CUANDO LOS CORRECTORES DE LA LENGUA SE EQUIVOCAN
Los defensores ortodoxos del español suelen errar también, y en ocasiones incluso se oponen, neciamente y sin fundamentos, a los millones de hablantes de calle
La publicación de un reciente libro (México bizarro, 2017), de Alejandro Rosas y Julio Patán, ha puesto el tema de la bizarría sobre la mesa. Hay quienes creen que, de acuerdo con el significado que le dan los autores a este adjetivo, están cometiendo un disparate. Sin embargo, no pocas veces los voluntarios (y a veces voluntariosos) correctores de la lengua también se equivocan, porque su equivocación parte del yerro de origen de una academia de la lengua (la Real Academia Española) cuyo Diccionario está lleno de barbaridades, como lo he mostrado en mis libros Pelos en la lengua (2013) y El libro de los disparates (2016). En la lengua, al igual que en otras
muchas cosas, lo importante no es tener razón, sino ser razonables.
Escribió Julio Patán, en su columna de la sección cultural de Milenio, el 14 de noviembre del presente: “Lo bizarro a que hacemos referencia Rosas y yo es en efecto lo raro, lo estrambótico, lo surrealista, hasta lo excéntrico. Con ello, apostamos al significado que hace ya mucho se le da a la expresión en el lenguaje de calle, en el día a día, muy diferente a su significado original: valiente. Un significado, el de raro, por lo demás, que aceptan ya el Diccionario de americanismos, el de Mexicanismos y del Español de México”.
Todo ello es razonable, pero, además, hay varias cosas que decir y que saber a propósito de ese académico “significado original”. Quienes, ciegamente, depositan toda su confianza en el Diccionario de la Real
Academia Española (DRAE) cometen un gravísimo error. Deberían saber que el DRAE no es uno de los mejores diccionarios de la lengua española, sino uno de los peores, y como tal lo exhibió, durante décadas, Raúl Prieto Riodelaloza, alias Nikito Nipongo, lo mismo en El Diccionario (Grijalbo, 1958) que en Madre Academia (Editorial Uno, 1977; Grijalbo, 1981), así como en sus Perlas japonesas (1968) y en otros libros que mucho bien hicieron a la comprensión y valoración de nuestro idioma, contra las ortodoxias madrileñas, muchas de ellas necias.
Creía Raúl Prieto que los académicos oficiales de la lengua, tal como entienden su labor obtusa, no hacen sino validar la sentencia de Victor Hugo: “La academia es la obra maestra de la puerilidad senil”. De la continuación lexicográfica de Pelos en la lengua y El libro de los disparates, expongo lo que hay (en razones y sinrazones) a propósito del adjetivo “bizarro” y sus derivados. Los términos “bizarro” y “bizarría” poseen significados equívocos en la lengua española. Se trata de italianismos a los cuales se dio en español connotaciones siempre positivas o virtuosas, a pesar de que sus significados originales no tienen únicamente estas connotaciones, sino también, y muy en particular, otras de carácter irónico cuando no francamente burlesco o humorístico.
Veamos. Según el DRAE, el adjetivo “bizarro” (del italiano bizzarro, iracundo) significa “valiente, arriesgado” y también “generoso, lúcido, espléndido”. Ejemplo: Era un general muy bizarro. De ahí el sustantivo femenino “bizarría”, con tres acepciones en el DRAE: “Gallardía, valor; generosidad, lucimiento, esplendor; y, en la pintura, colorido o adorno exagerado”. Ejemplo: El general mostraba mucha bizarría. De ahí el verbo intransitivo “bizarrear”: ostentar bizarría, obrar con bizarría. Ejemplo: Bizarreando, el general pasó revista a sus tropas. De ahí también el adverbio “bizarramente”: con bizarría. Ejemplo: El general arengó bizarramente a sus tropas.
El problema es que, en español, la generalidad de los hablantes y escribientes da un sentido irónico y burlesco a estos términos, dotándolos del carácter de extravagancia y ridiculez, entre otras connotaciones estigmáticas. Ejemplos: Japoneses imitan a Maradona en un concurso muy bizarro; Fue una fiesta muy loca y bizarra. Es obvio que en estos ejemplos no hay referencia alguna a valentía, gallardía, generosidad, lucidez y esplendidez.
