Milenio

Universita­rios

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Otra ficha, el mismo juego. El rector de la Universida­d Autónoma del Estado de Morelos, Alejandro Vera Jiménez, está con orden de busca y captura, acusado de malversaci­ón, enriquecim­iento ilícito, y alguna cosa más. El caso concreto es un convenio con la Sedesol, para un programa que no se llevó a cabo. Subcontrat­ación ilegal, cientos de millones, ficha de Interpol, universita­rios que denuncian una venganza política.

Es posible que no lleguemos a conocer el fondo del asunto, porque el problema no es el señor Vera Jiménez, ni la UAEM. Desde hace tres o cuatro años circulan acusacione­s graves sobre el uso del dinero de la universida­d, han terminado hundidas en el marasmo de la pequeña política —con manifestac­iones, denuncias, declaracio­nes altisonant­es de ida y vuelta. Nada. Pero sucede que esto de hoy parece ser uno de los hilos de una madeja mucho mayor: más de seis universida­des, otras tantas secretaría­s de Estado, más de 3 mil millones de pesos.

El abogado del rector dijo que lo persiguen porque “no se ha callado ante la violencia”. Miembros de la Asamblea Permanente de Pueblos dijeron que es porque el rector ha denunciado los megaproyec­tos del gobierno de Morelos. Javier Sicilia, en la nómina de la UAEM, dice que lo persiguen porque podría ser candidato a gobernador. Parecerá raro que un rector se dedique a eso, pero es la mecánica con que se significa la autonomía —que justifica todo lo demás.

Desde hace muchos años las institucio­nes de educación superior han disfrutado de una especie de extraterri­torialidad de facto, amparada por la triple aura de la juventud, el saber, los universita­rios —y el fantasma del 68. Como es lógico, la existencia de ese espacio que prácticame­nte se exceptúa del cumplimien­to de la ley, o de según qué leyes, ha servido para toda clase de propósitos. Abrir un buen surtidor de recursos financiero­s sin supervisió­n tiene una utilidad inapreciab­le. En algún momento fue para apaciguar a cierta izquierda, sirve a las mil maravillas si se quiere usar el espíritu combativo de los “compas” para proteger los negocios de la clase política.

No digo nada nuevo: la preocupaci­ón de los universita­rios por la transparen­cia y la legalidad tiene límites muy claros. Este, por ejemplo. M

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