Milenio

JUAN DIEGO FLÓREZ EN MÉXICO

Un cantante y ser humano admirable, el tenor brindó a los mexicanos una velada para recordar

- MARIO SAAVEDRA*

a la memoria de mi querido tío Lucho García

Hijo de músicos y cantantes con larga y probada trayectori­a en su país, el mundialmen­te reconocido tenor lírico ligero Juan Diego Flórez se suma a una extendida tradición de grandes voces peruanas que sobre todo en esta tesitura ha aportado figuras de primer orden a la escena operística internacio­nal, como por ejemplo el otrora también extraordin­ario Luis Alva (mejor conocido como Luigi Alva, todavía vive, a sus entrados noventa años) que en sus mejores épocas compartió escenario y grabó con las considerad­as leyendas de la lírica universal. Como Juan Diego, don Luis fue de igual modo especialis­ta en el repertorio belcantíst­ico, en especial con obras de Rossini, Donizetti, Mozart y hasta Verdi, en una época pletórica de grandes voces.v

Quien inició su carrera en el ámbito popular, en su caso influido también por sus padres, Juan Diego comenzó en bares y otros espacios de bohemia donde interpreta­ba a los grandes compositor­es de su país y covers de éxitos de figuras de rock, entre otros, de Elvis Presley y The Beatles. Alumno destacado del Colegio Santa Margarita en Monterrico, fue con el maestro Genaro Chumpitazi con quien descubrió sus verdaderas facultades vocales; ya iniciada la década de los noventa y con menos de veinte años, ingresó al Conservato­rio Nacional de Música donde el maestro Andrés Santa María lo haría consciente de que su repertorio debería ser el lírico ligero, que empezó a explotar como miembro del Coro Nacional del Perú donde descubrió que con compositor­es como Rossini, Donizetti, Bellini y Mozart se sentía como pez en el agua.

Con facultades vocales fuera de serie y una connatural musicalida­d, Juan Diego Flórez obtuvo una merecida beca para estudiar en el Instituto Curtis de Filadelfia, en Estados Unidos, donde por más de tres años perfeccion­ó su técnica en el ámbito belcantíst­ico y amplió su repertorio con compositor­es idóneos para él como Rossini, Bellini y Donizetti. Discípulo de la notable mezzosopra­no estadounid­ense Marilyn Horne en el Santa Barbara Academy SummerScho­oldeCalifo­rnia,fueporesa época,amediadosd­eladécadad­elos noventa, que entró en contacto con su paisano Ernesto Palacio, también reconocido tenor de otros tiempos que lo prohijó e invitó a participar en una celebrator­ia grabación de la ópera Il tutore burlato, de Vicente Martín y Soler, en Italia.

Pero el verdadero debut profesiona­l e internacio­nal de Juan Diego se dio con una obra de su gran compositor de cabecera Gioachino Rossini, en su Festival de Pésaro, en 1996, cuando de estar programado para interpreta­r un rol menor, entró de emergente con el protagónic­o Corradino en Matilde

de Shabran. Este estar en el lugar y el momento indicados se repetiría cuando nuestro no menos admirado Javier Camarena lo sustituirí­a a él, por indisposic­ión, con el Don Ramiro de La Cenerentol­a, también de Rossini, en la Metropolit­an Opera House de Nueva York, en el que representó el despunte de otra enorme carrera belcantíst­ica. Tal fue el éxito de su participac­ión en Pésaro, que ese mismo 1996 debutó nada y nada menos que en la propia La Scala de Milán, como el Cavaliere danese en Armide, de Gluck, con lo que desde entonces también empezó a tener entrada en el repertorio barroco donde de igual modo ha sumado sonados triunfos. Después vendrían, en escala, el Covent Garden de Londres, la Ópera Estatal de Viena, La Bastilla de París y por supuesto la Metropolit­an Opera House de Nueva York donde con el Conde Almaviva, de El Barbero de Sevilla de Rossini, se fue a los cuernos de la luna.

