HETERODOXIA
JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ LIMA
Opiáceos...
Desde hace una década, el número de estadu- nidenses que muere a causa de los opiáceos aumenta cada día. Los opiáceos médicos son recetados masivamente en Estados Unidos para combatir el dolor, pero en algunas personas se convierten, rápidamente, en consumos compulsivos. Y no pocos de ellos escalan hacia la heroína, que es la puerta hacia el suicidio o la muerte accidental. Según estadísticas confiables, cada día fallecen en la Unión Americana 60 víctimas de esta patología social.
Las adicciones, como han señalado especialistas, son enfermedades prevenibles y controlables, que se pueden abordar desde diferentes tipos de tratamientos en los sistemas de salud pública. Pero ha sucedido que, tanto en Estados Unidos como en México, demagogos y charlatanes han utilizado esta desgracia contemporánea para confundir y lucrar políticamente con ello.
El primero fue el presidente Richard Nixon, quien ante el aumento del consumo de morfina en los veteranos de Vietnam y de cocaína en las frívolas clases medias estadunidenses, declaró
ubicando como responsables del consumo desordenado de sus ciudadanos a los campesinos de Asia y Sudamérica. Nunca volteó a considerar que era útil desarrollar políticas públicas para prevenir la facilidad de cómo se utilizaban aquellas sustancias para evadirse de la realidad.
Desde luego que de Nixon y después de Carter, Reagan, Clinton, los dos Bush y Obama ha fracasado. Cada vez hay más adictos a las drogas en Estados Unidos y, por consiguiente, más muertes causadas por ello. Lo mismo ha ocurrido en México con las
de Calderón y Peña. La terrible novedad es que, como antes lo fueron los cárteles de Medellín y Cali para la cocaína, ahora los principales culpables del consumo suicida de los opiáceos en Ohio y Míchigan se encuentran —según Trump— en las montañas de México.
Y esa verdad a medias o mentira amañada, difundida a gritos histéricos por Trump y Fox News, se utiliza para conseguir fondos para el muro, perseguir
y sabotear el TLCAN. Así que en estos días de paranoia agresiva por todas partes, será difícil recordar que la mejor manera de combatir las adicciones es con políticas de prevención y rehabilitación y no con armas y soldados.
Una lástima. M