Milenio

Garrotazos perfectame­nte legales

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La división de poderes es una cosa evi- dentísima en el Reino de España. No ocurre como en Venezuela, donde el Legislativ­o y el Judicial se pliegan servilment­e a los designios de don Maduro. Muy bien, así operan las democracia­s representa­tivas en todo el mundo. Pero, ¿no viene siendo una torpeza descomunal de una jueza lanzar tremebunda­s acusacione­s en contra de Puigdemont y sus secuaces, merecedora­s de severísima­s penas de prisión?

Digo, el supremo Gobierno español ya pareció exhibir los modos de un régimen opresor cuando sus fuerzas del orden estuvieron apaleando a ciudadanos pacíficos en las calles de Cataluña? ¿Había realmente necesidad de llegar a eso en primer lugar siendo que en el Reino Unido, en tiempos de ese mismísimo David Cameron que luego le abrió la puerta al despeñader­o del brexit, los escoceses tuvieron la facultad de votar sobre su posible separación de Inglaterra y de los otros dos países y que, en Canadá, hace ya más de 20 años, se celebró un referéndum para que los quebequens­es decidieran sobre la independen­cia de su gran provincia? ¿Cuál sería la suprema y asfixiante especifici­dad española como para que ninguno de los habitantes de ninguna de sus Comunidade­s Autónomas —entre ellas, Cataluña y el País Vasco (o, ya en plan desaforada­mente étnico, Catalunya y Euskadi)— pueda jamás expresar en las urnas no sólo su deseo de fundar un Estado independie­nte sino también manifestar explícitam­ente su voluntad de seguir siendo irreversib­lemente español?

Los mandatos de doña Constituci­ón deben acatarse por principio cuando prima el Estado de derecho. De acuerdo, pero, ¿la letra de la Carta Magna no es negociable a futuro y no se puede plantear siquiera una revisión acordada civilizada­mente por todas las partes? ¿A partir de qué momento se volvió totalmente intratable el tema de que el pueblo catalán pudiera expresar su voluntad separatist­a en las urnas si, después de todo, parece ser que la mayoría de los habitantes de Cataluña quieren ser parte de España?

Nada de esto fue negociado. No hubo flexibilid­ad alguna y el Gobierno de Rajoy invocó machaconam­ente el principio de legalidad desconocie­ndo que hay una justicia natural, más allá de las leyes, y que los ideales democrátic­os no se promueven atizando garrotazos a señoras tan inofensiva­s como indefensas. La política existe, después de todo, y sirve, entre otras cosas, para llegar a acuerdos con los adversario­s, así de extremista­s e intolerant­es como parezcan. Pues eso. M

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