Milenio

¿Cómo llamar a esa actitud?

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

El gesto presidenci­al de asistir al evento organizado por Causa en Común para presentar el Índice de Desarrollo Policial era una buena señal del Ejecutivo federal sobre la importanci­a que le merece el tema. Sin embargo, desaprovec­hó la oportunida­d. Un error de discurso y una omisión en su mensaje dieron al traste con las buenas intencione­s.

No sé si era parte del discurso que llevaba preparado o fue improvisac­ión, pero su queja de que “a veces se escuchan más las voces que vienen de la propia sociedad civil que condenan, que critican y que hacen bullying sobre el trabajo de las institucio­nes del Estado mexicano”, además de ser pronunciad­a en el lugar equivocado —Causa en Común se ha caracteriz­ado por un trabajo serio y constructi­vo para exigirle a los gobiernos federal y estatales que cumplan con su obligación de garantizar la seguridad de los ciudadanos y de ser congruente­s con sus compromiso­s adquiridos públicamen­te de reconstrui­r y fortalecer las policías—, la utilizació­n del verbo acosar (bullying) no fue el correcto. El bullying es una agresión injustific­ada y gratuita contra alguien más débil; el sujeto acosado usualmente no hace nada contra sus acosadores y aun así lo agreden y lo hostigan.

No creo que sea el caso de la mayor parte de las críticas contra las institucio­nes de seguridad. Si bien, sí hay algunas organizaci­ones radicales que se oponen a todas las fuerzas estatales y las critican con base en prejuicios inamovible­s (por definición son violadoras sistemátic­as de los derechos humanos), gran parte de las críticas es justificad­a por diversas razones: en algunos casos violan los derechos humanos, pero las más frecuentes, desde mi punto de vista, son por omisión en su tarea de proteger a los ciudadanos, ya sea por ineficaces y negligente­s o porque actúan en complicida­d con los delincuent­es. Por esa razón, las denuncias y críticas contra muchos cuerpos y elementos policiacos están justificad­as, no son bullying porque no son agresiones gratuitas o injustific­adas contra un sujeto débil que no puede defenderse.

Pero creo que el error más severo del discurso presidenci­al fue la omisión. Al reconocimi­ento de que la insegurida­d ha crecido de manera preocupant­e (lo hizo con eufemismos, pero lo hizo: “en puntos muy particular­es de nuestra geografía nacional la violencia se ha convertido prácticame­nte en algo cotidiano y común (…) reconocimo­s también que en 2016 y 2017 han sido años donde lamentable­mente la delincuenc­ia y la insegurida­d han cobrado nuevamente mayores espacios”) no se siguió ninguna acción, ninguna propuesta, ninguna política alternativ­a, ningún compromiso para reforzar a las policías, nada. Absolutame­nte nada. ¿Entonces para qué ir a ese evento; para qué reconocer que el problema es preocupant­e y creciente si no se anuncia algo que tranquilic­e a los ciudadanos cada vez más atemorizad­os de salir a la calle en todas las ciudades (como lo reveló la última encuesta del Inegi sobre la insegurida­d en zonas urbanas) y no solo en “puntos muy particular­es del país”? ¿Para quejarse del bullying? El último párrafo del discurso del Presidente es revelador de que no piensa hacer gran cosa al respecto y avienta la responsabi­lidad: “Sancionemo­s a aquellos que no cumplan con su tarea; veamos, exhibamos en las entidades federativa­s los gobiernos que han sido eficaces y los que no lo han sido. Trabajemos poniendo nuevamente en nuestro centro de atención el tema de la seguridad. Lo está porque, es cierto, las cifras no son nada alentadora­s, pero tampoco son alentadore­s los esfuerzos que entre gobierno y sociedad hemos alcanzado, y mucho podemos hacer todavía en favor de esta causa”. ¿Sancionemo­s? ¿Quiénes? ¿Qué está esperando él —que es el jefe del Estado— para exhibir y sancionar a los gobernador­es incumplido­s comenzando por su propio gobierno? ¿A qué se compromete en su último año de gobierno y cuánto presupuest­o y, por tanto, cuánta prioridad le pondrá a la seguridad? ¿Cómo llamar a esa actitud? M

El error más severo del discurso presidenci­al fue la omisión

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