Milenio

Asunto de narices (pero en singular)

- José de la Colina

Empiezan los fríos, al menos para los seres ochentones, y, enfundado en grueso piyama, espesa bata y muy densos calcetines, el cronista, para intentar calentarse, teclea furiosamen­te en la laptop, aparato que en el español hablado y a veces escrito en México sigue sin tener nombre adecuado, pues se le llama computador­a, aunque muy poco se usa para computar, sino más bien para redactar y a veces hasta para escribir, que no es lo mismo.

Así pues, teclea el cronista en su escritorio-dormitorio (por cierto, una de las habitacion­es más frías de su casa…y la de usted), y, sentado ante el teclado y la pantallita, intenta escribir o siquiera redactar la “Carta de Esmógico City” número… quién sabe, pero son muchas. Y advierte el tecleador que se le enfría la nariz, ese adminículo carnal al que se considera absolutame­nte imprescind­ible, pues los fisiólogos demuestran que en la tal cosa tenemos el sentido del gusto y no tanto en el paladar, como incultamen­te tendemos a creer cuando dizque “paladeamos” unos romeritos sublimes o unos chiles en nogada antológico­s o un vino riojeño de gran cosecha o un flan de rechupete. Y, entonces, tembloroso de que la nariz se le hiele y caiga la nariz (aunque no sea parecida, desde luego, a los nobles apéndices nasales de la estatuaria griega más clasica), el cronista se envuelve nariz y quijada en una gruesa bufanda, pero he aquí que un vaporcillo, buscando salida, sube y le empaña los lentes, impidiéndo­le ver claramente teclado y pantallita, de modo que el tecleador no sabe del todo qué está tecleando, ¿acaso un batiburril­lo verbal que no serviría ni como escritura automática o como mero divertimen­to silábico? Y…

¡Basta, disculpe el lector y… hasta la próxima, si hay ocasión!

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