Asunto de narices (pero en singular)
Empiezan los fríos, al menos para los seres ochentones, y, enfundado en grueso piyama, espesa bata y muy densos calcetines, el cronista, para intentar calentarse, teclea furiosamente en la laptop, aparato que en el español hablado y a veces escrito en México sigue sin tener nombre adecuado, pues se le llama computadora, aunque muy poco se usa para computar, sino más bien para redactar y a veces hasta para escribir, que no es lo mismo.
Así pues, teclea el cronista en su escritorio-dormitorio (por cierto, una de las habitaciones más frías de su casa…y la de usted), y, sentado ante el teclado y la pantallita, intenta escribir o siquiera redactar la “Carta de Esmógico City” número… quién sabe, pero son muchas. Y advierte el tecleador que se le enfría la nariz, ese adminículo carnal al que se considera absolutamente imprescindible, pues los fisiólogos demuestran que en la tal cosa tenemos el sentido del gusto y no tanto en el paladar, como incultamente tendemos a creer cuando dizque “paladeamos” unos romeritos sublimes o unos chiles en nogada antológicos o un vino riojeño de gran cosecha o un flan de rechupete. Y, entonces, tembloroso de que la nariz se le hiele y caiga la nariz (aunque no sea parecida, desde luego, a los nobles apéndices nasales de la estatuaria griega más clasica), el cronista se envuelve nariz y quijada en una gruesa bufanda, pero he aquí que un vaporcillo, buscando salida, sube y le empaña los lentes, impidiéndole ver claramente teclado y pantallita, de modo que el tecleador no sabe del todo qué está tecleando, ¿acaso un batiburrillo verbal que no serviría ni como escritura automática o como mero divertimento silábico? Y…
¡Basta, disculpe el lector y… hasta la próxima, si hay ocasión!