LOS QUIJOTES DEL TWITTER
EPara Luis Felipe Fabre n una conversación con el genial Luis Felipe Fabre, me decía que había estado pensando sobre una inversión que ha ocurrido en nuestros tiempos en relación con el Quijote, pues donde en su caso la lectura de novelas de caballería desata una fantasía que clínicamente podría ser calificada como psicótica (quizá sea la más pura de la que hayamos tenido conocimiento, y también probablemente la más bella), en la actualidad la hiperrealidad y la hiperconexión bajo la cual vivimos, de manera paradójica en algunos casos, está produciendo precisamente alejamientos de la realidad, para vivir en mundos de fantasía tuiteros o facebookeros, donde cada cual es amo y señor de su propio feudo, y desde ahí no vacila en lanzar cada cinco minutos juicios u opiniones fulminantes sobre aquello que alguna vez ciertos nostálgicos solían llamar “realidad”.
Lo curioso es que el radicalismo digital casi siempre se traduce en quietismo político, pues pareciera que la escenificación mental de las fantasías donde somos vengadores, justicieros y moralistas implacables va acompañada de suficientes descargas de adrenalina como para no tener que buscarla cuestionando ningún elemento de nuestra vida cotidiana, ni de cómo cada uno se inserta en el sistema productivo y jerárquico bajo el cual vivimos, ni, por supuesto, de aquellos hechos de nuestra historia vital que podrían contrariar ligeramente la pureza del personaje que representamos en nuestras redes. Como buenos Quijotes de Twitter, podemos combatir a los molinos o a los leones enjaulados en menos de 140 caracteres, y entre más pronunciamientos virulentos o fotos que exhiban al completo nuestra rebeldía, como más radicales somos, menos nos exige la realidad que nos involucremos con ella en algún sentido que quizá pudiera transformarla.
Asimismo, las contradicciones que aquellos que realmente nos conocen en persona notan al instante pasan inadvertidas pues, nuevamente, el self cibernético es tajante e inmaculado, y, en un extremo que le daría envidia incluso al propio superyó freudiano, no se permite ningún desliz ni defecto, para por supuesto desde allí vigilar y castigar a todos esos enemigos que pululan por ahí, diseminando las doctrinas y prácticas que confieren a los castos la razón de su existencia tuiteriana.
Lo afortunado del asunto es que muy probablemente con el paso del tiempo la radicalidad cibernética se convierta en una moda más, y la psicosis provocada por el abismo entre nuestras fantasías digitales y la realidad bajo la cual vivimos irá conduciendo a cada cual a situarse en el lugar que le corresponde, donde los casos más extremos terminarán por recordar a aquel rey de la Patagonia perpetuamente en el exilio que de manera tan entrañable como visceral retrató Bruce Chatwin. m