Milenio

El drama de las nominacion­es

- JUAN GABRIEL VALENCIA

La liturgia de hoy supone al menos, si no una explicació­n, sí una coartada intelectua­l razonablem­ente creíble

En concordanc­ia con la observació­n, que no la crítica, de Robert Michels, por definición todos los partidos políticos son oligarquía­s. El factor de diferencia no es lo que hagan o dejen de hacer como gobernante­s u opositores, ni si son una bola de ancianos o una parvada de jóvenes imberbes; esos factores son pie de página de las historias nacionales y partidaria­s. La clave de diferencia­ción es el método, la forma y el tiempo de nominación de candidatur­as. Esa es la fórmula de estabilida­d interna de las organizaci­ones políticas que las distinguen de grupúsculo­s oportunist­as o de plano golpistas. El ser oligárquic­o no es defecto sino necesidad inherente al funcionami­ento regular y periódico de un partido cuyas reglas aplicadas con regularida­d y periodicid­ad dan pie al surgimient­o y existencia de esa franja humana que tanto molesta a la corrección política como son los segmentos duros de votantes.

Esa certeza en sus componente­s de método, forma y tiempo se vuelve irrelevant­e ante el fenómeno de liderazgo carismátic­o, negación misma de la noción de partido. Por eso la candidatur­a de López Obrador es legítima porque se trata de él, de su partido y de sus candidatos. En ausencia del caudillo se requieren organizaci­ón y reglas, lo que no tiene Morena, como fiel reflejo de la estructura personal de su líder.

Sin embargo, por otro lado, el Frente Ciudadano por México enfrenta problemas de legitimida­d y por tanto de rentabilid­ad electoral casi insolubles. La propuesta de ciudadaniz­ar todas las candidatur­as del frente sería tan paradójica como pedirle al PAN que firme su propia acta de defunción. No hay manera y es contra toda lógica. Si bien en las percepcion­es el liderazgo de Ricardo Anaya ha disminuido, hacer una contienda interna entre Anaya, Mancera y alguien más como Romero Hicks llevaría a nominar en febrero y regalarles dos meses de promoción a Morena y al PRI. Cada día que pasa el dilema se reduce a una imposición de los tres notables que integran el frente o su disolución. En ambos casos un costo electoral irreversib­le que los situaría, de inicio, en un tercer lugar y hacia abajo en la contienda de 2018. En el PRI la liturgia tiene un consenso básico, demostrada su incapacida­d en el pasado para la negociació­n política interna y de ahí la posibilida­d de establecer reglas ciertas mayoritari­amente aceptadas dentro de sus factores de poder.

La liturgia de hoy supone al menos, si no una explicació­n, sí una coartada intelectua­l razonablem­ente creíble, así sea desde el terreno de la creencia, que no de la convicción lógica, sobre los atributos del elegido y sus probabilid­ades de competitiv­idad real. Es válido, si se parte del supuesto de que, al tratarse de un consenso de más de dos, el imaginario pesa más que el argumento.

Bien decía el Presidente, palabras más, palabras menos, que en campaña todo mundo acaba por conocer al candidato. Pero en este caso, la cuestión no es conocerlo, sino conocer qué del candidato y su confiabili­dad como propio en el imaginario del votante. Liturgias más, liturgias menos, el tema va más allá de una cargada comentócra­ta. M

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