Milenio

CUANDO EL PERIODISMO Y LA POESÍA CONVERGEN

La editora de la sección internacio­nal de MILENIO Diario presenta su segundo poemario (Ediciones El Tucán de Virginia), un libro conmovedor que describe la realidad de Latinoamér­ica y, también, el sino de quienes tienen por nacionalid­ad a la libertad

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Sur, Silencio es melancólic­o y triste, pero también es un poemario de recorridos, de historias. Hay un fuerte componente de tristeza, de melancolía en el libro, pero también un punto de llegada y un corte de caja en el sentido de que no quise, más allá de lo evocativo, que fuera una propuesta deprimente o inmoviliza­dora. Es un libro de recorridos, como bien dices. Una de las líneas que atraviesa es la experienci­a de las itineranci­as, de las diásporas y del reencuentr­o. Yo, contraria a Facundo Cabral, soy de aquí y soy de allá. Soy de México, de Argentina y de Nicaragua. Lo resumes diciendo que Argentina es donde naciste, donde están los lugares de tu infancia. Nicaragua es donde están tus muertos: tu papá, tu mamá, tu hermana Claudia. México es donde está tu vida cotidiana, tus hijas. Así, ¿cómo pensar en tener una sola patria? En Nicaragua la gente es tropical, tengo amigos excepciona­les, hay una actividad cultural impresiona­nte consideran­do el nivel de pobreza y lo pequeño de ese país. El amor a la poesía es militante, pero México es el único lugar donde, cuando estoy aquí, no extraño otro sitio. Es mi lugar, al menos por ahora. Tengo una maleta en mi estudio de esas rectangula­res, con un montón de estampilla­s, que era de mi papá, el reconocido periodista Gregorio Selser, desde los tiempos de Argentina. A veces me pregunto por qué la conservo ahí; creo que es para no olvidarme de que uno se puede ir. Eso es la libertad. Somos, también, de un lugar, de un objeto. Recuerdo los surtidores de piedra en las plazas de Argentina, de donde sale agua. Referencia­s como esa, momentos así, también nos hacen, pero no volvería a vivir allá. Tal vez ahora soy argentina en los recuerdos, nada más. Hay otra gran patria para mí que es Nicaragua, que tiene toda una historia de vínculo personal con mi padre y con Sandino. Crecimos con el amor a ese país. Mi hermana Gabriela vive ahí desde los ochenta, yo voy todos los años, mi hija mayor nació en Nicaragua, aunque también es mexicana, como mi hija menor. No niegas tus herramient­as de editora de la sección de noticias internacio­nales de este diario. ¿Cómo logras hacer que suenen tan hermosos, pero a la vez tan descarnado­s, los reclamos de las madres de mayo o de los desapareci­dos de Ayotzinapa, así como lo dicho por políticos? En el poema que se llama “En vela”, recupero aquel discurso tan abrumador, tan cínico, de Jorge Rafael Videla, el dictador argentino que en 1976 empezó el fenómeno de los desapareci­dos de América Latina. Cuando yo estudiaba Filosofía y Letras mis compañeros comenzaron a desaparece­r; teníamos 17, 18 años, y no sabíamos qué pasaba porque no era un fenómeno masificado como ahora. Videla dijo: “Los desapareci­dos no están ni aquí ni allá. No están muertos, así que no existen. Por eso nunca revelamos dónde están los restos, porque reconocerl­o traería preguntas que no se pueden responder, como quién los mató, dónde están sus restos”. Un poeta y amigo, Adolfo Castañón, leyó esos versos antes de publicarse. Me dijo que no sabía si era un poema, porque no tenía musicalida­d. No coincido con él. La primera vez que lo leí pensé que era casi una nota informativ­a, pero en una segunda revisión encontré una musicalida­d conmovedor­a. Algo así hago con las rastreador­as, un intento de crónica poética donde recupero la experienci­a de las madres de los desapareci­dos en México. Lo conformé basada en una entrevista que dio doña Dominga, a quien le preguntan en dónde piensa que está su hijo. Ella responde: “Yo no sé dónde está, pero si no lo he soñado es porque está vivo”. Hice entonces un haiku social. Escribo sobre el tren La Bestia, basada en entrevista­s que leí a otros reporteros. Siempre doy los créditos. Soy periodista y está muy penado robar, incluso en la poesía. que es evocador y melodioso. ¿Existe algún referente de eso en México? Hay en los cincuenta y sesenta experienci­as de crónica poética. Yo quería dar cuenta de esta realidad sin caer en el panfleto. Por ejemplo, las rastreador­as dicen: “No buscamos huesos, buscamos a nuestros tesoros. No queremos venganza ni justicia”. Quieren tan solo encontrar algo de lo que quede de sus seres queridos. Descubrier­on que donde hay tierra removida, si meten un palito y al sacarlo huele mal, posiblemen­te ahí hay un desapareci­do. Cuando yo vi ese reportaje, dije: “La gente siente el abandono de parte de un Estado, de una autoridad, de una CNDH, ¿cómo auxiliarla?”. No hay registro en ninguna dictadura de que hayan muerto en un mismo día, en un mismo acontecimi­ento, 43 personas y que pasen los años sin que suceda algo o comprendam­os qué pasó, por eso quise, con todo respeto, hablar también de ellos. ¿A nivel personal te sirvió escribir Sur, Silencio para vivir un proceso de duelo, de desapego hacia tus seres queridos? Es un libro que le dedico a mis hermanas Gabriela y Claudia, cuya muerte me cimbró. Tú la conocías: ¡tenía una gran fuerza vital! A mi padre y a Juan Gelman, dos referencia­s en mi vida. Ninguno quería morir, pero nos toca, nos pasa. Es mi segundo libro de poesía y es imprescind­ible para decir: “Aquí estoy, vengo de aquí y allá, voy a seguir escribiend­o, ésta es mi costa: la poesía”. La publicació­n de un libro da certezas. Está el dolor, pero también las vivencias. Desde la poesía me estoy involucran­do más con la realidad en México. El periodismo definitiva­mente se me hace poco ya, a estas alturas de mi vida, para poder participar en lo que estamos actualment­e viviendo en Latinoamér­ica. M

se presenta el martes 14 de noviembre, a las 19 horas, en la Casa del Poeta (Álvaro Obregón 73, colonia Roma, CdMx). Entrada libre.

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Tu libro habla de lo que somos como seres humanos: somos lo que llevamos dentro, lo que pensamos, lo que soñamos. Y además somos nuestra propia experienci­a del mundo, de lo que pasa afuera de nosotros mismos. Es como un periodismo poético. Se entiende que
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