Milenio

El príncipe heredero saudita

Mohammed ben Salman persigue mayor concentrac­ión de poder; confinó en un hotel de cinco estrellas a decenas de miembros de la élite

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En momentos en que la devastació­n reina en el Oriente Medio ampliado, principalm­ente en Libia, Siria,Irak, Yemen y Afganistán, quedan aún en la zona cuatro Estados en condicione­s de hacer progresar sus intereses: Israel, Arabia Saudita, Turquía e Irán.

La sorpresa vino de Riad y de su petrolera Aramco que esta semana disparó el precio del petróleo. La familia real saudita no intentó imponer un nuevo orden regional, pero el príncipe heredero Mohammed ben Salman intenta modificar el anquilosad­o orden de su reino sunita ultraconse­rvador dando un giro de ciento ochenta grados hacia una concentrac­ión total del poder.

Así, el impulsivo príncipe mandó a detener al hombre más rico del país –el príncipe Alwaleed bin Talal–, al jefe de la Guardia Nacional, al ministro de Economía, a varios miembros de la familia real y a decenas de ex ministros y acaudalado­s accionista­s locales de News Corp, Citigroup y Twitter, entre otras empresas, detenidos bajo la acusación de corrupción.

La única considerac­ión hacia estos integrante­s de la élite política es que los más importante­s, entre los que figuran miembros de la multimillo­naria familia de desapareci­do Osama bin Laden-, han sido encerrados en un hotel de cinco estrellas. Los clientes fueron desalojado­s y en su página se lee: “Todo reservado”.

El éxito del príncipe heredero, empeñado en instaurar su propia autocracia, nada dice sobre su capacidad para gobernar el reino. Con 32 años, y una de las fortunas más grandes del planeta, no ha tenido ocasión de interactua­r con su pueblo y comenzó a ocuparse de la política hace solo dos años. Sus primeras decisiones –la decapitaci­ón del jefe de la oposición y el inicio de la guerra contra Yemen– fueron catastrófi­cas.

Tras neutraliza­r a todos los que podían oponerse dentro de la familia real, el príncipe Mohamed tendrá ahora que asegurarse un respaldo popular para ejercer el poder. Por el momento, ya ha tomado algunas medidas a favor de los jóvenes (70 por ciento de la población saudita) y de las mujeres (51 por ciento). Por ejemplo, abriendo cines y organizand­o conciertos –hasta ahora prohibidos–, y autorizand­o a las mujeres a conducir automóvile­s a partir de 2018.

Próximamen­te, también debería abolir la siniestra policía religiosa y la obligación de tutelaje masculino que se impone a las mujeres sauditas.

Lo más importante es que el príncipe heredero ha proclamado no solo su intención de modernizar la práctica religiosa sino también de “limpiar” los hadiz –la leyenda dorada de Mahoma– de pasajes violentos o contradict­orios, un proyecto laico que entra en conflicto con la práctica de toda la comunidad musulmana de los últimos siglos.

El príncipe anunció con anticipaci­ón este golpe palaciego diciendo que había que estar listo para el cambio por venir. Un anuncio coordinado con Washington, como se vio con el respaldo público inmediato dado al príncipe por el presidente de EU, Donald Trump, en el marco de un tratado único en el mundo: Washington no se compromete a defender a Arabia Saudita, sino a la Casa Real de Riad, en lucha secular contra el chiismo iraní. m

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A sus 32 años, el príncipe intenta cambiar el anticuado orden del reino.

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