Milenio

De moda en Medellín, el narcotour clandestin­o por los sitios emblemátic­os de Pablo Escobar

El tour empieza al contactar con El Osito, hermano del capo colombiano muerto en 1993. La mansión, la cárcel autoconstr­uida y el cementerio en Medellín serán el objetivo de los turistas atraídos por el éxito de series de tv como Narcos

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Asimple vista, no hay anuncios de ningún narcotour por las calles de Medellín. Y quedaría un poco de turista preguntar a un vecino: “Oiga, ¿aquí dónde se juntan para admirar a Pablo Escobar Gaviria?”. Posiblemen­te a los forenses les pasa lo mismo: guardan un instante de silencio antes de empezar a hurgar en un cuerpo.

Los taxistas son distintos: van al grano. Uno de ellos, Julián, llama al mismísimo hermano de El patrón del mal y cierra la cita. Roberto, El Osito, de 70 años, nos espera en su casa. En ese mismo sitio intentaron asesinarlo y ahora lo utiliza como museo de los 80, cuando el apellido Escobar era sinónimo de cocaína. Sus tentáculos controlaba­n 80% del comercio global.

De camino a la vivienda, el taxista anima la plática. Se conoce todas las historias del cártel de Medellín porque vendía droga en la calle. Hasta que “le llamó Dios” y dejó el negocio. Al menos directamen­te, porque ahora transporta turistas a la casa de uno de sus jefes.

Década y media después de la muerte de Escobar, el narcoturis­mo se ha convertido en un pujante negocio.

Atraídos por series como Narcos o El patrón del mal, miles de turistas visitan los lugares icónicos de la vida del narco: su mansión, su palacio, su cementerio... Y el fenómeno enfrenta a dos ramas del clan: al hermano de Pablo Escobar con Popeye, quien fuera el principal sicario del poderoso capo.

Al llegar a la finca de El Poblado ya se siente la inmersión al mundo narco: la puerta está blindada y el perímetro, rodeado de cámaras de seguridad. El contraste se produce cuando llamamos al timbre y nos preguntan si hemos pedido cita previa.

Se rompe el encanto.

Empieza el narcotour

Dentro de la casa, El Osito enseña la memorabili­a del narco: vehículos, fotos antiguas, camisetas de deportista­s y objetos que ahora son parte de la historia negra de Colombia. Por ejemplo, la mesa (y las sillas) de la última cena de Escobar un día antes de su muerte, el 1 de diciembre de 1993, acorralado por el Bloque de Búsqueda, la unidad encargada de matarlo.

Hay pocos turistas hoy. Por eso, Roberto insiste en que posen con los objetos, incluso montados en la Harley de El patrón. Pero visto que somos cuatro, lo más interesant­e es hablar con El Osito. El hermano mayor del capo difumina las dudas sobre la figura de Pablo con tres frases contundent­es: “No lo mató la policía, se suicidó; lo perseguían porque se metió en política y en la serie Narcos todo es un invento”.

Cuando lleva al grupo a una habitación de la casa y pregunta: Si viniera la policía ¿dónde se escondería­n?”, algunos piensan: “Espero que no diga detrás de esa chimenea falsa, porque está fatal camuflada”. Y sí, era ahí: un falso hogar con espacio para dos personas y sin salida de humo.

Cuando finaliza el tour, despliega los souvenirs: copias de imágenes míticas y libros. Intenta convencer a la gente de que compre estos relatos, donde, aquí sí, se explica la verdad. Los demás lugartenie­ntes de Escobar, como Popeye, que asesinó a 300 personas, “solo mienten”. Para los que no lean, recomienda El patrón del

Escobar siempre cuidó a los suyos y, ahora, desde la tumba, les sigue dando de comer “Es habitual que nos insulten en los barrios ricos. A Pablo se le quiere en los pobres”

mal. “Es la más realista”, argumenta.

Escobar siempre cuidó a los suyos y, ahora, desde la tumba, les sigue dando de comer. Por eso, su hermano pasó a la ofensiva contra Narcos. Roberto exige mil millones de dólares por uso no autorizado del legado de Pablo, ya que en 2014 registró los derechos de imagen bajo el nombre de Escobar Inc.

Julián, el taxista, nos lleva a visitar la barriada Pablo Escobar. Aquí hay murales del Patrón y muchos vecinos venden en sus ultramarin­os recuerdos como camisetas y fotografía­s. Ahora sí, se encuentran anuncios de narcotours de la competenci­a.

Aquí se puede reservar otro tour. Los organizado­res se comunican por WhatsApp: “Debes llegar mañana a las 08:00 al punto de encuentro que es el almacén Éxito Poblado. Ahí lo recoge el señor Jaime en una Van blanca”.

En el lugar y a la hora fijada, aparece un autobús escolar amarillo. El chofer es amigo de Popeye, enemigo de El Osito en la lucha por la verdad. Por si no le creen, muestra en su celular varias fotos juntos. Esta vez, somos siete turistas.

La ruta visita el edificio Mónaco, la cárcel de la Catedral y el cementerio Montesacro: la vida, la penitencia y la muerte de Escobar. En la primera parada, el guía se detiene en una torre. Fue un hotel de cinco estrellas hasta que el narco lo convirtió en su vivienda. Pasa un coche y el conductor grita: “¡Escobar, asesino!”. “Es habitual que nos insulten en los barrios ricos”, dice el guía. “A Escobar se le quiere en los barrios pobres, aquí le odian”.

En los siguientes destinos, aparecen más autobuses amarillos. La Catedral parece un sitio de culto. Este recinto en las montañas fue una prisión que construyó Escobar para encerrarse a sí mismo en 1991. Pactó la reclusión con el gobierno a cambio de no ser extraditad­o. Más tarde se descubrió la farsa: El patrón vivía rodeado de lujos. Ahora es un asilo de ancianos gestionado por monjes.

La última parada es el cementerio. Aquí está enterrado con su familia. Es fácil localizar la tumba porque tiene flores frescas. Y también porque es la única donde un señor vende libros y llaveros con la imagen del narco. El chofer también espera con un puestecito de recuerdos. Solo ofrece libros de Popeye: El verdadero Pablo y Sobrevivie­ndo a Pablo Escobar.

El guía confiesa que a este tipo de tours solo vienen extranjero­s, nunca colombiano­s. “Deben de pensar que aquí alabamos la figura del narco, cuando lo único que hacemos es contar de forma objetiva la historia”, razona.

En la barriada Pablo Escobar da la sensación de que los vecinos le adoran. El más sincero parece el guía, el único que reconoce lo obvio: que vive de contar la historia (o una de ellas) de Escobar.m

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El guía afirma que al recorrido solo acuden extranjero­s, nunca colombiano­s.

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