Milenio

La Revolución bolcheviqu­e

- CARLOS TELLO DÍAZ*

La Revolución bolcheviqu­e de 1917 pasó a la historia con las fechas del antiguo calendario bizantino, entonces en vigor en Rusia. Las fechas de aquel calendario estaban 13 días adelante de las fechas utilizadas por el calendario occidental, en vigor en el resto del mundo. Así, la Revolución de febrero, que derrocó al zar, ocurrió en verdad en marzo y los días de abril, que presenciar­on las manifestac­iones armadas contra el gobierno provisiona­l de Kerensky, sucedieron en mayo. Y por esa razón, también, la Revolución de octubre tuvo lugar, en realidad, a principios de noviembre, como lo sabe el general Raúl Castro, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de los consejos de Estado y de Ministros, quien presidió la gala político cultural que celebró, este 7 de noviembre, “el centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre”, según informó Granma. Pero la historia de la Revolución bolcheviqu­e está a tal grado impregnada con las fechas del antiguo calendario, que no tiene sentido adecuarlas al actual. “Antes de derrocar el calendario bizantino, la revolución tuvo que derrocar a las institucio­nes que crecieron a su sombra”, como escribió Trotski en su Historia de la Revolución rusa.

En el verano de 1917, Lenin, exiliado en Finlandia, escribió El Estado y la Revolución. El libro es un argumento en favor de la necesidad de una revolución en Rusia. Está dirigido contra el apoyo que daban entonces los mencheviqu­es al gobierno de Kerensky. Introduce por primera vez el término “la dictadura del proletaria­do”. La esencia de su argumento es que el objetivo no debía ser la conquista del poder por medios democrátic­os, con el fin de aprovechar los instrument­os del gobierno para construir sin violencia el socialismo, como pensaban los mencheviqu­es, sino la destrucció­n total del Estado existente por medio de la revolución, para poder construir, sobre sus ruinas, un nuevo Estado, a partir de una dictadura del proletaria­do, que era el paso necesario para transitar del socialismo hacia el comunismo. En septiembre, luego del fracaso del golpe de Estado derechista del general Kornilov, Lenin dejo inconcluso el manuscrito de El Estado y la Revolución para volver a Rusia, a Petrogrado (el nombre con el que los rusos bautizaron a San Petersburg­o, al estallar la guerra con Alemania). A principios de octubre, bajo su liderazgo, los bolcheviqu­es decidieron levantarse en armas contra el gobierno provisiona­l de Kerensky, con Trotski al frente del soviet de Petrogrado. La rebelión estalló en la madrugada del 25 de octubre de 1917 (de acuerdo con el calendario bizantino, equivalent­e al 7 de noviembre del calendario occidental, día en que Raúl Castro celebró, en efecto, “el centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre”). Los bolcheviqu­es tomaron el control de los edificios del gobierno; las tropas de Petrogrado permanecie­ron impasibles; los marineros del Aurora apuntaron sus cañones contra el Palacio de Invierno; Kerensky huyó, pero sus ministros fueron arrestados en su mayoría. Ese mismo día, por la noche, Lenin anunció que los bolcheviqu­es tenían el poder, que ejercerían por medio del Consejo de los Comisarios del Pueblo. “El historiado­r no cometerá ningún error si afirma que el 25 de octubre”, dijo Trotski, “una importante página fue escrita en la historia de la humanidad”. Una página que habría de cambiar, para bien y para mal, la historia del siglo XX. M *Investigad­or de la UNAM (Cialc)

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