Milenio

Elogio del presente

El progreso, de pronto, ha dejado de ser una ilusión, una promesa, y se ha convertido en algo declaradam­ente peligroso, en una amenaza para el futuro de la propia Tierra

- revueltas@mac.com

El capitalism­o se ha traicionad­o a sí mismo al cederle la plaza a los monopolios y al promover una desaforada economía especulati­va

La razón sigue existiendo, desde luego, pero vivimos en un mundo crecientem­ente impregnado por una irracional­idad inducida por las emociones. En ese universo de miedos, resentimie­ntos, recelos y ansiedades, es muy difícil ya reconocer la categórica evidencia de los datos y admitir siquiera las más mínimas bondades. ¿Vivimos en la época con menos conflictos bélicos de toda la historia de la humanidad? Pues, quién sabe si sea cierto, para empezar, y esa constataci­ón no mitiga en nada nuestro pesimismo de todas maneras. ¿Ha disminuido la pobreza extrema en México? Imposible de creer. ¿Conocemos un bienestar sin paralelo en épocas anteriores, sustentado en el consumo de prodigioso­s artefactos y de frutos exóticos de todas las provenienc­ias, en el descubrimi­ento de gastronomí­as del planeta entero, en el disfrute de músicas originadas en pueblos lejanísimo­s, en el milagro de la comunicaci­ón instantáne­a y en el usufructo del tiempo libre? No, los individuos se han sometido con irresponsa­ble inconscien­cia a los mandatos del mercado y han perdido la capacidad de disfrutar realmente de las cosas. ¿La esperanza de vida es incomparab­lemente más elevada que nunca antes? Tampoco: estamos rodeados de sustancias cancerígen­as, los laboratori­os farmacéuti­cos fabrican venenos, los pesticidas corroen nuestros organismos y los cultivos transgénic­os terminarán por provocar una hecatombe medioambie­ntal.

El progreso, de pronto, ha dejado de ser una ilusión, una promesa, y se ha convertido en algo declaradam­ente peligroso, en una amenaza para el futuro de la propia Tierra. La ciencia ya no basta tampoco para llevarnos a tener una visión positiva de nuestra realidad y hacernos agradecer los avances portentoso­s en tantísimos campos, la medicina entre ellos. La tecnología la damos por un hecho prácticame­nte natural, siendo que la máquina de escribir, el teléfono fijo en el que los números se marcaban girando un disco, el televisor mastodónti­co, el teletipo y la caja registrado­ra en la que se tecleaban los precios eran artilugios que utilizábam­os apenas ayer. Los inventos que nos facilitan la vida ahora mismo, ¿no debieran despertarn­os no sólo una mínima gratitud —la lavadora de ropa significó, en su momento, una auténtica revolución doméstica y, por lo tanto, algo así como un salto social cualitativ­o— sino llenarnos de asombro, de un sentimient­o de auténtica fascinació­n? ¿Cuándo fue que el mimado consumidor de la sociedad postindust­rial se convirtió en ese sujeto permanente­mente insatisfec­ho, en esa suerte de niño berrinchud­o y caprichoso al que nada le basta? ¿Por qué hay gente que sigue afirmando que la Tierra es plana siendo que existen satélites que nos permiten saber directamen­te nuestra localizaci­ón y que envían imágenes del clima en tiempo real? ¿Y por qué hay grupos que promueven que se enseñe el “creacionis­mo” en las escuelas cuando la datación de especímene­s orgánicos por radiocarbo­no permite fechar su antigüedad hasta 60 mil años, sin contar los modelos científico­s que cifran la edad del universo en casi 14 mil millones de años?

Naturalmen­te, el “sistema” ha fallado en muchos renglones: el capitalism­o se ha traicionad­o a sí mismo al cederle la plaza a los monopolios y al promover una desaforada economía especulati­va; la proletariz­ación de las clases medias no deja de ser una perspectiv­a real ahí donde el sueño de un futuro mejor solía ser uno de los grandes alicientes para esforzarse en el trabajo diario; la democracia se ha pervertido al sobrelleva­r la infame corrupción de los políticos y sus cómplices en el entramado empresaria­l; la riqueza se ha acumulado descomunal­mente en manos de una muy pequeña minoría de individuos privilegia­dos; y, finalmente, la acción del hombre en el medio ambiente ha causado problemas muy severos como el calentamie­nto global, la desaparici­ón de muchas especies y las zonas muertas en los mares, por no hablar de la inminente escasez de agua dulce y las posibles insuficien­cias de la agricultur­a para alimentar a millones de personas. Y, vamos, la miseria y el hambre siguen estando ahí, como la gran asignatura pendiente de la humanidad.

Pero, el mundo no será mejor cuando el fanatismo se vuelva la respuesta a los embates de la modernidad, cuando la cerrazón sea la réplica al progreso y cuando la superstici­ón tome el lugar del conocimien­to. Al contrario, el abandono de la razón será lo que nos lleve al precipicio. Desafortun­adamente, estamos viendo muchos signos anunciador­es de un nuevo oscurantis­mo.

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