Mas no yerran estos hablantes y escribientes, pues en el Diccionario italiano-español, spagnuolo-italiano (Barcelona, Cuyás), desde 1960, es decir desde hace más de medio siglo, el sustantivo femenino bizzarría se traduce como “extravagancia, rareza, capricho”, en tanto que el adjetivo
bizzarro tiene tres acepciones, traducidas al español del siguiente modo: “1, extravagante, raro, caprichoso, extraño; 2, valeroso; 3, iracundo, arrebatado”. Siendo así, el sinónimo “valeroso” (o “gallardo”) es secundario, pues en primera acepción, como ya vimos, “bizarro” corresponde a extravagante, raro, caprichoso o extraño, justamente como se utiliza con gran frecuencia en español. Por si fuera poco, en la tercera acepción, la “iracundia” y el “arrebato” tampoco pueden considerarse de carácter positivo o virtuoso: corresponden a insensateces o faltas de templanza. Por tanto, incluso el significado original (“iracundo”) está muy lejos de corresponder siquiera a “valeroso”.
Ahora bien, ¿por qué en español el diccionario académico no incluye estas connotaciones negativas perfectamente válidas (desde su origen italiano) para “bizarramente”, “bizarrear”, “bizarría” y “bizarro”? Porque no se les pega la gana a los académicos madrileños y a sus hermanos americanos y filipinos. Pero hay algo peor: ¿de dónde diablos salieron los adjetivos “generoso”, “lúcido” y “espléndido” que valida el DRAE como sinónimos de “bizarro”? ¡De sus polainas!, porque incluso en inglés el adjetivo bizarre (pronunciación aproximada: bizár) equivale únicamente a “extraño, curioso, estrafalario y excéntrico”. Y si nos vamos al francés, es lo mismo: el adjetivo bizarre (pronunciación:
bizár) equivale a “raro o extravagante” y el sustantivo bizarrerie (pronunciación: bizarrí) se traduce simplemente como “extravagancia”.
Este recto significado es el que la Real Academia Española estigmatiza hoy en nuestra lengua tildándolo de galicismo o anglicismo. María Moliner, más avispada que los académicos madrileños, admite en su Diccionario
de uso del español que este adjetivo tiene un carácter irónico, de “epíteto humorístico”, dice, incluso cuando se califica con él a un militar, y valida las acepciones de “extravagante” y “sorprendente” sobre las cuales la Real Academia Española pasa de noche. Ejemplo de la propia Moliner: ¡Bizarra idea!
Extravagante definición
La RAE no sólo es bizarra en el sentido más negativo, sino neciamente bizarra. Y par aquel acuña apriete tiene que ser de la misma necedad. En el “buscador urgente de dudas” de la Fundéu BBVA (¡orgullosamente “asesorada por la Real Academia Española”!) se afirma con similar necedad, terminantemente,que“bizarro no significa ‘raro’ sino ‘valiente’”. ¡Pues qué valientes o, más bien, qué osados! Ésta es la explicación que ese buscador de dudas le da a sus lectores: “La palabra
bizarro, según el Diccionario académico, tiene dos acepciones tradicionales en español: por un lado ,‘ valiente ’, y por el otro, ‘generoso, espléndido, gallardo, lúcido’. Sin embargo, en muchos medios de comunicación se ha extendido su uso con el sentido de‘ raro, extraño, estrambótico o sórdido’, que proviene de las acepciones francesa e inglesa del término bizarre.”
¡Pues no! Ya vimos que el sentido de “raro, extraño, estrambótico o sórdido” no proviene necesariamente de las acepciones francesa e inglesa, ¡sino del mismo italiano bizzarro (iracundo, furioso, bilioso, loco inclusive, y por tanto “estrambótico”) que es de donde lo adoptan todas las demás lenguas, incluida la española! En lugar de investigar, los especialistas de EFE-Fundéu BBVA repiten lo que afirma la vieja RAE, ¡y además se enorgullecen de ello! En conclusión, a despecho de la RAE y de su asesorada EFE-Fundéu BBVA, hay razones más que suficientes para legitimar en nuestra lengua el uso de “bizarro”, “bizarría” y “bizarramente” con connotaciones negativas, irónicas y humorísticas, en el sentido de rareza, extravagancia, excentricidad y ridiculez, y de paso habría que regresarles a los académicos sus presuntos sinónimos “generoso”, “lúcido” y “espléndido” para que hagan con ellos algo más útil que incluirlos
en su mamotreto en la entrada correspondiente a “bizarro”.
