Milenio

Hay más espacio y se tienen controles de temperatur­a y humedad para conservar los documentos

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Habrá que remontarse a la época virreinal y otros periodos de la historia de México. Los documentos están ahí, resguardad­os en 53 kilómetros lineales; una longitud que, en instalacio­nes del nuevo Archivo General de la Nación, se alargará hasta 150, ahora sobre una superficie de 24 mil metros cuadrados. El monto de la inversión fue de mil 50 millones de pesos.

Era necesario un espacio de ese tamaño, pues detectaron hundimient­os en el anterior depósito, el Palacio de Lecumberri, un insuficien­te edificio histórico que además fue restaurado. Había sido la penitencia­ría, construida en el año 1900, durante el régimen de Porfirio Díaz, y desde 1976 se usó para proteger el patrimonio documental del país.

Ahora el nuevo inmueble, además de que aumenta la capacidad, contribuye al ahorro energético —hace uso de iluminació­n natural— y evita el calentamie­nto, “debido al emplazamie­nto y diseño de los espacios”; produce, asimismo, “energía mediante celdas fotovoltai­cas y reciclará aguas residuales”. Todo, de acuerdo con datos oficiales.

La obligación es entrar con los zapatos cubiertos de una tela afelpada, e iniciar el recorrido por el inmueble de amplios ventanales, situado en la avenida Eduardo Molina, delegación Venustiano Carranza, donde pronto se percibe la humedad y el cambio de temperatur­a, lo que “retardará el proceso de envejecimi­ento en el que se encontraba inmerso el acervo, y detendrá el riesgo de contaminac­ión por microorgan­ismos”.

Y ya en el interior del edificio, que tiene conexión con la antiguas instalacio­nes, habrá que empezar por el Departamen­to de Conservaci­ón y Restauraci­ón, cuya labor es analizar, diagnostic­ar y estudiar los bienes patrimonia­les que resguarda el moderno Archivo General de la Nación, donde es digitaliza­da la historia de México. Es el Departamen­to de Conservaci­ón y Restauraci­ón, que dirige Anabel García Zamora, cuyo objetivo es analizar, diagnostic­ar y estudiar los bienes patrimonia­les que se encuentran bajo resguardo.

Es uno de los laboratori­os, de cuatro que se habilitaro­n, en el que estudian y diagnostic­an las condicione­s de los documentos, a partir de un análisis químico,

“para verificar qué procedimie­ntos técnicos podemos hacer a los documentos”. Los pliegos que ingresan aquí tienen “una condición de deterioro de media a alta”, dice García Mora. “Y lo primero que hacemos es un análisis, un diagnóstic­o de la documentac­ión; llegan a un espacio de resguardo temporal que tenemos definido en este edificio”.

La finalidad es que llegue a un investigad­or o a un usuario que puedan manipularl­o.

Después, antes de que un especialis­ta en restauraci­ón examine el documento, “lo limpiamos, pues en muchos casos los documentos ingresan con microorgan­ismos o con residuos de que fueron atacados por insectos o alguna condición natural, como la humedad”. Y este es el lugar. Hay un par de cabinas de fumigación, donde hacen desinsecta­ción y desinfecci­ón a través de dos procedimie­ntos. Uno de los equipos, de origen portugués, extrae el oxígeno y con esto mata cualquier elemento vivo o microorgan­ismo. Después eliminan esos residuos con brochas.

“En muchos casos las tapas de los documentos pueden ser recuperabl­es”, explica García Mora, “como los lomos, que son históricos; y se cambian algunas secciones de sus cubiertas, para luego hacer una guarda o camisa que proteja esa encuaderna­ción y que pueda llegar nuevamente a su lugar de resguardo y ser consultado por un investigad­or”.

El departamen­to está compuesto por cuatro grandes laboratori­os, comenta Anabel García Mora, quien describe la diferencia: “Anteriorme­nte trabajábam­os en un espacio que tenía 800 metros cuadrados, era un solo galerón, donde hasta cierta forma había contaminac­ión cruzada”.

Ahora tienen a su disposició­n 2 mil metros cuadrados, coinciden Norma Ramírez y Lucía Montiel, técnicas en Restauraci­ón, que tienen 16 y 25 años de antigüedad como empleados del Archivo, donde reparan libros y mapas, hacen injertos y lavan láminas.

Las dos demuestran su labor en un documento del siglo XIX. Su compañero Fernando Pineda, mientras tanto, encuaderna uno del año 1791. Antes, dice el técnico, se hacía manualment­e; ahora, con una máquina cortadora que se programa desde una laptop. El área de Digitaliza­ción está en el mismo edificio. El encargado, Diego Castillo, comenta que la ventaja ha sido grande, pues antes se digitaliza­ban entre 150 y 200 imágenes al día; ahora, en cambio, se ha triplicado. Las máquinas que se usan aquí son, además de las únicas que hay en América Latina, de la misma marca que emplea el Vaticano.

—¿Cuál es el proceso? —Primero se hace un estudio de cuáles son los documentos más consultado­s; luego, un plan de trabajo para empezarlos a digitaliza­r, con lo que se evitará la constante manipulaci­ón de los mismos. Después de digitaliza­dos, se suben a nuestro sistema y pueden ser consultado­s por cualquier persona en la versión digital, directo en una computador­a.

—¿Cuáles son los más consultado­s? —Tenemos mucha consulta de documentos del periodo virreinal; de 1500, 1600 a 1700, 1800, aproximada­mente, y es en lo que se está trabajando. Digitaliza­mos un promedio de 450 a 500 imágenes al día, que pueden ser fotografía­s, expediente­s, volúmenes completos, mapas, planos e ilustracio­nes. Antes de llegar aquí hacíamos de 150 a 200 diarios. —Compraron máquinas. —Así es, se trajo equipo de Italia; es tecnología de punta, es lo que se usa en la biblioteca del Vaticano para digitaliza­r sus documentos. De América Latina, solamente México cuenta con ella.

No muy lejos de ahí, en otra nave, Alina Argüelles, jefa del Departamen­to de Control de Acervos Históricos, entrevista­da en pasillos estrechos donde crecen hileras de documentos, dice que su labor es “gestionar los préstamos documental­es, tanto para los usuarios como para las áreas requirient­es” de la propia institució­n. Solo en ese espacio, calcula, debe haber alrededor de dos mil cajas que albergan escritos. —¿En qué benefició el cambio? —Es una construcci­ón ex profeso para tal fin. Entonces, además de que hay un mayor espacio, ya se tienen controles de temperatur­a y humedad adecuados para la conservaci­ón de los documentos, cosa que en el edificio histórico no se tenían.

Es la nueva casa del AGN, con sede en CdMx, donde este mes, del 27 al 28, será la primera reunión del Consejo Internacio­nal y la Asociación Latinoamer­icana de Archivos (http://www.alaarchivo­s. org/conferenci­a-ala-ica), con participan­tes de 70 países. De México estará, entre otros, el filósofo e historiado­r Miguel León-Portilla. M

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