EL PUNTO QUE CASI CAMBIA EL MUNDO
Ocurrió en un supermercado de Chihuahua, República mexicana, durante la promoción anual titulada El Buen Fin, cuando miles de tiendas de todo el país, como cada noviembre, promocionaban ofertas en sus sucursales. Mientras la clientela recorría los abarrotados pasillos en busca de rebajas, alguien se percató del punto, en un gran y colorido cartel exhibiendo un precio inusitado: “$10.990 PANTALLA Samsumg, Smart TV” (y para regocijo del maestro Salvador Dalí, las pantallas de casi once pesos se podían pagar a plazos, con dos meses de regalo).
Una cliente feliz echó su pantalla Smart Tv en su carrito, junto a dos latas de atún y tres botellas de Baraima al 3X2; pasó sus mercancías por la caja uno y el código de barras marcó diez mil pesos novecientos noventa en la pantalla, la cliente apeló al anuncio aéreo con un precio mucho más económico; el señor que hacía cola detrás de ella (y que se la quería ligar), comentó: “Sí cierto”. La cajera mandó a un buscaprecios a verificar, quien regresó con el cartel, el subgerente y un empleado. El subgerente dijo: “pague lo razonable. Se trató de un error de don Ruperto, quien con un marcador puso un punto en vez de una coma, pero el empleado está arrepentido y le pide una disculpa ¿verdad, don Ruperto?” El empleado meneó la cabeza: “Soy inocente, clarito se ve que ese letrero no está hecho a mano, sino en computadora”. El subgerente se alejó y regresó con una señora gordita, diciendo: “Sarita mi secretaria, es la culpable, cometió un error de dedo y será inmediatamente rebajada a cobrar la entrada de los baños, para satisfacción del cliente, pero pague lo justo”. Sarita protestó: “El jefe del departamento de electrónica es el responsable de checar cada aéreo antes de que la tienda se abra al público; si el jefe no se la pasara chacoteando con las del departamento de damas, estas cosas no pasarían, ni las damas andarían preguntando por la llave de los probadores”.
El subgerente se dirigió al micrófono de servicio al cliente, mandó a llamar a todos los empleados del departamento de electrónica y guardias de seguridad a la caja uno. Delante del cliente, el subgerente ordenó a los guardias que esposaran y llevaran presos a los empleados del departamento de electrónica, para su plena satisfacción, pero que a cambio la cliente pagara los diez mil pesos y pico. No aceptó. Y para colmo, ya se habían formado en la cola todos los familiares y amigos a los que la cliente dio el pitazo del precio por teléfono, con sus respectivas pantallas (más los que también vieron el letrero, con sus familiares y amigos a quienes también dieron el pitazo).
El subgerente llamó al gerente, quien llegó acompañado del ejército (y el batallón carnisalchichonería, quienes haciéndose pasar por repartidores de arroz empaca- do, comenzaron a disparar). Los clientes levantaron barricadas con colchones, abasteciéndose de jamón, queso, pan multigrano, refrescos y galletas, gritando: “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”, arrojando bombas molotov, fabricadas con artículos de la tienda.
Donald Trump, al enterarse que un grupo de clientes estaban atentando contra el capitalismo, mandó marines a intervenir en el conflicto, pero un eje formado por Corea del Norte, Cuba y Venezuela apoyaron a la clientela rebelde. Todo era caos y destrucción en la tienda, sin que nadie supiera qué pedo ni que el letrero que inició la discordia se había puesto bien, con la coma que le correspondía, pero que había sido intervenido por un terrorista anónimo, quien modificó la coma por un punto, mediante el hábil manejo de un marcador negro, logrando el objetivo de su organización: sembrar la anarquía y el terror.
Unos extraterrestres aterrizaron en el área de vinos y licores y se prestaron como mediadores del conflicto; su líder se dirigió a la clientela: “Dar la vida por una tele es sinónimo de que sus gobernantes los tienen estupidizados de por vida para manipularlos. ¡Libérense! ¡Luchen por libros, arte, ciencia, cultura, belleza!” Una señora gorda le arrojó un jitomate bola a la cabeza y gritó: “¡Pantalla o muerte!”
Los terrícolas estaban por exterminarse los unos a los otros cuando llegaron los agentes de la Profeco y dictaminaron: “Denle a los clientes las pantallas para que ya no estén chingando y ahí muere. A la empresa se le recomienda que se recuperen subiéndole tres pesos a los artículos navideños y a Sarita y don Ruperto nos los llevamos nosotros a nuestra nómina”.
Así la gente volvió a ser feliz con sus pantallas, los empleados volvieron a indicarle a los clientes despistados dónde están las mayonesas y Donald Trump a hacerse más rico y más idiota; así termina la increíble historia del punto que casi cambió al mundo. m