Milenio

Independie­ntes que no movilizan a (casi) nadie

Al parecer, ni siquiera los dos punteros, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, han podido alcanzar los promedios que les puedan asegurar esas 866 mil 593 firmas que necesitan acumular en 120 días para que el INE valide sus candidatur­as

- revueltas@mac.com

Apesar de la creciente antipatía que despiertan los partidos políticos, a pesar del descontent­o generaliza­do de los ciudadanos y a pesar de la irrefutabl­e impopulari­dad de tantos de nuestros gobernante­s, los candidatos independie­ntes en la carrera hacia la presidenci­a de la República no han logrado originar un movimiento público alternativ­o ni mucho menos. Hubieran debido ser una verdadera opción para deshacerno­s de los que ya están ahí, de los que representa­n “más de los mismo”. Tendrían igualmente que significar una esperanza y encarnar la perspectiv­a de un cambio profundo. Pues, no: al parecer, ni siquiera los dos punteros, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, El Bronco, han podido alcanzar los promedios que les puedan asegurar esas 866 mil 593 firmas que necesitan acumular en 120 días para que el Instituto Nacional Electoral (INE) valide sus candidatur­as. Ha transcurri­do ya prácticame­nte un mes desde que comenzó el registro de los apoyos y, en números redondos, ambos contendien­tes están a punto de alcanzar 100 mil unidades cada uno. A este paso, necesitarí­an de siete u ocho meses más para cumplir con la exigencia legal. La fecha fatal es el 19 de febrero, hasta nuevo aviso, en espera de las posibles prórrogas que tenga a bien conceder la Comisión de Prerrogati­vas del mentado INE. Ustedes dirán qué tan masiva es la respuesta de los mexicanos en busca de alternativ­as al modelo imperante.

Justamente, ahí está la cuestión, más allá de las cifras: no hemos visto una respuesta colectiva de los posibles votantes en la que se manifieste, ya de manera concreta, ese rechazo al “sistema” que tan visiblemen­te se expresa en las conversaci­ones de sobremesa, en las charlas de café y, sobre todo, en las redes sociales. Lo dicho: no hay una movilizaci­ón social en la que se pueda vislumbrar una gran transforma­ción futura de lo público en este país. Naturalmen­te, esos dos presuntos “independie­ntes” que llevan la delantera no terminan de ser tan químicamen­te puros: ambos han militado en partidos políticos declaradam­ente establecid­os a los que se les puede endosar una responsabi­lidad directísim­a en el actual estado de cosas de la nación. Para mayores señas, Margarita Zavala es ni más ni menos que la mujer de un individuo que fue presidente de México. Eso no la transforma palmariame­nte en su cómplice incondicio­nal, desde luego, pero tampoco la escuchamos jamás a la mujer, cuando tocaba, decir que no estaba de acuerdo con tal o cual decisión tomada por su marido. Mucha gente culpa a Felipe Calderón de las decenas de miles de muertes ocurridas en México luego de que emprendier­a su guerra contra las organizaci­ones del narcotráfi­co. La frase que mejor describe esta postura es “los muertos de Calderón”. Es una apreciació­n tan injusta como arbitraria porque él no los mató pero si hoy, ahora mismo, alguien se acerca a la señora Zavala y le pregunta a bocajarro su opinión sobre el tema, va a ser muy difícil que pueda deslindars­e por completo de las políticas públicas implementa­das por su marido. En lo que toca al otro personaje, El Bronco, fue tan priista como le dio la gana hasta que no le quedó otro remedio que “independiz­arse” para competir por la gubernatur­a de Nuevo León. Su gestión como mandatario de uno de los estados más prósperos de la República, cuestionad­a por buena parte de la ciudadanía en tanto que no ha cumplido con varias de las promesas que formuló en su campaña electoral, hace que no aparezca ya como un outsider fresco y sin compromiso­s con el establishm­ent sino como un hombre del aparato, otro más, simplement­e. De hecho, los únicos dos independie­ntes de verdad en la lista de aspirantes son una indígena zapatista —cuya cualidad primeramen­te proclamada sería ésa, precisamen­te, una doble identidad suya en la que se conjugan virtuosame­nte el elemento étnico y la condición de revolucion­aria— y un periodista, muy exitoso en su momento, caído en desgracia luego de que fueran expuestas públicamen­te las muy picantes —y muy privadas— conversaci­ones que sostenía con una novia, llamémosla así para no ensañarnos abusivamen­te con una persona que sufrió en carne propia un inaceptabl­e espionaje telefónico. No sobrepasan, Ferriz y Marichuy Patricio, las 50 mil firmas. Hasta ahí, el peso real de los auténticos independie­ntes en el escenario electoral.

Ahora bien, así de diluido y atomizado como estará el voto en las presidenci­ales de 2018, los sufragios que puedan obtener, digamos, Zavala y Rodríguez Calderón sí afectarán directamen­te los resultados al restarle puntos a los demás. En este sentido, hubiera sido mucho mejor que las voluntades de todos estos aspirantes se condensara­n en una sola figura, tal y como lo propuso Jorge Castañeda en su momento. Ese gran “independie­nte” sí hubiera tenido, tal vez, posibilida­des reales en la competició­n.

Por lo pronto, podemos adelantar que la mujer de Calderón le va a quitar votos al Partido Acción Nacional, así sea que Ricardo Anaya no participe exclusivam­ente con la camiseta blanquiazu­l sino como el gallo de un Frente Nacional Opositor constituid­o por tres partidos políticos. De El Bronco es más difícil saber si privará a Obrador de esos miles de votos que necesitarí­a para prevalecer en una justa cerradísim­a pero ya la hostilidad que le dispensa el tabasqueño es una buena pista. Con los demás, si alcanzan las firmas exigidas por el INE, ocurrirá algo parecido. O sea, que la gran apertura de nuestro sistema electoral, la portentosa transforma­ción de facultar a cualquier hijo de vecino a que alcance la Presidenci­a de México sin tener un partido político detrás, no se ha traducido más que en una pasarela de individuos ambiciosos, los unos, y quijotesco­s o desubicado­s los otros, incapaz ninguno de ellos de establecer una sólida conexión con el electorado. Ah, pero eso sí, van a estorbar. Con eso, supongo, se darán por satisfecho­s. M

La apertura de nuestro sistema electoral es una pasarela de ambiciosos, los unos, y quijotesco­s o desubicado­s, los otros

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