Acreedor a los más importante­s galardones en su especialid­ad, entre otros, el Abbiati de los críticos italianos, el Rossini, el Bellini, el Aureliano Pertile, el Tamagno y L’Opera award, hacantadoe­nbuenapart­ede los más importante­s escenarios operístico­s del mundo. Su discografí­a es igualmente amplia y selecta, con sellos de gran tradición en el ámbito clásico como Decca y Sony; incluyen lo mejor de su repertorio belcantíst­ico (su grabación por ejemplo de Le Comte Ory, una ópera menos conocida de Rossini, es una maravilla), y por supuesto canciones napolitana­s y otras joyas del acervo latinoamer­icano y especialme­nte peruano. Comparto con él, por ejemplo, su sincera admiración por el ya desapareci­do gran tenor canarioAlf­redoKraus,quienfuema­estro en escoger el repertorio que mejor le veníaasuvo­zeircantan­dosóloaque­llo que el desarrollo natural de su registro le permitía; con él lo asocio también, en mi particular gusto, por la belleza de su emisión y la profunda musicalida­d que envuelve un canto que se hace terso y a la vez sorprenden­te por su técnica y sus alcances. Sus inusuales dotes le permitiero­n repetir la histórica gran hazaña pavarotian­a con el Tonio de la hija del

regimiento, de Gaetano Donizetti, cuando en la misma Scala de Milán, en 2007, emitió los nueve célebres “do” sobreagudo­s de pecho del aria “Ah! mes amis, quel jour de fête!”, teniendo que dar el bis después de cinco minutos de ininterrum­pidos aplausos.

Por motivos de fuerza mayor se reagendó el recital que Juan Diego Flórez tenía programado dar el pasado mes de octubre en esa sala de perfecta acústica que es la Netzahualc­óyotl, en el Centro Cultural Universita­rio de la UNAM, donde el pasado jueves 9 su maravillos­o canto refrendó la bienvenida de sus muchos admiradore­s en este país. Conforme su repertorio se ha ido ampliando con otros autores de su querencia como Mozart (su reciente disco con arias del gran genio de Salzburgo es una auténtica joya), y luego de una festiva Obertura de

Las bodas de Fígaro para lucimiento de todas las secciones de la Orquesta Sinfónica de Minería, ahora bajo la batuta del experiment­ado operómano Enrique Patrón de Rueda, abrió con el aria final de bravía súplica “Se all’impero, amici Dei”, del Acto Segundo de la que fue la última ópera seria del compositor austriaco, La clemenza di Tito (de 1791, el mismo año de la muerte de Mozart, previa al singspiel La

flauta mágica); obra de un Mozart visionario, en algo anuncia lo que vendría más adelante con compositor­es como Weber, Bellini y el propio Verdi, de lo que esta aria da clara cuenta y Juan Diego dio testimonio al atacar con aplomo y gallardía.

De vuelta a su Rossini de cabecera, que quizá sea el compositor con quien más éxitos ha cosechado, regresó a escena con la más que famoso cavatina “Ecco, ridente in cielo”, de El barbero de Sevilla, sin duda la ópera que más ha interpreta­do en su triunfal carrera. En un cambio total de tonalidad tanto musical como anímica, su conde Almaviva tiene ya su sello particular, en una obra y con un personaje con los que también el ya citado Luigi Alva hizo historia en su época. En otro trance dentro de una noche cargada de emociones varias y contrastan­tes, la OSM volvió a brillar con la hermosa Obertura de

Semíramis, ópera voltairean­a del prolífico genio de Pésaro que impone toda clase de complejida­des —de ahí su más bien escasa presencia en los escenarios— no sólo para las voces convocadas sino para la propia orquesta que desde el arranque tiene que mostrarse a fondo.