Por lo demás, el uso de “bizarro” con equivalencia de “valiente” o “gallardo” ya prácticamente nadie lo usa, aunque los académicos madrileños aún no se hayan dado cuenta, del mismo modo que no se dan cuenta de muchísimas otras cosas. En el 99% de ocasiones que se utiliza este término, en nuestra lengua, tiene connotaciones negativas o irónicas.
No nos dejemos impresionar por la supuesta autoridad de la Real Academia Española. En los siguientes ejemplos, las connotaciones irónicas de “bizarro”, “bizarría” y “bizarramente” son del todo correctas: “Papá Noel nos muestra su lado más bizarro”, “en defensa de lo bizarro y la bizarría”, “arte tétrico y bizarro”, “mundo bizarro”, “fiesta bizarra”, “la bizarra boda de Shia LaBeouf”, “la fiesta más
bizarra”, “los diez deportes más bizarros y locos”, “los 15 sucesos más bizarros en la historia”, “los diez videos bizarros que se volvieron virales”, “historias bizarramente paralelas”, “una historia bizarramente idiota”. En el motor de búsqueda de Google hay 2 millones 130 mil resultados de “mundo bizarro”; 374 000 de “fotos bizarras”; 228 000 de “el más bizarro”; 219 000 de “imágenes bizarras”; 99 100 de “videos bizarros”; 84 000 de “los más bizarros”; 56 200 de “las más bizarras”; 36 600 de “momentos bizarros”, y en ningún caso la connotación equivale a “valiente” o “valeroso”, sino a extravagante, excéntrico o ridículo.
Más allá de lo bizarro
Cuando a la Real Academia Española se le da la gana, censura los galicismos y anglicismos, incluso aquellos que ya son necesarios e irreversibles en nuestra lengua porque corresponden a préstamos útiles. No tiene inconveniente alguno ni en “interviú” ni en “váter”, porque se usan mucho en España, pero, por ejemplo, se niega a admitir los sustantivos “bísquet” y “dona”, que usan más de cien millones de mexicanos, derivándolos de las pronunciaciones de las voces inglesas biscuit y doughnut, con el agravante de que, en México, el “bísquet” (como bien lo observó José G. Moreno de Alba en sus Minucias del lenguaje) nada tiene que ver con el biscuit (bizcocho o galleta) de las lenguas francesa e inglesa, sino que es una creación particular de nuestra repostería, y, en el caso de la “dona”, aquí se le distingue, perfectamente, de otra pieza de pan llamada “rosquilla”, es decir no son sinónimos o equivalentes. ¿Desprecio del DRAE a los mexicanismos? Remato con lo siguiente. Hacen muy mal quienes únicamente abren el DRAE, ponen el dedo sobre el renglón y leen el “significado indiscutible” que ahí se muestra. A esto se le llama “fundamentalismo”. No se duda del sagrado diccionario de la RAE que, en muchísimas páginas es un desastre. Para el caso de México, pero no sólo para México, ¿cómo confiar, ciegamente, en un diccionario que es incapaz de ofrecer definiciones acertadas de los mexicanismos “esquite”, “fodongo” y “ojete”?
Entre otros, estos tres mexicanismos poseen en el DRAE las acepciones más absurdas, y bizarras, sin que muchos mexicanos (incluidos los académicos de la lengua) digan algo al respecto. Si casi todos los mexicanismos que hay en el DRAE están definidos con idiocia, hay unos más tontos que otros. Veamos. ¿Cómo define el DRAE el mexicanismo “esquite”? Se lo despacha con el sinónimo “roseta (grano de maíz)”. ¡Falso! La “roseta” (conocida en México como “palomita”) es el “grano de maíz que al tostarse se abre en forma de flor” (DRAE). Pero el “esquite” no es esto. Se usa en plural, “esquites”, y es un guiso o botana que se prepara con granos de maíz hervidos o fritos con epazote y sazonados con ajo, cebolla, chile, mantequilla, mayonesa, jugo de limón, etcétera. ¡Nada que ver con el popcorn, voz inglesa que se traduce al español como “rosetas” y, especialmente en México, como “palomitas de maíz”!
