¿Cómo llamar a esa actitud?
El gesto presidencial de asistir al evento organizado por Causa en Común para presentar el Índice de Desarrollo Policial era una buena señal del Ejecutivo federal sobre la importancia que le merece el tema. Sin embargo, desaprovechó la oportunidad. Un error de discurso y una omisión en su mensaje dieron al traste con las buenas intenciones.
No sé si era parte del discurso que llevaba preparado o fue improvisación, pero su queja de que “a veces se escuchan más las voces que vienen de la propia sociedad civil que condenan, que critican y que hacen bullying sobre el trabajo de las instituciones del Estado mexicano”, además de ser pronunciada en el lugar equivocado —Causa en Común se ha caracterizado por un trabajo serio y constructivo para exigirle a los gobiernos federal y estatales que cumplan con su obligación de garantizar la seguridad de los ciudadanos y de ser congruentes con sus compromisos adquiridos públicamente de reconstruir y fortalecer las policías—, la utilización del verbo acosar (bullying) no fue el correcto. El bullying es una agresión injustificada y gratuita contra alguien más débil; el sujeto acosado usualmente no hace nada contra sus acosadores y aun así lo agreden y lo hostigan.
No creo que sea el caso de la mayor parte de las críticas contra las instituciones de seguridad. Si bien, sí hay algunas organizaciones radicales que se oponen a todas las fuerzas estatales y las critican con base en prejuicios inamovibles (por definición son violadoras sistemáticas de los derechos humanos), gran parte de las críticas es justificada por diversas razones: en algunos casos violan los derechos humanos, pero las más frecuentes, desde mi punto de vista, son por omisión en su tarea de proteger a los ciudadanos, ya sea por ineficaces y negligentes o porque actúan en complicidad con los delincuentes. Por esa razón, las denuncias y críticas contra muchos cuerpos y elementos policiacos están justificadas, no son bullying porque no son agresiones gratuitas o injustificadas contra un sujeto débil que no puede defenderse.
Pero creo que el error más severo del discurso presidencial fue la omisión. Al reconocimiento de que la inseguridad ha crecido de manera preocupante (lo hizo con eufemismos, pero lo hizo: “en puntos muy particulares de nuestra geografía nacional la violencia se ha convertido prácticamente en algo cotidiano y común (…) reconocimos también que en 2016 y 2017 han sido años donde lamentablemente la delincuencia y la inseguridad han cobrado nuevamente mayores espacios”) no se siguió ninguna acción, ninguna propuesta, ninguna política alternativa, ningún compromiso para reforzar a las policías, nada. Absolutamente nada. ¿Entonces para qué ir a ese evento; para qué reconocer que el problema es preocupante y creciente si no se anuncia algo que tranquilice a los ciudadanos cada vez más atemorizados de salir a la calle en todas las ciudades (como lo reveló la última encuesta del Inegi sobre la inseguridad en zonas urbanas) y no solo en “puntos muy particulares del país”? ¿Para quejarse del bullying? El último párrafo del discurso del Presidente es revelador de que no piensa hacer gran cosa al respecto y avienta la responsabilidad: “Sancionemos a aquellos que no cumplan con su tarea; veamos, exhibamos en las entidades federativas los gobiernos que han sido eficaces y los que no lo han sido. Trabajemos poniendo nuevamente en nuestro centro de atención el tema de la seguridad. Lo está porque, es cierto, las cifras no son nada alentadoras, pero tampoco son alentadores los esfuerzos que entre gobierno y sociedad hemos alcanzado, y mucho podemos hacer todavía en favor de esta causa”. ¿Sancionemos? ¿Quiénes? ¿Qué está esperando él —que es el jefe del Estado— para exhibir y sancionar a los gobernadores incumplidos comenzando por su propio gobierno? ¿A qué se compromete en su último año de gobierno y cuánto presupuesto y, por tanto, cuánta prioridad le pondrá a la seguridad? ¿Cómo llamar a esa actitud? M
El error más severo del discurso presidencial fue la omisión