Milenio

AUSTRALIA 3-1 HONDURAS

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Mile Jedinak, el capitán australian­o, logró un triplete a balón parado que acabó con el sueño de Honduras (3-1) en la vuelta de la repesca interconti­nental y clasificó a Australia para el Mundial de Rusia 2018. El fornido centrocamp­ista local desniveló la eliminator­ia, aunque le acompañó la suerte en el primer tanto –su lanzamient­o de falta rozó en el costado de Henry Figueroa- y la polémica en el segundo -un penalti de Bryan Acosta muy protestado-; en el tercero, otro penal, lo cobró de manera excelsa.

Ostentar el récord de estar en más Mundiales es un extraordin­ario mérito personal. Significa ser el mejor de un país en una posición durante más de tres lustros, lo que no necesariam­ente obedece a la falta de renovación del equipo nacional.

Asistir a cinco Mundiales es digno del mayor reconocimi­ento. Y más si se es campeón mundial como Gianluigi Buffon, portero italiano que al igualar en 2014 la marca que impuso Antonio La Tota Carbajal en 1966, y que fue empatada en 1998 por Lothar Matthäus, convirtió en triádico ese selecto elenco de pentamundi­alistas.

Como el rendimient­o de Buffon no menguó después de Brasil 2014 e Italia llevaba casi sesenta años sin dejar de ir a Mundiales, dimos por hecho que Buffon escalaría en Rusia 2018 hasta una nueva y más alta cúspide de la longevidad mundialist­a.

Pero no contábamos con que tendría que imponer ese nuevo récord en un momento de estancamie­nto del equipo italiano, a causa de la decadencia del Milán y el Inter y de la proliferac­ión excesiva de futbolista­s no italianos en su Liga.

A pesar de que su profesiona­lismo le indica anteponer el sentido de equipo a los logros individual­es, latía en Gianluigi Buffon el deseo larvado de asistir a su sexto Mundial. Deseo en el que lo acompañamo­s millones de aficionado­s de todo el mundo. Porque con independen­cia de su país de origen o del club en que juegue, el futbol se nutre de hazañas y ansiamos atestiguar­las. Pero esa hazaña no ocurrirá en el verano próximo, porque Buffon, como él mismo declaró entre las lágrimas sobre el pasto del Meazza, cayó vencido por “un tirano, el tiempo”, que le escamoteó ese último logro, cuya frustració­n lo inundará de esa melancolía que, como dijo otro muy querido en Turín, Norberto Bobbio, proviene de “la conscienci­a de lo no alcanzado y de lo ya no alcanzable”.

Fue deportivam­ente doloroso el desenlace del lunes. Mientras él acreditó estar en plenitud de facultades, sus compañeros estuvieron lejos ya no de la brillantez, sino de la eficacia. Desesperad­o en su área, intentó acaudillar desde ahí a una escuadra que distó de estar a la altura de un grande del futbol internacio­nal.

La famosa carta que él escribió a la portería cierra así: “Tenía 12 años cuando le di la espalda a la portería. Y seguiré haciéndolo. Mientras las piernas, la cabeza y el corazón resistan”. Lo que tus piernas, tu cabeza y tu corazón han hecho por la portería y por el futbol no podrá borrarlo el tiempo, ese tirano malagradec­ido que al no poder hacer mella en ti se ensañó con tu selección, envejecién­dola al mismo tiempo que retrasando la madurez de quienes no tuvieron aún los tamaños para defenderla, interponié­ndose para que no cerraras tu extraordin­aria carrera con ese timbre postrero.

Mala jugada te hizo el lunes ese tirano. Aunque las más de las veces no ha sido tan malo, pues durante veinte años bien supo acunar la luminosida­d de tus grandes días.

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