Otro mexicanismo que sirve para ejemplificar la torpeza del DRAE es “fodonguería”. Según los académicos madrileños y sus hermanos de América, se trata de un sustantivo femenino coloquial que significa “machaconería”. ¿Y qué es “machaconería”? Vamos a la entrada correspondiente del DRAE y leemos que es sustantivo femenino coloquial que significa “pesadez, importunidad”. ¡Falso también! En México, el adjetivo “fodongo” (con su femenino “fodonga”) significa, como bien lo informa Guido Gómez de Silva (en su Diccionario breve de mexicanismos) y como todos los mexicanos lo sabemos, “sucio, desaseado, perezoso”, porque pereza, descuido, desaseo y desarreglo en la persona (que se extienden a los lugares que habita) suelen ir de la mano. Ejemplo:
Rubén es un fodongo: nunca sale de su cuarto, y cuando lo hace anda en pijama. De ahí el sustantivo “fodonguería” al que se refiere el DRAE, pero que en realidad también inventa, porque a decir verdad en México se emplea el sustantivo “fodonguez” y no “fodonguería”: característica de fodongo o de fodonga. Ejemplo: La fodonguez en su máxima expresión.
Como podemos observar, lo que hace el DRAE, con desprecio, es tratar de “traducir” (con los pies) los mexicanismos y demás americanismos para que los entiendan los españoles en términos castellanos. Por ello en su entrada “fodonguería” envía a los lectores a su entrada “machaconería”, ¡que nada absolutamente tiene que ver con “fodonguez”! ¿Y los académicos mexicanos y de otros países americanos? Ahí están sus nombres, en las páginas preliminares del DRAE, avalando el engendro. Porque no sólo los mexicanismos están mal comprendidos y definidos en el DRAE. También los argentinismos, los colombianismos, los hondureñismos, los peruanismos, etcétera.
¿Y qué dice el DRAE del mexicanísimo mexicanismo “ojete”? ¡Sólo dos palabras: “Persona tonta”! Lo mismo creía Guido Gómez de Silva, quien en su Diccionario
breve de mexicanismos (el menos útil de todos sus diccionarios) añade los sinónimos “despreciable” e “infame” y precisa que es voz malsonante. Gómez de Silva acierta en la segunda acepción, pero, al igual que el DRAE, se equivoca en la primera. En México, la voz malsonante “ojete” no se aplica a la persona tonta. “Ojete”, en castellano, significa coloquialmente “ano”. Pero en México, además de este significado, perfectamente conocido y utilizado, se aplica a la persona malintencionada, infame, despreciable, ventajosa, mezquina, ruin, egoísta, vil. No puede descartarse que un “ojete” sea a la vez una persona tonta, pero no es por esto que es “ojete”, sino por sus acciones dañinas, por el perjuicio que ocasiona a otras, tontas o no, que han tenido la desgracia de padecer los agravios de un “ojete”. En la escala de vileza y entre todas las voces malsonantes empleadas en México, el mexicanismo “ojete” ocupa un nivel superior al del “cabrón”. Un “cabrón” es un rufián, un hampón, un sinvergüenza, pero un “ojete” es más que esto, pues ya lo dice, elocuentemente, el refrán: “Para un cabrón, un ojete”.
En la novela El apando, de José Revueltas, Polonio golpea a “El Carajo” (otro personaje): le da un puntapié y un puñetazo y lo hace
rodar. La víctima se queja así: “Pinche ojete, si lo único que yo quería era ver cuando llegue mi mamá”. La queja de “El Carajo” no es contra un “tonto”, sino contra un abusivo y vil: contra un “ojete”.
Pero entre todos los mexicanismos ojetes y bizarros, es decir tontos y valientes, del DRAE no puede haber uno más anacrónico que el sustantivo masculino “macuache”. Según los académicos madrileños y sus hermanos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, este terminajo se aplica al “indio mexicano que no ha recibido instrucción alguna”. Pero, en realidad, es término en desuso que el DRAE se fusiló del Diccionario general de
americanismos de Francisco J. Santamaría: “Macuache o macuachi (voz azteca), en algunas partes macuche: mal hecho, de pobre apariencia; indio miserable, sin elementos de vida ni instrucción alguna”. Lo que pasa es que en Madrid todavía no se enteran de que ya no existe la Nueva España. Por ello, Raúl Prieto preguntó con sorna hace varias décadas: “¿Qué indio mexicano es el
macuache? ¿Algún miembro de la Academia Mexicana de la Lengua? Bien, pero será, para no exagerar, de hace unos cien años”.
Lo divertido, lo entretenido y lo útil de la lengua, si de corregir se trata, no es ir al Diccionario de la Real Academia Española y creer ciegamente en lo que ahí está escrito, sino en informarse y en investigar, aunque sea un poquito, el verdadero sentido de las palabras, sus orígenes y sus usos.
“¿De dónde diablos salieron los adjetivos generoso, lúcido y espléndido que valida el DRAE como sinónimos de bizarro? ¡De sus polainas!”