La derrota de los artistas
Durante la era moderna los artistas y la revolución han experimentado un recurrente y conflictivo idilio. Desde la Revolución Francesa hasta las revueltas contemporáneas, el magnetismo del cambio social súbito y radical subyuga al artista. Quizá porque tanto el revolucionario como el artista sienten que la historia y las sociedades son materiales para la creación y que la materialización de la utopía requiere tanto arrojo y voluntad política como imaginación desbordada. Una etapa climática de las seducciones y tensiones entre los artistas y la revolución comenzó precisamente hace cien años y el gran humanista Tzvetan Todorov la documenta en El triunfo del artista. La Revolución y los artistas rusos: 1917–1941, (Galaxia Gutenberg, 2017). Los artistas rusos no solo saludan la revolución, algunos la “huelen” y escriben textos premonitorios donde, con la elocuencia de la Anunciación, describen el tránsito de la degradación a la ventura pasando por la destrucción purificadora. Cuando la revolución se consuma, la mayoría de los artistas, particularmente los vanguardistas, buscan colaborar y armonizar su ruptura estética con el parto social en curso. Ambos contingentes, artísticos y revolucionarios, quieren gestar un hombre nuevo; sin embargo, los métodos y las sensibilidades son muy distintos. Si los creadores quieren fundir arte y cambio social, los hombres de acción conciben el arte como un mero instrumento para la consolidación de su benigna dictadura; si los artistas ensalzan ingenuamente la libertad, los políticos prescriben pragmáticamente la obediencia. Las líneas de la tragedia están trazadas: paulatinamente las discrepancias ideológicas se traducen en violencia hacia todo aquel que no se pliega a los dictados del poder. Todorov esboza una historia de la compleja relación entre los muy diversos grupos de artistas y el naciente Estado soviético y la ilustra con numerosos dramas verídicos como los de Mayakovski, Tsvietáieva, Zamiatin, Pilniak, Pasternak, Eisenstein, Shostakóvich y, sobre todo, el genial y desdichado Malévich. A través de estas tramas novelescas, llenas de grandeza y capitulaciones, de solidaridades y traiciones, Todorov hereda un libro conmovedor que refleja el ambivalente amasiato entre arte y revolución: por un lado sus inquietantes coincidencias (la adrenalina de la violencia, los rompimientos enfáticos con el pasado) y, por el otro, sus insuperables choques y conflictos de interés.