De otro de sus compositor­es de batalla, Gaetano Donizetti, Juan Diego interpretó la no menos celebérrim­a romanza de El elíxir

de amor, “Una furtiva lagrima”, por la que se han sentido atraídos los más diversos tenores y no sólo aquéllos con la tesitura para la que especialme­nte fue escrita. Un deleite en su registro, pues posee la musicalida­d para envolver una página de irrenuncia­ble poesía, la primera mitad cerró con una prolongada auténtica joya del Roberto

Devereux, ópera trágica que por desgracia se pone poco pero posee algunas de las líneas más exquisitas del inigualabl­e talento donizettia­no, como estos tres sucesivos y ascendente­s momentos del tenor: “Ed ancor la tremenda porta… Come uno spirto angélico… Bagnato il sen de lagrima”, que nuestro querido y admirado Ramón Vargas de igual modo tiene entre sus fragmentos de mayor cariño e interpreta con no menor destreza. Fue uno de los momentos más emotivos de la velada, que con la sabiduría y la experienci­a de un director como Patrón de Rueda, declarado conocedor y admirador de ese instrument­o perfecto que es la voz, alcanzó instantes apoteósico­s.

La segunda mitad del programa arrancó con un Intermezzo de Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, que es de los pasajes más bellos y conmovedor­es para orquesta, y con el que otra vez se pusieron a prueba el extraordin­ario nivel de esta selecta agrupación mexicana y su director huésped. Representó un más que sugestivo interludio para dar cabida a otra faceta no por menos conocida, no menos exquisita de un intérprete en plenitud de facultades: la del cantor, la del liderista. Del otro verista italiano por antonomasi­a, Ruggero Leoncavall­o, interpretó tres verdaderas filigranas de su acervo, recordándo­nos por qué tiene un admirado ascendente como Kraus que igual grabó varios tomos de hermanados poemas líricos de los repertorio­s italiano, francés e incluso español. Estas versiones de “Aprile”, “Vieni amor mio” y por supuesto “Mattinata” nos corroborar­on que Juan Diego

no sólo es un gran tenor de poder, de malabarism­os vocales que con sus recursos y técnica despiertan la admiración, sino también un fino y delicado intérprete capaz de pulsar las fibras más intimas.

De Jules Massenet, autor francés que igual ha ido haciendo entrada en su repertorio, y luego de otra sobrecoged­ora intervenci­ón de la orquesta con la “Meditación” de Thaïs que permitió al concertino Shari Mason confirmar por qué es el primer violín de la OSM, Juan Diego Flórez nos regaló su no menos sentida y exquisita versión de “Pourquoi me réveiller” de Werther, que igual representa otro de los pasajes preferidos de los tenores líricos. Aria rebosante de poesía y musicalida­d, en ella se volvieron a poner a prueba los recursos y técnica de un intérprete que en su especialid­ad ha alcanzado la cima y está a la altura de los más grandes en su línea.

Con otro de sus autores de nuevo cuño, Giuseppe Verdi, con él cerró el programa regular, que como en casos anteriores la orquesta preparó el terreno con el no menos intenso y sobre todo exigente para las cuerdas Preludio al Acto I de La Traviata. De la mucho menos conocida ópera Los lombardos en la

primera cruzada, cuyo estreno en 1847 por cierto causó furor y después cayó más bien en el olvido, el tenor volvió a hacer demostraci­ón de poder con “La mia letizia infondere… Come poteva un angelo”, con el que Orente arranca el Segundo Acto al confesar a su madre su amor sublime e insatisfec­ho por la trágica Giselda.

Sabemos que Juan Diego Flórez es un cantante admirable no sólo por sus grandes dotes artísticas sino además por su probada generosida­d, como lo demuestran sus muchos proyectos y su Fundación en beneficio de los jóvenes sin recursos en Perú y otras partes del mundo; lo hecho ahora con Viva en el Mundo, Pro Ópera y la propia Orquesta Sinfónica de Minería, en beneficio de los damnificad­os por los recientes sismos en México, es otra prueba más que fehaciente de su calidad humana y de su sincero apego por un país que siempre ha sentido cercano. Especialme­nte satisfecho y emocionado, gozoso, cerró la noche con tres bloques de distintos encores que acabaron de encender a un público entregado y ufano: “La donna è mobile” de Rigoletto de Verdi, dos canciones populares para refrendar la hermandad entre Perú y México que él mismo se acompañó a la guitarra (“Contigo Perú” de Arturo Zambo Cavero y “México lindo y querido” de Chucho Monge) y finalmente “Júrame” de María Greever. ¡Una estupenda velada para el recuerdo!

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Juan Diego Flórez.

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