No se halló un solo priista presentable
Peña Nieto, jefe del Estado mexicano y, sobre todo, jefe único e indiscutible de su partido, no tuvo otra opción que designar a un simpatizante, no a un militante, de su instituto político que, eventualmente, podrá sucederlo. El priismo de este sexenio se encuentra mal evaluado por la ciudadanía, con un déficit significativo de legitimidad y con una credibilidad escasa: su condición luce, por ahora, poco favorable para competir en la dura y ruda contienda electoral que se avecina. Entre toda la militancia priista no se encontró un solo personaje competitivo que tuviera la estatura necesaria para contender en las próximas elecciones: un partido de masas pero carente de líderes. Meade, pese a ser un simpatizante, cargará en su espalda los legados que este sexenio deja como herencia: corrupción rampante, gasto ostentoso, sobre todo en promoción personal, inseguridad fallida y un divorcio entre la autoridad y la ciudadanía: una cuesta muy empinada que tendrá que escalar.
La crisis del priismo se develó en el momento de designar a su candidato presidencial. La solución a esa crisis fue ignorar a los priistas de raigambre; contaron, sin embargo, con su apoyo, pero sometidos y acatados. El partido tiene esa cultura de la disciplina, del oportunismo, de apoyar al ungido, aunque sea ajeno. El jefe máximo del partido escogió bajo el supuesto de que un simpatizante podrá evadir con menos dificultad la pesada herencia de esta administración y atraer, además, votos de otros reductos políticos.
Peña Nieto lo comprendió y tuvo que sacrificar a su militancia, a sus cuadros y a sus allegados. Muchos de ellos fieles escuderos, pero el objetivo prioritario es no perder el poder; no importa el costo. Sin querer o queriendo vinculó su partido al PAN: El PRIAN, en consecuencia, ya tiene carta de naturalización y acta de nacimiento.
Es impredecible saber cómo será el comportamiento en campaña de un funcionario público como Meade: cauto, pausado, sin beligerancia. Tendrá que mutar de simple cordero a fiero lobo capaz de desafiar a los aguerridos, de los que habrá muchos en esta campaña electoral que se avecina. Meade se sumará al intento de ir a fondo contra López Obrador. Será una elección bipolar. No contarán más que ellos dos. Los demás serán remedos que harán algo de ruido, pero no definirán el proceso electoral.
Peña Nieto pudo manejar con maestría el destape del candidato de su partido. Como se ha dicho, si algo “sabe” el jefe del Ejecutivo es de asuntos electorales. De lo demás, ni se hable. Como en los viejos tiempos: siguió la liturgia, excepto porque ahora hay una oposición real que hace del ungido priista un candidato más. Un candidato que, por ahora, tendrá que ajustarse a los intereses de quien manda todavía, de quien lo designó. Falta saber hasta dónde podría llegar un simpatizante del PRI: romper con sus ataduras institucionales e inaugurar una época diferente a que hoy tenemos. Para crecer, el simpatizante Meade tendrá que dejar a un lado la complicidad que lo ata al establishment priista. Ese es su gran reto, pero es la única posibilidad de hacerse un verdadero político competitivo y creíble. M