Oh, Jerusalén
Aestas alturas, buscarle fundamento a los happenings del agente naranja es esfuerzo inútil. En este caso vale la pena la excepción: sí, es obvio que Trump busca darle coba a su menguante base popular. Lo sorprendente es que quienes quedan más contentos con el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel no son los sionistas, sino los fundamentalistas evangélicos de corte apocalíptico.
No, no he fumado ni tomado nada, hombres y hembras de poca fe: los dos libros bíblicos que más se detienen en el fin de los tiempos, Daniel y el Apocalipsis, apuntan inequívocamente a Jerusalén como el epicentro de la segunda venida del Señor. Cuando a fines del siglo XX los cristianos comenzaron a leer la Biblia en sus casas y por su cuenta, en parte porque la Iglesia comenzó a permitirlo —por siglos, esa lectura se circunscribió a la presencia de un sacerdote; no fueran a agarrar ideas—, en parte porque la industrialización facilitó biblias baratas, al imaginario popular le quedó claro que Cristo volvería a castigar a los pecadores para establecerse, por un milenio antes de destruir el mundo y llevarse a los justos al cielo, como rey de un nuevo paraíso terrenal colmado de delicias. Y uno de los signos de que todo esto ocurriría pronto sería el regreso del pueblo elegido a Jerusalén. En Deuteronomio 30: 1-5: “Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, Jehová tu Dios... tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido”.
No sucedió nada al fundarse el estado de Israel en 1948, ni cuando, tras la guerra de los seis días, en 1967, los judíos retomaron el control de la ciudad vieja y del Muro de las lamentaciones. Las esperanzas de los sionistas y de los evangélicos intersectan ahora en la reconstrucción del tercer templo, ocupado a la fecha por la mezquita de Al-Aqsa: el libro de Números dice que cuando éste se reconstruya, los hijos de Israel ofrecerán en sacrificio un becerro rojo, con cuyas cenizas se purificará la ciudad. Para los evangélicos, esto precipitará la anhelada segunda venida y el milenio de los justos. Nombrar a Jerusalén la capital de Israel es apenas el primer pasito en la dirección correcta.
Por mi madre, bohemios. M