El que se equivoca pierde
Difícilmente alguno de los contendientes se perfilará con mucha claridad como el triunfador
En ninguna de todas las encuestas publicadas en el último año ningún precandidato a la Presidencia tiene más de 22 por ciento de las preferencias ciudadanas. En noviembre de 2005, López Obrador bordeaba 50 por ciento y en 2011, Peña Nieto andaba arriba de 40 por ciento. Si miramos a los “independientes”, tampoco ninguno se caracteriza por su gran carisma.
Si la crisis de los partidos ya nos tiene sumidos en la perspectiva negativa (que gane el menos malo), la ausencia de personalidades atractivas y confiables que despierten entusiasmo y compensen la ya muy escasa clientela de los partidos que los postularán (la identidad del PRI, del PAN y de Morena oscila alrededor de 20 por ciento) completa el cuadro de una competencia en la cual difícilmente alguno de los contendientes se perfilará con mucha claridad como el triunfador.
Así, uno de los escenarios probables de la elección presidencial de 2018 es el de una lucha cerrada entre dos o tres de los candidatos con alrededor de un tercio de los votos. En otras palabras, las preferencias de los probables contendientes están ancladas a su base electoral histórico-partidista y un cachito más, pero ninguno ha mostrado nada que los haga crecer más allá de ellas. Entonces, una hipótesis a considerar para analizar las probabilidades de victoria sería no la de quién crecerá más en las preferencias (sus partidos están en la lona; sus personalidades no son muy carismáticas y los problemas del país no cambiarán mayormente; solo la cancelación del TLC podría alterar los términos de la contienda), sino que ganará aquel candidato que se equivoque menos, pues el que lo haga perderá parte de las intenciones que tiene en la actualidad.
Repasemos a los aspirantes. Si con todo el contexto a su favor (economía y desigualdades sociales estancadas y corrupción desbocada) López Obrador —el candidato más conocido y atractivo para un segmento de la ciudadanía— apenas ronda 30 por ciento de las intenciones de voto una vez que se eliminan los indefinidos, no se ve qué factores lo pueden hacer crecer. Más bien, la interrogante es si su terquedad y los errores que suele cometer AMLO en sus campañas no le restarán votos. De hecho, ya ha cometido varios, como el dedazo contra Monreal, solapar la corrupción de allegados cercanos (líderes del PT) o rodearse de indeseables como Félix Salgado Macedonio que alejan a un segmento de electores que quieren seriedad, verdad y congruencia y pudieran restarle un pequeño grupo de sus seguidores. Recuérdese que hace 12 años tenía 45 por ciento y ahora solo 30. Sí es vulnerable.
Ricardo Anaya ya se equivocó con Margarita Zavala, pues creía que su institucionalidad le impediría salirse del PAN. Falló su cálculo y la fractura panista pudiera costarle caro si la futura candidata independiente obtiene alrededor de 10 por ciento o más de los votos, ya que esos sufragios se le restarán a la votación del frente. Si desea mantenerse competitivo, Anaya tendría que rehacer su análisis de riesgos y calcular de nuevo la probabilidad de ocurrencia, por ejemplo, de ataques más severos contra su persona, por la corrupción en el PAN y los aliados del frente o en el método y los procesos de selección de candidatos. No puede darse el lujo de otro error grave.
En el caso del PRI, Peña no debe equivocarse en la selección del candidato: si escoger a un priista de cepa como Osorio que le garantice la mayor cantidad de voto duro del PRI o a Meade que sería una apuesta por atraer voto útil de panistas desencantados y de apartidistas que no desean ver a AMLO en Palacio Nacional. No sé cuál sería un acierto o un error más costoso. Lo que sí me queda claro es que su estrategia consistirá en que los otros contendientes se equivoquen al por mayor, pues de lo contrario difícilmente aumentarán sus probabilidades de triunfo. Va a tratar de ponerles muchas trampas. Hagan sus apuestas. M