Milenio

Pajaritos y pajarracos

- Héctor Rivera

Los editores de Los pájaros y otros relatos le echaron todas las ganas para entregar a las librerías un volumen espléndido. El texto de Daphne du Maurier que le sirvió a Alfred Hitchcock para la realizació­n de una de sus obras mayores está viendo la luz de nuevo en estos días. Y muchos están celebrando ahora la reaparició­n de un texto tan notable, aunque buena parte de los cinéfilos no estaba al tanto del origen literario de una de las películas más maliciosas del realizador británico.

La cinta, a nadie la cabe duda, es una verdadera joya. El libro en cambio conoció la oscuridad, como suele suceder con todo lo que queda cerca del llamado “mago del suspenso”.

A finales del año pasado, el madrileño Espacio Fundación Telefónica inauguró la exposición Hitchcock, más allá del suspense sobre varios aspectos de la figura del realizador. Uno de ellos se refería a quienes trabajaron estrechame­nte al lado de Hitchcock en la realizació­n de sus obras mayores. Se documentab­a ahí la participac­ión del escritor Dan Aulier, del guionista John Michael Hayes, del director de fotografía Robert Burks, de la diseñadora de vestuario Edith Head, del director musical Bernard Herrmann y, sobre todo, de su asistente de rodaje, guionista y esposa Alma Revill, pero de Daphne du Maurier ni sus luces.

Nacida en Londres en 1907, Daphne du Maurier era una suerte de niña bien, elegante, distinguid­a. Romántica, le gustaba la vida a la orilla del mar, en contacto con la naturaleza. Hija del productor y actor Gerald du Maurier y la actriz Muriel Beaumont, se dedicó a la literatura desde muy joven, con mujeres malévolas, sufridoras y tortuosas en el centro de sus novelas y relatos. Vivió buena parte de su vida en la península de Cornualles, en Gran Bretaña, una región en la que habrían vivido el Rey Arturo y el Mago Merlín, donde veraneaba a menudo Virginia Woolf. Ahí, en esa geografía de rústicas pesquerías, ubicaba con cierta frecuencia la trama de sus escritos. Cuando llegó a vivir en esa pequeña localidad, hacia 1942, ya había escrito Rebeca, una de sus obras más celebradas. Ubicó la trama en lo que es hoy día un sitio de peregrinac­ión para montones de turistas de todo el mundo que recorren emocionado­s las inmediacio­nes de la casa que habitó con su marido y sus tres hijos. Adaptada por Philip MacDonald y Michael Hogan, Hitchcock realizó en 1940 una versión fílmica de la exitosa obra de Daphne du Maurier. El realizador británico había emprendido antes, en 1937, la adaptación de La posada maldita, otra obra de la escritora, sin mencionar su autoría, trabajada para el cine por Sidney Gilliat y Joan Harrison.

Daphne du Maurier no era entonces una escritora desconocid­a para Hitchcock cuando en 1963 el director emprendió con Evan Hunter la adaptación de Los pájaros, una obra poco conocida de la admirada autora. En la larga entrevista con el realizador y periodista francés François Truffaut, publicada en formato de libro con el título de El cine según Hitchcock, el director de La ventana indiscreta hace una breve considerac­ión a propósito de la Rebeca de Daphne du Maurier, cuya versión fílmica constituye su primera película estadunide­nse: “Es una especie de cuento y la misma historia pertenece a finales del siglo XIX. Era una historia bastante pasada de moda, de un estilo anticuado. En aquella época había muchas escritoras; no es que esté en contra de ellas, pero Rebeca es una historia a la que le falta sentido del humor”.

De La posada maldita dice por lo menos que fue “una empresa ilógica”, pero cuando habla de Los pájaros, la tercera de las cintas que filmó a partir de textos de Daphne du Maurier con escenarios en Cornualles, no se mide: “A menudo se habla de los cineastas que, en Hollywood, deforman la obra original. Mi intención es no hacerlo nunca. Yo leo una historia solo una vez. Cuando la idea de base me sirve, la adopto, olvido por completo el libro y fabrico cine. Sería incapaz de contarle Los pájaros de Daphne du Maurier. Solo la he leído una vez y rápidament­e”.

No obstante, tal vez de dientes para afuera, rinde un pequeño tributo a los creadores literarios a quienes en el fondo desprecia: “Lo que yo no comprendo es que alguien se apodere realmente de una obra, de una buena novela cuyo autor ha empleado tres o cuatro años en escribir y que constituye toda su vida. Se manipula el asunto, se rodea uno de artesanos y de técnicos de calidad y ya tenemos candidatur­a a los Óscar, mientras que el autor se diluye en segundo plano. No se piensa más en él”.

Como sea, habrá llegado la hora de encontrars­e con Los pájaros de Du Maurier, atrapados en la jaula de Hitchcock. m

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