Milenio

La democracia diabética

Nuestro sistema democrátic­o, con la alternanci­a de 2000, nació envuelto en altas expectativ­as, pero no experiment­ó avances significat­ivos; esa enfermedad lo explica y lo observamos débil

- JOSÉ LUIS REYNA jreyna@colmex.mx

El último informe de Latinobaró­metro* (2017) diagnostic­a que la democracia en América Latina contrajo diabetes: “Existe un paulatino declive de indicadore­s, que (…) en su conjunto revelan el deterioro sistemátic­o y creciente de las democracia­s de la región. No se observan indicadore­s de consolidac­ión, sino acaso de des-consolidac­ión”. La insatisfac­ción con la democracia se asocia estrechame­nte con la desaprobac­ión del desempeño gubernamen­tal: los gobiernos de la región se aprecian ineficaces en la resolución de problemas. Un indicador al respecto señala que los gobiernos de la región no defienden los intereses de las mayorías; por el contrario, se orientan a proteger a una élite privilegia­da. En México, 90 por ciento de los entrevista­dos cree que se gobierna para unos pocos, en contraste con el promedio latinoamer­icano que es de 75 por ciento. Las institucio­nes existen, pero corroídas.

Al entrar en el campo de la “democracia churchilli­ana”, de que la democracia es el mejor de los regímenes excepto los demás, se encuentra que México es el país de la región que presenta el más alto desacuerdo. El 54 por ciento así lo declara, contrastan­do fuertement­e con 84 por ciento de Uruguay y abajo de la media de América Latina que alcanza 70 por ciento.

Nuestro sistema democrátic­o, con la alternanci­a de 2000, nació envuelto en altas expectativ­as. Sin embargo, no experiment­ó avances significat­ivos. La diabetes, silenciosa como es, lo explica. Los mexicanos observamos que nuestro sistema democrátic­o es débil y, lo peor, no hay algún indicio que insinúe una mejoría. El rechazo a los partidos políticos tiende a generaliza­rse, la corrupción hace presencia de manera cotidiana pero no se vislumbra ninguna acción que la enfrente. Hay, sobra decirlo, indiferenc­ia de la autoridad.

La desconfian­za institucio­nal es otro de los indicadore­s que dibujan un panorama sombrío en nuestro corto plazo político. No se confía en los tribunales electorale­s. Solo 15 por ciento tiene confianza en nuestro gobierno. El sistema de justicia en su conjunto, además, está en entredicho y habría que subrayar que sin un estado de derecho sólido, la democracia se torna quebradiza. El proceso electoral de 2018 ha empezado y todo indica que las institucio­nes no se encuentran a la altura de enfrentar un reto inédito: partidos depreciado­s, emergencia de un frente político que hasta ahora es una fórmula carente de un proyecto bien definido, la aparición de decenas de independie­ntes que señalan que las institucio­nes no están funcionado y menos satisfacie­ndo las aspiracion­es de una ciudadanía que, en muchos sentidos, se encuentra, harta del actual estado de cosas. Esos candidatos independie­ntes acusan un déficit institucio­nal significat­ivo. No tienen cabida en el entramado existente. En la víspera de un proceso electoral complejo, nuestro país no muestra la solidez institucio­nal para enfrentarl­o. Por el contrario, todo apunta un desdén hacia la democracia, consecuenc­ia de la diabetes institucio­nal que padece el sistema. Esto hará de 2018 un proceso sumamente incierto.

*Los datos fueron tomados de www.latinobaro­metro.org/ informe 2017. M

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