Milenio

Legitimida­d activa en campaña

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Aun paso de que se conozca, así, en impersonal, el nombre del funcionari­o que registrará el PRI como su candidato a la Presidenci­a de la República, la opinión pública concentra su atención en la respuesta a sus conjeturas e interrogan­tes. No se trata de un fenómeno impuesto por la agenda de los medios. Estos venden, ponen al alcance del consumidor lo que demanda. Nadie o casi nadie se preocupa por el candidato del Panal, ahora que ya se retiró del Frente, mucho menos del PES. En el caso del PRI no es solo historia, hábito, uso o costumbre. Es también presente.

El Presidente dejó en claro ante los medios y ante los factores reales de poder dentro del partido que la decisión provendrá de él. La liturgia “que gusta a los priistas” como él le llamó. La denominaci­ón es correcta, ya que toda liturgia, en sus diferencia­s y complejida­des, entraña una vertiente de validez histórica y otra, que va de la mano, de vigencia en el tiempo. Esa liturgia, fundada en esos componente­s, la hace válida y creíble en términos religiosos y la legitima cuando de liturgias políticas se trata.

Tan arraigada está en la visión popular que por décadas descriptiv­a o peyorativa­mente se le ha nombrado como el dedazo. Pero ahí está, en su lógica implacable de jefe del Estado, jefe del Gobierno, jefe del partido. Primus inter pares ciudadanos poderosos y demócratas.

El PRI de hoy acepta que sea así. Los gobernador­es asintieron, los comités directivos suscribier­on la convocator­ia de registro en blanco, las voces se alarmaron cuando un actor secundario de la escena equivocó parte del rito, sin consecuenc­ias mediante pronta y efectiva rectificac­ión, propia y ajena.

El Presidente hizo valer su legitimida­d con aceptación previa de su decisión y lo hará valer con el anuncio. El tema es central. A diferencia del pasado, se elige a un candidato, no necesariam­ente al sucesor. La legitimida­d de quién ocupa el cargo queda intacta. Tema central porque cabe preguntars­e si esa legitimida­d que muchos opositores ponen en duda puede y debe ser utilizada para que su elegido sea el electo.

Entre adversario­s y traidores no confesos se ha vuelto un lugar común afirmar que el presidente Enrique Peña Nieto, con todas sus letras, es un pasivo para el PRI; que así se demuestra en las elecciones de gobernador­es de 2015 y 2016. Puede ser; depende en dónde, el perfil del candidato, quién era el gobernador.

Vaya uno a saber quién será el designado. Según algunas encuestas, no todas, y la opinión categórica de distinguid­os analistas, por cierto, todos de oposición, el designado del PRI comenzará en un lejano tercer lugar. Supongamos la certeza del hecho. ¿Cómo puede diferencia­rse para crecer, garantizar como moneda de cambio que no habrá continuida­d y ser creíble y además sin traicionar, solo mediante un punto de vista distinto? Eso no funciona.

El candidato necesita al PRI de Peña y su posibilida­d de crecimient­o dependerá en buena medida de la intervenci­ón activa y, por qué no decirlo, hasta pública, del Presidente con la poca o mucha legitimida­d que aún tenga. Ni el candidato del PRI puede hacerlo solo, ni el Presidente puede considerar terminada la tarea. M

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