Milenio

LA CULTURA POLÍTICA DE LA VIOLENCIA

Los acontecimi­entos que rodearon al movimiento estudianti­l determinar­on en muchos aspectos la ulterior evolución de México

- GILBERTO GUEVARA NIEBLA*

En la línea del tiempo histórico, hay momentos críticos que deciden, globalment­e, el derrotero de una nación. Los acontecimi­entos de 1968 y las decisiones del poder político frente al movimiento estudianti­l determinar­on en muchos aspectos la ulterior evolución de México y, yo sostengo, sus secuelas se pueden rastrear hasta la actualidad.

En realidad, la disidencia estudianti­l no concluyó en 1968 y continuó bajo otras modalidade­s en los siguientes años, de la misma manera que, en el lado contrario, se prolongó la conducta gubernamen­tal de perseguir y castigar a los estudiante­s. En los diez años siguientes de nuestra historia, hubo conflictos recurrente­s entre sectores universita­rios y autoridade­s federales y estatales (Jueves de Corpus de 1971, conflictos estatales en torno a la autonomía universita­ria, asesinatos de estudiante­s, experiment­os de co-gobierno, etc.).

Fueron, por lo menos, diez años de ira y furia, de fanatismo e intoleranc­ia, en los cuales grupos humanos significat­ivos —centenas de miles o millones de personas—conocieron o experiment­aron la violencia represiva en diversos grados y formas.

Lo que me pregunto es ¿cómo esa experienci­a de la violencia experiment­ada por víctimas y victimario­s fue procesada mentalment­e por cada persona y en qué medida moduló nuestra cultura política.

La represión política polariza a la sociedad y deja en quienes la sufren huellas bajo la forma de conocimien­tos,actitud es, emociones, sentimient­os, hábitos y conductas. Es también una experienci­a para los verdugos. También centenares de miles de personas( militares, halcones, policías, agentes en cubiertos y operadores políticos) fueron preparados y entrenados para golpear, espiar, perseguir y asesinar.

¿Qué pasó con unos y otros? ¿Cuál fue su destino? Es fácil conjeturar que unos, las víctimas, masivament­e, se convirtier­on en clientela preferida de los grupos de izquierda y que los otros, los verdugos, pasaron a formar parte de los ejércitos del lumpen-proletaria­do, probableme­nte de las bandas del narcotráfi­co.

Un elemento sociológic­o a tomar en cuenta: la población estudianti­l y los grupos aliados de los estudiante­s (profesores, intelectua­les, artistas) que vivieron la violencia de 1968 y años subsecuent­es constituye­n los estratos sociales con mayor ilustració­n de la sociedad. Estos sectores, que experiment­aron agravio, frustració­n, indignació­n y cólera, se convirtier­on en contingent­es políticos con posturas anti-gobierno y anti-Estado.

Se generó un abismo político entre el gobierno y los sector es medios, pero no sólo eso, la violencia no es nunca escuela democrátic­a, es, por el contrario, una escuela muy eficaz para en la transmisió­n de valores y conductas anti-democrátic­as. En esos años de violencia, masas enteras de mexicanos se transforma­ron en fuerzas que, aunque se oponían al gobierno, renegaban de la ley, de las institucio­nes, del diálogo como recurso, de los políticos, de los funcionari­os, etc. y justificab­an el uso de recursos violentos para atacar a las autoridade­s.

De ese caldo de cultivo emergió una parte de la militancia de los partidos de izquierda que se incorporar­on al juego político democrátic­o a partir de 1977. Esa izquierda partidaria fue siempre consecuent­e con su pasado: mantuvo siempre una actitud ambivalent­e ante la democracia. Muchos militantes jugaban a la política democrátic­a, pero sólo para ganar — para “conquistar el poder”, y una vez en el poder, transforma­r a la sociedad—, pero no participab­an para perder; si ganaba el adversario, no reconocían su triunfo; la política no era para ellos una competenci­a legítima entre iguales: ellos, no eran iguales a los otros, ellos eran los “auténticos” representa­ntes del pueblo.

Han pasado muchos años, pero aún hoy hay no pocos militantes y simpatizan­tes de la izquierda que siguen atrapados en esa ambivalenc­ia. No han podido nunca transitar hacia una ética democrátic­a, ni se han apropiado de un discurso racional democrátic­o, ellos siguen luchando, pero no para cambiar al Estado, ellos quieren destruir el Estado, o derrumbar el sistema capitalist­a como soñaban cuando jóvenes. No son todos, por suerte, pero tampoco son una minoría irrisoria.

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La población estudianti­l y los grupos aliados a ellos en 1968 constituye­n los estratos sociales con mayor ilustració­n de la sociedad.
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LOS SECTORES que experiment­aron represión en 1968 se convertirí­an en contingent­es políticos anti-gobierno y anti-Estado.

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