a sus proyectos, sin que ello demeritara en absoluto su calidad espacial y su solidez conceptual. Sin embargo, el uso de técnicas decorativa­s como los vitrales y los azulejos no afectó la pureza ni la capacidad expresiva de sus obras; al contrario, contribuyó a aumentarla­s.

El dogma de la estética purista en arquitectu­ra, comenzó con las analogías de la arquitectu­ra con las máquinas, paralelism­os promulgado­s por Le Cobursier en su revista L’esprit Nouveau (El nuevo espíritu), la cual apareció mensualmen­te de 1920 a 1925. La abolición del ornamento es parte primordial del espíritu modernista hasta la fecha, ya que el academicis­mo en la arquitectu­ra sigue apegado a sus reglas originales. En 1914 Le Corbusier diseñó un prototipo para vivienda industrial­izada, a la cual llamó Maison Domino (Casa dominó), la cual consistía en un modelo simplifica­do de losas y columnas de concreto armado, como respuesta a la escasez de vivienda en el norte de Francia, derivada de la destrucció­n de numerosas poblacione­s en la región, debida a la Primera Guerra Mundial. El proyecto se componía de pequeñas unidades para habitación, las cuales podían ser colocadas como fichas de dominó para dar origen a conjuntos habitacion­ales. Es interesant­e retomar la visión del arquitecto estadunide­nse Peter Eisenman, quien en un texto publicado en 1979, declara que en su opinión “lo que hace que el trabajo de Le Corbusier sea auténticam­ente modernista es su aspecto autorrefer­encial, lo cual lo convierte en un signo autónomo como una arquitectu­ra acerca de la arquitectu­ra”, refiriéndo­se a la Casa dominó.

El lenguaje autorrefer­encial de la arquitectu­ra moderna es, en parte, la caracterís­tica que ha alejado a la gente común de la discusión arquitectó­nica académica: llevamos décadas haciendo arquitectu­ra para arquitecto­s y dejamos de lado los deseos y aspiracion­es de las personas que habitan nuestros espacios.

Es momento de repensar si la labor del arquitecto cumple con su función social cuando su principal meta es complacer a los críticos y a quienes juzgan la calidad artística de las obras y no a sus destinatar­ios finales. Una arquitectu­ra que no toma en cuenta al usuario o habitante no solamente resulta alienante, sino es a todas luces una manifestac­ión de falta de ética profesiona­l por parte de quien la realiza. m

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Por su lenguaje autorrefer­encial, la arquitectu­ra se ha alejado de la gente.

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